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El porvenir de la filosofía en las sociedades democráticas Gustavo Bueno Se reexponen y amplían las tres conferencias inaugurales de la Escuela de Filosofía de Oviedo, pronunciadas por el autor en la Fundación Gustavo Bueno los días 19 y 26 de abril, y 10 de mayo de 2010. La sustancia de estas conferencias había sido esbozada en la conferencia inaugural de los XIV Encuentros de Filosofía (Oviedo, 13 de abril de 2009) ![]() Sumario
Introducción «Presente» y «Porvenir» como categorías historiológicas A la Historia (como discurso, literario o científico) y a la historia (como sucesión de acontecimientos realmente acaecidos, res gestae) se les asigna, como «campo categorial» propio, el Pretérito. Lo que significa que tanto el Presente, como el Porvenir, quedan fuera de las categorías (subcategorías) históricas. La Historia se sobrentiende como la visión, o revisión (la «memoria crítica») del pretérito. Sin embargo, tanto el pretérito como el porvenir están arraigados en el presente. Se apoyan en él y lo presuponen, al menos desde un punto de vista gnoseológico. ¿Cómo podríamos entonces, por paradójico que pudiera parecer, dejar fuera al Presente y al Porvenir del círculo de las categorías históricas? Esta introducción a la exposición de la cuestión «el porvenir de la filosofía en las sociedades democráticas» está destinada a esbozar la utilización del Presente y del Porvenir en cuanto involucrados con las categorías históricas. I. La Idea del «Presente» como categoría historiológica 1. Si la Historia se define por el Pasado (por el Pretérito) y por un pasado cuyos antecedentes, pero también sus consecuentes, puedan ser determinados con un mínimo grado de «rigor científico», entonces parece que el presente debiera quedar fuera, desde luego, del campo histórico, porque aún no es pretérito. Y, sobre todo, porque aún no tiene consecuencias positivas, las que tendrán lugar en el Porvenir. Sin embargo, ese pasado por el que se define la historia (y la Historia) tiene una realidad fantasmagórica, porque no existe (tan sólo existió); o, si se prefiere, porque no sabemos donde podría existir ahora (¿en la mente de Dios? ¿en la mente de los hombres, de su «memoria histórica»?). Si la Historia quiere aproximarse al estado de una ciencia positiva, habrá que asignarle a su campo un estrato fisicalista (corpóreo); lo que significa que la memoria, en la medida en que es subjetiva, no puede ser el soporte de la Historia. Esta es la razón por la cual venimos diciendo que el Pasado existe en el Presente, pero no en cualquier punto del presente, sino en aquellos dominios suyos que definimos como reliquias. Y las reliquias, por sí mismas, tampoco se revelarían como la «presencia del pasado» si no fuera porque algunos sujetos operatorios, mediante algún relato, nos hubieran dado la clave de determinadas reliquias. Estos relatos sólo pueden hacerlos los sujetos operatorios que viven en el presente; luego hay que comenzar entendiendo al presente, no ya como una plataforma homogénea, sino anómala, con por lo menos tres estratos de edad: los viejos, los adultos y los jóvenes (incluyendo en éstos a los niños). Los relatos de los viejos pueden revelar a los adultos y a los jóvenes el origen de las reliquias más antiguas. Y es aquí en donde podemos poner los fundamentos para la construcción de la idea de Pretérito histórico, construcción que procede por la recurrencia retrospectiva, a través de las reliquias, de otros antepasados nuestros. 2. Podemos concluir, con toda seguridad, que la idea de Pretérito implica, por sinexión, a la idea de Presente, tanto como el Presente implica, por sinexión causal, al Pretérito. Estos nos llevan a enfrentarnos, en la teoría de la Historia, con la idea del Presente, aún partiendo del supuesto de que, al parecer, el Presente no es una categoría histórica. ¿Y qué es el Presente? Ante todo, conviene comenzar subrayando que el Presente no se agota en su condición de contenedor de reliquias (del Pretérito). Es decir, hay que comenzar advirtiendo que el Presente no se define, ante todo, en función del tiempo histórico (Presente / Pasado / Futuro). Gramaticalmente: «Presente» es solamente un tiempo verbal, vinculado a algún pronombre personal (mi presente, nuestro presente, vuestro presente). Presente es también una realidad no propiamente pretérita o futura, sino también una realidad coetánea (simultánea en el tiempo), pero de algún modo apotética, lejana, como cuando digo que el Sol está presente a mis ojos cuando lo percibo. Por ello, praesens, -entis, se opone, no tanto al pretérito o al futuro, sino a absens, lo ausente (aunque sea simultáneo con el presente), en el espacio, sea por estar muy lejos, sea por estar oculto. Y de aquí deducimos que el presente «ante mis ojos», el presente apotético (es decir, la realidad presente ante mí, pero con solución de continuidad respecto de mi cuerpo), sólo puede entenderse como un fenómeno, es decir, como una realidad dibujada en un plano fenoménico perceptual, que no puede considerarse sustantiva o exenta, sino inmersa en otras realidades ausentes, o que actúan en ausencia en el fenómeno que el sujeto percibe. El Sol presente y exento ahora en el presente, hace ya ocho minutos que se ausentó del locus apparens perceptual, percibido del sujeto. Por lo demás, este locus no está en reposo, no sólo porque puede desplazarse (manteniendo la identidad que le hayamos atribuido, como cuando al Sol que se pone cada día lo identifico con el mismo Sol numérico que se ocultó ayer en el crepúsculo, porque no creemos que el Sol de hoy sea un Sol nuevo, distinto, aunque salido de un «poblado del Sol»), sino porque también se desplaza el sujeto que lo percibe. Cuando representamos a este sujeto óptico individual (en principio, un «ego diminuto») por un punto, el presente se nos reduce también a la condición de un punto (el instante, nunc) que va fluyendo continuamente en una línea que representa el curso del tiempo; una línea cuya estela llena, a su izquierda, corresponde al Pasado, y cuya prolongación «punteada» pretende corresponder al Futuro. Pero es evidente que el presente puntual, el nunc subjetivo, es una abstracción límite, porque el sujeto óptico coexiste siempre (en coexistencia pacífica o conflictiva) con otros sujetos ópticos, que también pueden estar presentes o ausentes mutuamente. Por ello, los cursos lineales (y los presentes puntuales) de cada sujeto forman partes de una multiplicidad de cursos lineales y de presentes puntuales, unidos, si, por ejemplo son simultáneos, por una línea. Por lo demás, si el presente vivo es representado por una línea, será debido a que esta línea desempeña el papel de una suerte de frente de onda de un curso no lineal, sino de superficie o de volumen, que se corresponde con el curso del tiempo (asimilado, desde Heráclito, al curso del río, pero de un río cuyas aguas «vienen de atrás», sin que todavía hayan alcanzado el mar u otro río), sino que sólo forman su frente último, que acaso se «despeña» en el «abismo» (en el Futuro). 3. Cuando la presencia propia del presente coetáneo la definimos como una coexistencia de individuos en un círculo dado (con nexos de influencia causal, sinalógica o atributiva, no meramente distributiva, como pudiera serlo la coexistencia de millones de sujetos o de moléculas que no mantienen conexión causal alguna), se nos abre la posibilidad de redefinir las categorías del presente y del futuro más allá de su representación lineal en la línea del tiempo: Si el presente es el conjunto o círculo de todos los sujetos que de algún modo se influyen recíprocamente, directa o indirectamente, en algún aspecto, lo que equivale a decir que serán influidos conjuntamente por algunos objetos apotéticos comunes (por ejemplo, el círculo de sujetos que han percibido el Sol de un mediodía singular, o su eclipse), el Pretérito se corresponderá con el conjunto o círculo de sujetos que influyen decisivamente sobre los círculos del presente, pero sin que pueda tener lugar, bajo ningún concepto, la influencia recíproca. Y el Futuro se definirá como el conjunto o círculo de sujetos sobre los cuales el Presente va a influir decisivamente (hasta el mundo de moldearlos, de modo determinista, lo que no quiere decir «clónicamente») pero sin que sea posible, bajo ningún concepto, la influencia recíproca. 4. Esta idea de Presente, o del círculo del presente, podría considerarse como formal o funcional, dado que ella puede asumir como centro cualquier punto o suceso idiográfico determinable; una idea funcional de «Presente» puramente virtual, porque no se dan los parámetros para fijar el centro. Y este presente puede subdividirse en dos especies: la del presente vivo, último, pero con porvenir definido, y la del presente escatológico o terminal (un presente actual, pero sin porvenir alguno, un presente que localizaremos en el «último día de la historia»). El presente vivo actual, último o infecto, mantiene relaciones asimétricas con su futuro o porvenir, porque mientras él coexiste con los demás sujetos de su círculo, en cambio el porvenir no coexiste con él, porque ni siquiera existe actualmente, sino que se relaciona con él en una línea de sucesión. Además del presente vivo podemos formar el concepto de presente escatológico, del que acabamos de hablar. Y también el concepto de presente perfecto, intermedio entre los dos anteriores, como círculo de presente recortado e intercalado, que está antecedido por su Pretérito y sucedido por un «Porvenir perfecto». 5. Concluimos que, aunque la Historia comience a ser definida por el Pasado, sin embargo, las categorías del presente, en sus diferentes especies, no pertenecen propiamente a la Historia, sino que dicen alguna referencia al curso histórico. En esto estaría la diferencia entre un «presente historiográfico» y un «presente etnológico» (no histórico), que es el presente en el que viven los llamados «pueblos sin Historia», un presente que envuelve a la Antropología, en tanto que estudia, por ejemplo, a los primitivos, a las tribus amerindias de la época del Descubrimiento, o incluso a nuestros «contemporáneos primitivos», en la medida en que se mantienen (cada vez menos) en un «presente etnológico». El presente vivo o último, como hemos dicho, es el lugar en donde existen las reliquias, y por ello este presente es la plataforma de la Historia. El presente inicial (sin pretérito) también cuenta en la Historia, como época del Paraíso terrenal, de la Prehistoria, de la comuna primitiva o de la Edad saturnal. El presente infecto, escatológico, como final de la Historia, también interviene de algún modo en la filosofía de la historia, sobre todo entre aquellos que tienen en cuenta el estado final del Género humano, cualquiera que sea el estado según el cual él se represente. El presente perfecto es un lugar que existe en el campo propiamente histórico. Y este campo no puede estar solo constituido únicamente por sucesos, eventos o acontecimientos, sino por el conjunto entretejido o concatenado entre ellos. Esta es la razón por la cual lo llamamos presente como parte del pretérito, así como el presente vivo lo veíamos como el lugar de las reliquias del pretérito. El presente perfecto no se confunde, por tanto, con un presente instantáneo o histórico, ni individual ni colectivo, ni menos aún con la mera coexistencia distributiva de los millones de sujetos o sucesos que coexisten en un instante del tiempo astronómico. En esa multitud de sujetos y de acontecimientos, que forman parte del espacio antropológico, hay que suponer que median interacciones, no sólo simultáneamente físicas, sino también históricas, es decir, que forman una unidad etic (percibida desde el etic del presente vivo, o quizá también desde un presente perfecto, pero aún no pluscuamperfecto) a la que pueden corresponder un grado adecuado de unidad emic. El presente perfecto es un presente material, no formal, un presente funcional, posicional y fluyente. Es un presente delimitado por la materia (pero no orientado hacia el futuro o hacia el pasado); es un presente escalar, no vectorial, pero sin embargo localizado en el curso histórico, con fechas más o menos borrosas o convencionales de inicio y de terminación. El presente perfecto forma parte del curso histórico a la manera como el remolino forma parte del curso fluvial, y a veces se desplaza con él. Los individuos que forman parte de un mismo círculo de presente vivo (actual), pueden ser llamados contemporáneos; mientras los que forman parte de un mismo círculo de presente perfecto, podrían ser llamados coetáneos. En cualquier caso, estos «remolinos históricos» que, considerados en sí mismos, ofrecen el aspecto de una «burbuja estable», pueden identificarse con ciertos intervalos históricos que han podido ser delimitados como si fueran un mundo presente perfecto, que ha merecido la atención de los historiadores. Los parámetros centrales se tomarán de los diversos ejes del espacio antropológico, aún cuando uno de estos ejes sea el dominante. (1) Como primer ejemplo, tomado del eje circular, podemos poner a la República romana, cuando tras remontar el repliegue ante los ataques cartagineses, logra vencer a Cartago y consolidar un Estado, constituyendo a los ojos de muchos políticos e historiadores, una época singular, algo más que una fase de un ciclo, una época que será vista como un presente perfecto. Así la vio, casi un siglo después, hacia el año 140 a. C., Polibio (I, 4, 2): «La peculiaridad de nuestra obra y la maravilla de nuestra época consisten en esto: según la Fortuna ha hecho inclinar a una sola parte todos los sucesos del mundo, y ha obligado a que tendieran a un solo fin, del mismo modo [es preciso] también valiéndose de la Historia, concentrar bajo un punto de vista sinóptico el plan de que se ha servido la Fortuna para el cumplimiento de la totalidad de los hechos.» Un segundo ejemplo (en el cual el parámetro central, aunque asignado al eje circular, también se define como un punto del eje radial): el 22 de septiembre de 1792 fue vivido en Francia, por la «generación de la Convención», como el inicio de una nueva era y, por tanto, de un nuevo cómputo del tiempo. Porque ese día habría sido el comienzo de un Vendimiario maduro de frutos, el día «en el cual el Sol llegó al equinoccio verdadero del otoño entrando en el signo de Libra a las 9 horas, 18 minutos, 30 segundos de la mañana, según el Observatorio de París». Una nueva era que comenzó a numerarse con el año 1. (2) Los presentes perfectos con parámetros fijados en el eje angular son muy abundantes. Es obligado citar, en nuestra tradición, los acontecimientos que se han tomado como divisorias de la historia humana en dos mitades, los que están antes y los que están después de tales acontecimientos. La Revelación de Dios a Moisés señala el antes y el después de la historia desde una perspectiva judía; para los cristianos, el acontecimiento divisorio es la Encarnación de Jesucristo, que divide a la Historia en antes y después de Jesucristo. Para los cristianos, el tiempo de plenitud es el del cristianismo primitivo, el presente perfecto es el que se centra en torno a la vida de Cristo, el nuevo Adán, el de la última cena. Lo que le precede es, tras la caída de Adán, «preparación evangélica», según Eusebio de Cesarea, lo que le sucede es realización del plan divino de la Salvación. La conversión de Constantino el Grande, por ejemplo, marcará una etapa decisiva de este proceso de incorporación de la vida política al plan de la salvación. Sin embargo, nuevos «remolinos del presente» volverán a formarse en el curso de la historia, la que transcurre en la Edad del Hijo. En el siglo XII, Joaquín de Fiore (1131-1202), delimita un nuevo presente, lo que se llamara el «Evangelio eterno», identificado como la Edad del Espíritu, y cuyo comienzo habría tenido lugar en el siglo IV, con San Benito. Pero los «remolinos religiosos» que se constituyen en el curso de la historia del cristianismo no acaban ahí. En el siglo XVI, si creemos a Hegel, en su Filosofía de la Historia, y con Hegel a millones de cristianos reformados, un simple monje, Lutero, marcará una nueva época: «Mientras el resto del mundo [católico] se dirige hacia las Indias orientales y América saliendo a ganar riquezas y a procurarse dominios temporales cuyos territorios den como anillo la vuelta a la Tierra, y en los que nunca deberá ponerse el Sol, Lutero encontró en su corazón la subjetividad infinita, y no fue a buscarla en un sepulcro de piedra.» También es obligado citar, como presente perfecto que divide la Historia en dos mitades, a la Hégira de Mahoma del año 622. (3) También han tenido cierta importancia los círculos de presente constituidos en torno a algún parámetro central de carácter predominantemente radial. Es decir, un parámetro en torno al cual se organizaría la nueva era, el presente perfecto de referencia. La más conocida es la traslación del centro terrestre de los imperios siguiendo la sucesión de Oriente a Occidente, una dirección que el curso de la Historia terrestre imitaría del curso del Sol. La Historia universal, dice todavía Hegel, marcha de Oriente a Occidente; y «pese a que la Tierra es una esfera, la Historia no describe un círculo alrededor de ella, sino que tiene un Levante concreto, y este es Asia. Aquí nace el Sol físico externo, para morir en Occidente. Pero es en este último siglo, en cambio, donde se levanta el Sol interior de la autoconciencia.» Por ello, el Descubrimiento de América señala el comienzo de una Nueva Era: «América es el país del futuro, en el que, en los tiempos que van a venir –acaso en la contienda entre América del Norte y América del Sur [dice Hegel en sus Lecciones de Filosofía de la Historia, hacia finales de los años veinte del siglo XIX]– debe revelarse la trascendencia de la Historia universal.» Pero no sólo las eras históricas se han establecido muchas veces a partir de parámetros radiales terrestres. Otras veces también se han establecido a partir de parámetros radiales celestes, es decir, astrológicas. «Cuando la excéntrica del Sol estaba en su máximo [escribía Rheticus, en su edición de Copérnico] el gobierno de Roma se transformó en monarquía, y mientras la excéntrica declinaba, Roma también declinó.» En nuestros días, en plena Guerra Fría, comenzó a tomar cuerpo la idea de que la Historia universal iba a comenzar una nueva era, porque el eje terrestre comenzaba a entrar en el signo del Acuario. La serie de folletos publicados desde 1967 por David Spangler con el título de The New Age Vision, supone que los imperios y religiones de Mesopotamia habrían florecido bajo el signo de Taurus; la religión judía bajo el signo de Aries; el cristianismo bajo el signo de Piscis (que habría comenzado el 21 de marzo de nuestra Era). Pero en fecha próxima –dice hoy una legión de iluminados– el Sol entrará en el signo del Acuario, y con él vendrá un nuevo orden mundial, una nueva Humanidad. La Nueva Era o Acuario será como una inundación de amor, paz y luz: Ganímedes será el símbolo de la abundancia. Amor, paz, luz y concordia [Alianza de las Civilizaciones] de cada uno consigo mismo y con los demás, y con la nueva era del universo. II. La idea de Porvenir como categoría historiológica 1. La idea de Porvenir, en su sentido directo y principal (el «porvenir infecto»), desborda, como hemos dicho, el campo de la historia humana, en la medida en que esta se mantiene «del lado del Pretérito»; y la desborda por la misma razón, aunque en sentido inverso, a como la Cosmología física desborda su campo, el análisis del pretérito del Universo, lo que existe o puede existir antes del Big Bang, que sólo puede conocerse desde su presente. Sin embargo es lo cierto que, además de esta acepción «directa y principal» de Porvenir (acepción acuñada desde la «actualidad»), que venimos denominando como porvenir infecto (es decir, no hecho todavía), una acepción sin duda metahistórica, cabe hablar también de una acepción refleja y secundaria que pudiera designarse como porvenir perfecto (o ya realizado). Esta acepción, por lo demás, estaría ampliamente ejercitada en Historia, si no representada. En todo caso, es una acepción histórica, es decir, interna al curso inmanente de la concatenación de los hechos históricos, porque el porvenir perfecto no es otra cosa sino la posteridad positiva que entendemos como derivada de algún sistema de hechos ya establecidos en el pretérito, y susceptible de constituirse de algún modo como un presente perfecto. Según esto el porvenir perfecto se relaciona con el presente perfecto como el porvenir infecto se relaciona con el presente inacabado o infecto. Con la gran diferencia de que mientras el porvenir perfecto ya tiene forma realizada (y una forma que contribuye esencialmente al conocimiento del alcance, no sólo del presente perfecto, o de sus antecedentes, sino también al conocimiento del alcance de sus consecuentes, en los cuales puede residir el «significado y la verdad» de los hechos pretéritos), el porvenir infecto es amorfo (al menos en el terreno positivo) y por tanto no puede ser utilizado, sin petición de principio, como instrumento para medir el alcance y el significado del presente vivo. Nos permitimos advertir aquí que estas ideas que estamos exponiendo sobre el Presente y el Pretérito las presentamos, no como ideas inauditas que nosotros pretendamos introducir ex abrupto en el análisis de la historiología, sino como ideas ya utilizadas o ejercitadas por los propios historiadores. Por ejemplo, si hay una diferencia, desde el punto de vista histórico, entre dos hechos tales como el primer viaje de las carabelas de Colón en 1492, desde el Puerto de Palos hasta la América caribeña, y el viaje del Apolo XI, en el año 1969, de Armstrong, desde el Cabo Cañaveral a la Luna, esta diferencia históricamente no se agota en el punto de vista tecnológico. Desde este punto de vista el viaje del Apolo XI es mucho más importante que el viaje de las carabelas; pero desde el punto de vista histórico no lo es, porque ya conocemos las enormes consecuencias políticas, económicas, sociales, ideológicas que para la Historia universal se derivaron del «encuentro con América», pero desconocemos las consecuencias económicas, sociales o ideológicas que puedan derivarse del «encuentro con la Luna». Llamar «histórico» (como se acostumbra) a un suceso notable en nuestro presente –un cambio de gobierno, una victoria en la Liga– es sólo cuestión de retórica, porque la importancia histórica de cualquier cosa sólo puede medirse en el campo de su porvenir perfecto, es decir, cuando este ya se haya dado en una longitud determinada (que sirve, por cierto, para redefinir la llamada «distancia histórica», expresión que, por sí misma, es sólo una metáfora de la distancia de perspectiva geográfica). 2. En realidad, cuando nos referimos al Porvenir, tanto si es perfecto como si es infecto, nos estamos refiriendo a un porvenir conformado, porque si el porvenir perfecto de algo sólo se nos diera como un porvenir vacío, o como un caos amorfo de sucesos regidos por el azar, tampoco tendría gran ventaja sobre el porvenir infecto. Y esto nos permite precisar el significado y alcance de un porvenir infecto. Desde el momento en que concedemos la posibilidad de que un porvenir perfecto pueda ser amorfo, tendremos que formular las siguientes preguntas: ¿Hasta qué punto, en efecto, un porvenir infecto es, por el hecho de serlo, amorfo y caótico? ¿Y de qué modos puede ser conformable? Ante todo, y desde luego, según líneas que ya hayan sido utilizadas en el pretérito, y siempre bajo la suposición de que múltiples factores o condiciones que determinaron esas líneas seguirán actuando en el porvenir infecto. Estas líneas, para ser inteligibles, no tienen por qué tener necesariamente la forma cíclica; pueden tener también la forma de una función no cíclica, por ejemplo, ortogenética, parabólica o hiperbólica, ascendente, descendente o en zig zag, según criterios proporcionados a cada caso. El porvenir infecto de los sistemas procesuales cíclicos de la «Naturaleza» o de la Historia natural, del sistema solar, por ejemplo, no se concibe como infecto, sino como conformado (salvo en su «momento existencial»), expuesto a la «contingencia» de una colisión intergaláctica. El mañana y el pasado mañana del sistema solar se concibe como sometido a las mismas leyes cíclicas que han regido desde hace miles de millones de años (aunque no desde siempre, como creía Aristóteles). Por ello predecimos hoy los eclipses de Luna o del Sol que tendrán lugar en nuestro porvenir infecto, y los predecimos con mucho mayor «conocimiento de causa» a como lo hiciera el primer filósofo de nuestra historia, Tales de Mileto, cuando anunció el eclipse del año 587 antes de Cristo (suponiendo que su anuncio no fuese algo más que un vaticinium post eventum). También cuando Oswald Spengler anunció la «decadencia de Occidente» es porque presuponía el porvenir perfecto, a partir de un punto dado en el curso de cada una de las que él llamo «Culturas», como superorganismos que se desarrollan a lo largo de diez siglos, siguiendo el ciclo de la infancia, la juventud, la madurez y la vejez. Spengler pretendía negar la Historia universal, puesto que él establecía una «solución de continuidad histórica» en la supuesta sucesión histórica de las diferentes Culturas; en rigor lo que estaba negando era la Historia Universal en el sentido tradicional de la historia continua de una totalidad atributiva, pero sustituía este sentido por el de una Historia Universal cíclica, la propia de una totalidad distributiva cuyas partes fuesen precisamente las «Culturas». 3. El porvenir infecto juega importantes papeles en la lógica de nuestro presente histórico (cultural-institucional, no sólo natural), como se demuestra en todas las actividades que tienen que ver con la planificación y la programación, no ya a escala individual, sino a escala social o política. Nos referimos, sobre todo, no tanto genéricamente a todo lo que tiene que ver con la predicción del porvenir (con la llamada «Preología»), sino especificando aquellos planes o programas de porvenir, que llamamos «porvenir aureolar», y que definimos como aquellos planes y programas que, aún formulados desde el presente actual, sólo cuando se suponen ya realizados (en el porvenir infecto) influyen o repercuten significativamente en las decisiones de nuestro presente. De los planes o programas (apoyados en predicciones demográficas, hidrológicas, &c.) para dentro de cincuenta o de cien años, que formula un Gobierno en el presente, se derivan acciones u obras actuales (trazados de vías férreas, embalses gigantescos, programas educativos o demográficos) casi siempre irreversibles y que por tanto ejercen una influencia relevante sobre el porvenir infecto. Estos planes y programas, que requieren el postulado de que sus resultados futuros se den como ya realizados en el presente infecto, podrían diferenciarse de las meras predicciones especulativas (sin influencia en el presente actual) precisamente por ese postulado de realidad efectiva en el porvenir. A este postulado, cuando se compara con la aureola que resalta la cabeza de un santo (cabeza que, sin aureola, no se diferencia de las cabezas representadas de los demás mortales), podríamos darle el nombre de «postulado de porvenir aureolar». Es obvio que el porvenir aureolar va referido ordinariamente a un porvenir infecto, de radio determinado, pero inserto en la concatenación cíclica o acíclica de los hechos históricos. Sin embargo, y de la misma manera que hemos hablado de los presentes escatológicos o últimos, utilizados por tantas predicciones apocalípticas, también deberíamos hablar del porvenir aureolar escatológico en los casos en los cuales ese porvenir sea postulado no ya simplemente como un hecho, o «sistema de hechos», dado en el curso del porvenir infecto, sino como el hecho último, el esjaton (εσχατον), que dará lugar a un mundo enteramente nuevo (el Big Crunch en Cosmología, el estado final en la Filosofía marxista de la Historia –que por cierto Marx concebía como el verdadero comienzo de la Historia, por cuanto todo lo que le precediera debiera considerarse solo como «prehistoria del Género Humano–). Por lo demás, la categoría historiológica (en este caso, de filosofía o teología de la historia) del porvenir aureolar escatológico, ha jugado ya un papel decisivo en la teología de la historia del Antiguo Testamento y, sobre todo, en la que asociamos al Nuevo Testamento. Cuando San Mateo (en el capítulo 12, versículo 28 de su Evangelio) pone en boca de Jesús las palabras: «Si yo echo los demonios con el espíritu de Dios es señal de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios», está diciendo que «los tiempos cristianos, de la Resurrección de Cristo a su reaparición, son definitivamente los últimos tiempos» (vid. Karl Löwith, El sentido de la historia, trad. española, pág. 269). Y otro tanto diremos de la primera carta de San Juan (cap. II, v. 18): «Hijos míos, estamos en la última hora, y, como ya habéis oído, el Anticristo viene y ahora ya han surgido muchos anticristos; por eso no creas que es la última hora» (estamos ante la idea de un porvenir aureolar escatológico, que obligaría a reinterpretar nuestro presente como si tuviese un contenido concatenado directamente con los últimos tiempos). ![]() ![]() |