descargar 157.73 Kb.
|
![]() ARQUEOLOGÍA AMERICANA III Prof.: Cristina Scattolin Breaking down Cultural Complexity: Inequality and Heterogeneity Disgregando la complejidad cultural: Desigualdad y Heterogeneidad McGuire, Randall H. En: Advances in Archaeological Method and Theory. Vol. 6: 91-142. 1983. Traducción: M. C. Landini y M.C. Scattolin Introducción Toda la historia humana abarca un proceso dinámico de evolución cultural por el cual las sociedades humanas han crecido en complejidad y también han colapsado en un desorden. El concepto de evolución implica no sólo cualquier cambio, sino el cambio en el desarrollo; específicamente, el proceso de cambio que separa el mundo del Pleistoceno tardío con sociedades humanas internamente homogéneas e independientes del mundo moderno con naciones industriales internamente heterogéneas e interdependientes. Aún cuando la existencia de tal evolución ahora aparece como obvia, un debate fundamental sobre el estudio de la evolución cultural ha enardecido la antropología y la arqueología por más de un siglo. Lo principal del debate se ha centrado en temas de explicación y ha probado ser extremadamente resistente a la resolución empírica. Con frecuencia, la insatisfacción con la teoría existente ha provocado argumentos epistemológicos aún más resistentes a la consideración empírica que las explicaciones que desafían. Es sorprendente, sin embargo, que pocos investigadores se han preocupado por especificar con cuidado qué es exactamente lo que ellos quieren explicar. Es claro que un amplio abismo separa los cazadores recolectores del Pleistoceno del sistema industrial del mundo moderno, pero ¿cuáles aspectos de la cultura han cambiado para crear ese abismo?. La respuesta a esta pregunta parecería ser un prerequisito de cualquier teoría de las causas y consecuencias de la evolución cultural. Muchas consideraciones de la evolución cultural no han especificado aún la variable dependiente, más allá del tipo de postulados vagos que introduce este capítulo. El problema no es sólo ¿a qué nivel estudiamos la evolución?, sino más básicamente ¿qué aspectos del cambio cultural tratamos de explicar? Como Flannery (1972) y Cordy (1981:8) han postulado anteriormente, la naturaleza del cambio en la evolución cultural se debe establecer antes de que podamos argumentar algo sobre sus causas. Gran parte de la insatisfacción actual con la evolución cultural (Dunnel, 1980; Kohl, 1981; Yofee, 1979) deriva del fracaso en la definición adecuada de la naturaleza del cambio evolutivo. Hasta épocas recientes, los arqueólogos se han adherido mayormente al formato tipológico de los neoevolucionistas (Service, 1962, 1971, 1975; Fried, 1967). Estos clasifican en bloque todos los aspectos de la sociedad dentro de un tipo y las sociedades se convierten en “cajas negras” en el análisis arqueológico. Esto es, podemos especificar el cambio en las variables materiales externas, tales como el ambiente y el tamaño de la población, e identificar el movimiento de las sociedades entre estadios, pero no podemos trazar una conexión causal entre la variable material y el cambio. Esto se debe a que el acercamiento tipológico no trata los ordenamientos internos de los sistemas culturales. Y de modo más importante, no podemos tratar directamente con las fuerzas internas de la sociedad, tales como la competencia (competition) entre y dentro de los grupos sociales, que pueden causar la evolución. La aplicación rutinaria de esta visión conduce a un mecanicismo determinista que hace fracasar la mayoría de las teorías arqueológicas de evolución cultural. Conceptualizar el cambio evolutivo con una variable única (i.e. complejidad) comparte algunos problemas comunes con la aproximación tipológica. Específicamente agrupa en forma conjunta (lump) todo el cambio progresivo que ocurre interculturalmente (cross-culturally) y en la prehistoria bajo un único título. El concepto de complejidad subsume una amplia variedad de variables potencialmente independientes, tales como estratificación y diversidad. Igual que con la aproximación tipológica, los investigadores no pueden estudiar la interacción de estas variables en transformación, ni identificar las fuerzas causales dentro de culturas. Es cada vez más claro que el concepto de complejidad incluye mucho más. Si los arqueólogos están arribando a una mejor comprensión de la evolución cultural, debemos reconocer que las concepciones actuales de este cambio abarcan una variedad de variables vagamente relacionadas. Podría afirmar que no es productivo hablar de evolución cultural como un fenómeno unitario, medible en términos de tipos o como una única variable. Debemos eliminar primero conceptos categóricos que nos fuerzan a pensar la evolución cultural en términos de una cosa u otra; esto es, si las sociedades son jefaturas o estados, simples o complejas. Segundo, debemos disgregar los conceptos compuestos tales como complejidad, dentro de sus variables constituyentes y estudiar la interacción de estas variables. Para cumplir con esto, enfoco la naturaleza del cambio evolutivo en la estructura social. Hay pocas dudas de que la estructura social del sistema industrial del mundo moderno es en algún sentido más compleja que la de las bandas de cazadores recolectores Pleistocénicos. Además existe un acuerdo general en que los elementos constituyentes de este cambio incluyen un incremento de la desigualdad y en la diferenciación. El modelo para el cambio evolutivo en la estructura social que propongo reconoce la centralidad de estos dos procesos para la teoría evolutiva más temprana y la posición de numerosos teóricos sociales de que la estructura social incluye esencialmente dos variables: desigualdad y heterogeneidad (Blau, 1977). Heterogeneidad se refiere a la distribución de la población entre grupos sociales. Desigualdad hace referencia al acceso diferencial a los recursos materiales y sociales dentro de una sociedad. Estas dos variables especifican los ejes vertical y horizontal de la estructura social, y su interacción define la forma de cualquier sociedad dada, considerando como estos cambios interrelacionados producen un modelo evolutivo de la estructura social. El modelo desafía varios postulados ampliamente aceptados acerca de la naturaleza de la evolución cultural. Más importante, intenta demostrar que la desigualdad y la heterogeneidad no siempre se correlacionan positivamente. En el amplio espectro de la evolución cultural, estas variables están primero correlacionadas positivamente y más tarde correlacionadas negativamente. Además el modelo se introduce dentro de las cuestiones de la existencia de una gran división o “momento decisivo” de la evolución cultural entre sociedades estatales y no estatales. Reconozco el modelo propuesto como una serie de hipótesis que buscan dar cuenta de los muchos desarrollos paralelos que vemos en la evolución cultural. Como hipótesis, están sujetas a verificación empírica. La última parte de este capítulo especifica cómo las variables de heterogeneidad y desigualdad se pueden medir arqueológicamente en una región, el Sudoeste de Estados Unidos. Escalones hacia la complejidad: una aproximación tipológica a la evolución cultural La mayoría de la teorías sobre la evolución cultural que comienzan con el filósofo italiano Vico (1948) y continúan hasta hoy, han sido tipológicas. Estas representan una posición teórica concerniente tanto a la naturaleza de la evolución cultural como a una metodología para el estudio de la evolución cultural. Varios investigadores han atacado el uso de las aproximaciones tipológicas en arqueología (Dunnel 1980; Kehoe, 1981; Steponaitis, 1981; Wenke, 1981; Yoffee, 1979). Se hace cada vez más obvio que las insuficiencias teóricas de estas aproximaciones son a menudo cuestionables y que su uso como metodología estorba el estudio de la evolución cultural. Las teorías tipológicas de la evolución tales como la de Fried (1967) y la de Service (1975) afirman básicamente que en caso de desarrollo prístino, las culturas deben pasar por una serie de estadios secuenciales. Muchos investigadores tales como Wright (1977a:301), sostienen que estos estadios tienen realidad empírica y no son un dispositivo útil de la clasificación o construcción del investigador. Cada estadio representa un set de relaciones económicas y sociales que determinan la naturaleza de la cultura en ese estadio. Estos estudios simplificados, conforman una evolución cultural unilineal en términos de un proceso unidireccional simple de cambio que afecta todos los aspectos de la cultura y en términos de un conjunto de pasos limitados. La validez de tal teoría depende de la verificación de las culturas agrupadas en estadios discretos a lo largo de una escala evolutiva y de la demostración de que el cambio evolutivo es reducible a un único proceso que determina la naturaleza de todos los aspectos de la cultura. Aunque Steward (1955) refutó la teoría del esquema de estadios, lo utilizó como una metodología tipológica. Estableció una clasificación de eras (incluyendo caza- recolección, agricultura incipiente, y el formativo) para identificar paralelismos en la evolución cultural (Steward, 1949). Para Steward estas eras no eran estadios de desarrollo empíricamente reales, sino más bien una categorización conveniente ordenada que permite comparaciones interculturales de un proceso de cambio continuo subyacente. Más recientemente, Sanders y Webster (1978) han desafiado la teoría unilineal. Ellos concluyen que el supuesto tanto de un proceso único de evolución como de una secuencia inevitable de estadios es inadecuado para explicar la variabilidad obvia en las secuencias de evolución cultural documentadas en arqueología. Estos autores puntualizan con acierto que las proposiciones teóricas de la teoría unilineal sólo pueden ser testeadas usando una aproximación multilineal. Esto es, la existencia de estadios universales y un proceso único de evolución sólo puede ser establecido por identificaciones consistentes de estos estadios y de este proceso en líneas evolutivas específicas. También reconocen los límites de la metodología del esquema de estadios y recomiendan la construcción de una tipología de grano fino para facilitar los estudios multilineales. A pesar de estas observaciones, Sanders y Webster continúan usando la vieja tipología unilineal en su propio modelo de cambio evolutivo. Una metodología tipológica pone numerosas limitaciones a nuestro estudio de la evolución cultural. Como señaló Plog (1974, 1977), esto hace que estemos buscando explicar una serie de tipos en lugar de un proceso; esto nos fuerza a pensar en el cambio en términos de unidades discontinuas más que como un flujo continuo. Por lo tanto tratamos nuestras variables dependientes como una categoría, el punto es por qué algunas sociedades son complejas y otras no o por qué el estado surge en Mesopotamia. Tal aproximación inevitablemente degenera en argumentos taxonómicos: ¿qué es una sociedad simple? ¿qué es un estado? Al transformar los tipos en variables eliminamos las decisiones “o” (“o esto o aquello”) que son inherentes a una metodología tipológica y así los argumentos tipológicos son irrelevantes. La pregunta deja de ser si una sociedad es compleja o no y en su lugar pasa a ser “¿Cuál es el grado de complejidad en una sociedad y de qué manera es compleja?”. Segundo, tipologizando a las sociedades subsumimos (abarcamos) un rango potencialmente amplio de procesos evolutivos en un único nivel. Estamos forzados a asumir que todos los aspectos de la cultura siguen la misma trayectoria de cambio en proporciones comparables. Esto lleva a una visión mecánica de la evolución cultural debido a que no podemos especificar las relaciones lógicas entre las variables causales y el sistema social que ellas afectan. Esto requiere modelos sistémicos de los procesos de evolución. Antes de poder especificar cómo cambia la complejidad cultural, debemos ser capaces de especificar las relaciones sistémicas dentro de una sociedad que hacen que esta sea compleja y las consecuencias del cambio en estas interrelaciones. Con el objeto de arribar a tal modelo, debemos disgregar el concepto compuesto de complejidad cultural en sus elementos constituyentes y especificar las interrelaciones entre estos elementos. Entonces, podemos aplicar la teoría causal para explicar cuales de estos elementos y relaciones evolucionan. La complejidad cultural como variable: el método holístico y la teoría de sistemas. Los arqueólogos y antropólogos culturales han sentado las bases para transformar la complejidad cultural de un concepto en una variable y para disgregar el concepto en sus elementos constitutivos. Los antropólogos interculturales han desarrollado varios métodos para medir la complejidad cultural, pero su aproximación no ha guiado a un modelo sistémico del cambio en la complejidad. Algunos arqueólogos han establecido una base en tal modelo, pero sus formulaciones están limitadas por una visión de “pisos de torta” (torta de pisos) de la estratificación y la estructura social. Los antropólogos interculturales (cross-cultural), utilizando el método holístico, han prestado mucha atención a el problema de la evolución cultural, haciendo avances notables más allá de la aproximación del esquema de estadios (McNett, 1970,1979). Ellos han utilizado una variedad de técnicas que incluyen el ordenamiento por índices (indexing) (Bowden, 1969b, 1972; Naroll, 1956; Tatje y Naroll, 1970) la escala de Guttman (Carneiro, 1962,1967, 1970a, 1973; Freeman, 1957) y el análisis factorial (Erickson, 1972, 1977b; Lomax y Berkowitz, 1972; McNett, 1970; Sawyer y Levine 1966) para medir a las sociedades en una escala unilineal. Todos estos análisis han utilizado el concepto de complejidad cultural y definieron la complejidad como el grado de diferenciación funcional en una sociedad. A pesar de las diferencias en las aproximaciones, estas escalas muestran una remarcable coincidencia en el orden de las sociedades y en las variables que definen como claves. Muchos de estos estudios (Bowden, 1972; Carneiro, 1967; Ember 1963; Naroll, 1956; Naroll y Margolis, 1974) sugieren una fuerte correlación entre la densidad de la población (o tamaño máximo del asentamiento) y la complejidad de la estructura social. Los estudios basados en análisis factorial (por ejemplo Erickson, 1972, 1977a, 1977b; Lomax y Berkowitz, 1972; McNett, 1973; Sawyer y Levine, 1966) y en el análisis de Bowden muestran claramente que no todos los aspectos de la cultura pueden ser acomodados en una escala evolutiva simple. Todos los métodos utilizados por los antropólogos interculturales para arribar a escalas evolutivas sufren de limitaciones inherentes; específicamente descartan datos y minimizan la varianza. El ordenamiento por índices o listas (indexing) reduce varias variables a un único resultado, de este modo promedian los efectos de las variables que componen el índex (la lista) aún cuando algunas de éstas variables están negativamente correlacionadas. El análisis factorial, aún agrupando más variables, tiene resultados similares. Como reconoce Carneiro (1967.235) explícitamente, la escala de Guttman desecha información reduciendo variables continuas a datos de presencia/ausencia, de este modo reduce la precisión de las medidas y el poder estadístico del resultado del análisis. La escala de Guttman tampoco evalúa la correlación entre rasgos, por lo tanto es posible tratar como variables independientes varios rasgos que de hecho miden el mismo fenómeno subyaciente. Parcialmente como resultado de este problema metodológico, la relación conceptual entre las mediciones y la teoría es pobre, causando que en el análisis se confundan las variables dependientes e independientes. Por ejemplo, el análisis factorial de Lomax y Berkowitz (1972) incluye la estratificación social, una variable que la mayoría de los investigadores quieren estudiar, y el valor calórico de la producción, una explicación usada a menudo para los cambios en la estratificación social. Si la medida para la complejidad incluye una variable tal como tamaño de la población sería circular entonces usar la medida de complejidad para comprobar (test) la correlación del tamaño de la población con la complejidad. Muchos estudios intentan hacer tal correlación. A fines de los ’60 y principios de los ’70 apareció una fructífera línea de estudios que utilizaron la teoría general de sistemas y la información teórica aparecida en los trabajos de varios arqueólogos (Clarke, 1968; Flannery, 1972; Wright y Johonson, 1975). Flannery (1972) en un artículo pionero para esta aproximación, utiliza una síntesis de la teoría unilineal de Fried (1967) y Service (1972) pero compuesto dentro de un marco de estudio que excede las limitaciones de la metodología tipológica. Flannery define complejidad cultural como una variable que consiste en la segregación (la cantidad de diferenciación interna de un sistema) y centralización (el grado de conexión entre controles de orden más alto y los diversos subsistemas de una sociedad). Flannery reconoce que la explicación de la evolución cultural requiere de una comprensión de los procesos por los cuales la segregación y la centralización tienen lugar, el mecanismo por el cual ocurren y las tensiones socioambientales que disparan tales mecanismos. En las primeras dos partes de su triple programa de investigación, Flannery intenta formular un modelo para la complejidad cultural. Flannery basa su modelo en la teoría de flujo de información de una sociedad. Ve la estructura social como un sistema ordenado jerárquicamente: subsistemas discretos con un aparato de control que regula cada subsistema para mantener la homeostasis. Propone dos mecanismos evolutivos (promoción y linealidad) y tres patologías (intromisión, usurpación e hipercoherencia). Estos mecanismos promueven tanto el incremento como el decrecimiento de la segregación y de la centralización. Flannery completa el modelo especificando 15 reglas para la relación del ambiente y el stress sociológico con sus mecanismos evolutivos y patologías pero nunca especifica cómo se puede aplicar el modelo. El énfasis sobre la homeostasis mantiene este modelo en acuerdo con la típica aproximación del esquema de estadios, pero, descartarlo completamente desde la base sería ignorar sus potencialidades estructurales que arrojan luz sobre lo que hace a una sociedad más compleja. Johnson (1973, 1978) y Wright y Johnson (1975) también han utilizado esta información teórica, pero han arribado a un modelo diferente del de Flannery. En su primera formulación utilizan estadios unilineales y miden la complejidad por la cantidad de niveles de toma de decisión de una sociedad. Johnson (1973:3) inicialmente definió un estado como una sociedad que tiene como mínimo tres niveles jerárquicos de toma de decisiones. Wright y Johnson (1975) subsecuentemente desarrollaron este modelo en una formulación más compleja, incorporando varias fuentes y canales de flujo de información diferentes. Johnson (1978:109) en su último artículo sobre este tema, ha continuado conectando la información teórica a una teoría de la evolución unilineal escalonada. Richard Blanton (1975, 1976, 1978) parte de una perspectiva similar a la de Wright y Johnson pero Blanton pone el énfasis sobre la jerarquía de decisiones por medio de un enfoque sobre el comercio y los sistemas de intercambio. Varios investigadores han aplicado la teoría de la información para interpretar la evolución cultural de una localidad específica (Saxe, 1977; Renfrew, 1972) pero esta aplicación no ha guiado a la formulación de un mejor modelo estructural sobre la complejidad. Tainter (1977) ha hecho un progreso, utilizando información de esta teoría. Este modelo es preferible a los anteriores, teórica y metodológicamente, debido a que no se ata a una visión unilineal de la evolución y por que no contiene supuestos de homeostasis. Tainter (1977) (ver también Cordy, 1981) basa su modelo sobre la consideración de Blau de la diferenciación dentro de las organizaciones. Plantea dos dimensiones de la estructura social, una vertical y una horizontal. Como otros teóricos sistémicos, ve el incremento de la complejidad como un proceso de incremento del número de niveles a lo largo de la dimensión vertical. Propone que la medida de información de Shannon (1949:50-1) sea usada para medir los constreñimientos (restricciones) organizacionales en una sociedad y que la medida de status posicional o estructural de Harry (1959:23-25) sea usada para medir la diferenciación de ranking. A pesar de los aspectos controvertidos del análisis de Tainter (Braun, 1981), el mismo provee una medida más sofisticada de la complejidad social que el de Wright y Johnson, el cual cuenta los niveles jerárquicos. El uso de la teoría de sistemas y la teoría de la información en la formulación de teorías de evolución social recientemente ha recibido muchas críticas (Dunnel, 1980; Salmon, 1978, 1980; Wenke, 1981). Estos ataques se han emparejado tanto por el uso de modelos funcionales como por el uso de la teoría de sistemas y de información. En un nivel más amplio Salmon (1978) ha cuestionado la utilidad de la teoría general de sistemas para cualquier emprendimiento arqueológico, mientras que Dunnell (1980), Athens (1977), Sanders y Webster (1978 y Wenke (1981) han atacado su aplicación al estudio de la evolución cultural. Todos estos autores critican los modelos sistémicos por ser modelos funcionales de cómo trabaja el sistema social y por no ser explicaciones causales que dan cuenta del cambio. Wenke (1981:101) admite que los modelos sistémicos pueden proveer buenas descripciones del funcionamiento social, pueden atraer nuestra atención hacia amplias comparaciones entre sociedades complejas y pueden focalizar nuestra atención sobre las clases estructurales de relaciones causales, pero argumenta que no pueden responder muchas preguntas importantes acerca de la evolución social. Aquí es importante la distinción entre explicación causal del cambio y modelos funcionales o sistémicos de un fenómeno. Puesto que algunos autores han reclamado que los modelos sistémicos explican el proceso de evolución cultural, muchas de estas criticas son válidas. Sin embargo es cuestionable que una teoría útil de la evolución cultural pueda ser construida sin referencia a tales modelos sistémicos. Antes de que podamos explicar cómo se origina o cambia un fenómeno, tal como complejidad cultural, debemos tener primero un modelo sistémico de ese fenómeno. Tal modelo definiría a algunas sociedades como más complejas que otras y especificaría las relaciones y tipos de cambio en tales relaciones que llevan a una mayor o menor complejidad. La explicación de la evolución cultural no requiere de la oposición entre modelos causales y sistémicos sino más bien su integración. En este momento, los modelos sistémicos más sofisticados para la complejidad cultural son aquellos propuestos bajo la rúbrica de teoría general de sistemas o teoría de la información. Estos han disgregado la complejidad cultural en sus elementos constitutivos y han intentado (o al menos recomiendan) que estos elementos sean tratados como variables. Lamentablemente, estos modelos, y el pensamiento arqueológico en general, incorporan una noción jerárquica simplista de la estructura social: el modelo de “pisos de torta” de la estratificación social. |