Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasias






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FUNDAMENTOS DEL LENGUAJE

PARTE II:

DOS ASPECTOS DEL LENGUAJE Y DOS TIPOS DE AFASIAS
por Roman JAKOBSON

I. La afasia como problema lingüístico
Si la afasia es un trastorno del lenguaje, según sugiere el propio término, entonces todo intento de descripción y clasificación de los síndromes afásicos debe empezar por la cuestión de saber cuáles son los aspectos del lenguaje alterados en las diversas clases de afasia. Este problema, que hace ya tiempo que abordó Hughlings Jackson1, no puede resolverse sin la colaboración de lingüistas profesionales familiarizados con la estructura y el funcionamiento del lenguaje. Para estudiar adecuadamente una ruptura en las comunicaciones, es preciso haber entendido previamente la naturaleza y la estructura del modo particular de comunicación que ha dejado de funcionar. La lingüística tiene como objeto el lenguaje en todos sus aspectos: el lenguaje en acto [el habla], el lenguaje en evolución (drift)2, el lenguaje en la etapa de su formación3 y el lenguaje en trance de descomposición [lo que es el caso en las afasias].

Hay en la actualidad psicopatólogos que conceden considerable importancia a los problemas lingüísticos, propiamente dichos, implicados en el estudio de los trastornos del lenguaje4; algunos de estos problemas han sido abordados en los mejores tratados recientes sobre la afasia5. Y, sin embargo, en la mayor parte de los casos, se ignora esta justa insistencia en la contribución de los lingüistas a las investigaciones sobre la afasia. Por ejemplo, un libro reciente que trata ampliamente los complejos e intrincados problemas de la afasia infantil pide que se coordinen los esfuerzos de varias disciplinas, reclamando la cooperación de otorrinolaringólogos, pediatras, audiólogos, psiquiatras y educadores; pero se pasa por alto la ciencia del lenguaje, como si las alteraciones en la percepción del habla no tuvieran nada que ver con el lenguaje6. Esta omisión es tanto más lamentable cuanto que el autor es director de estudios clínicos sobre afasia y audición infantil en la Northwestern University, que cuenta entre sus lingüistas a Werner F. Leopold, con mucho el mejor especialista americano en lenguaje infantil.

También los lingüistas son responsables del retraso con que se ha emprendido una investigación conjunta sobre la afasia. Con respecto a los afásicos no se ha realizado nada comparable a la detallada investigación lingüística llevada a cabo con niños de varios países, ni tampoco se ha intentado interpretar y sistematizar desde el punto de vista lingüístico los múltiples datos clínicos de que disponemos sobre diversos tipos de afasia. Esto es aún más sorprendente desde el momento en que, por un lado, el notable progreso de la lingüística estructural ha proporcionado al investigador instrumentos y métodos eficaces para el estudio de la regresión verbal y que, por otro, la desintegración afásica de las estructuras verbales puede abrir al lingüista nuevas perspectivas sobre las leyes generales del lenguaje.

La aplicación de criterios puramente lingüísticos a la interpretación y clasificación de los datos sobre la afasia puede suponer una contribución esencial a la ciencia del lenguaje y de sus alteraciones, siempre que los lingüistas permanezcan tan cuidadosamente prudentes en el manejo de los datos psicológicos y neurológicos como lo han venido siendo en su propio terreno. Ante todo, tendrían que familiarizarse con los términos y procedimientos técnicos de las disciplinas médicas que se aplican al estudio de la afasia, sometiendo los informes sobre casos clínicos a un análisis lingüístico completo y, además, tendrían que trabajar ellos mismos con pacientes afásicos para conseguir información directa en vez de contentarse con reinterpretar observaciones concebidas y realizadas con miras muy distintas de las suyas.

Los psicólogos y lingüistas que durante los últimos veinte años se han enfrentado con los fenómenos afásicos se han mostrado notablemente de acuerdo en lo que respecta a cierto aspecto de éstos: la desintegración de la trama sonora [el sistema fónico]7. Esta disolución sigue un orden temporal de gran regularidad. La regresión afásica ha resultado ser un espejo de la adquisición de los sonidos del habla por parte del niño, mostrando el desarrollo de éste a la inversa. Más aún: la comparación del lenguaje infantil y la afasia nos permite establecer ciertas leyes de implicación. Esta investigación sobre el orden de adquisiciones y pérdidas y de las leyes generales de implicación no puede limitarse al sistema fonológico [estructura fonemática], sino que debe extenderse al sistema gramatical. Tan sólo se ha hecho un pequeño número de intentos en esta dirección, y estos esfuerzos merecen continuarse8.

II. El doble carácter del lenguaje
Hablar implica efectuar dos series de operaciones simultáneas: por un lado, supone la selección de determinadas entidades lingüísticas [por ejemplo, cierta cantidad de palabras del léxico] y, por el otro su combinación en unidades lingüísticas de un nivel de complejidad superior [de este modo se realiza una división del lenguaje según dos direcciones: la de las selecciones y la de las combinaciones]. Esto se ve claramente al nivel del léxico: el hablante [locutor] selecciona palabras y las combina formando frases de acuerdo con el sistema sintáctico de la lengua que emplea, y a su vez, las oraciones se combinan en enunciados. Pero el hablante no es en modo alguno un agente totalmente libre en su elección de palabras: la selección (excepto en el caso infrecuente de un auténtico neologismo) debe hacerse a partir del tesoro léxico que él mismo y el destinatario del mensaje tienen en común. El ingeniero de comunicaciones se aproxima particularmente a la esencia del acto del habla cuando admite que, en el caso de un intercambio óptimo de información, el sujeto hablante y el oyente tienen a su disposición más o menos el mismo “fichero de representaciones prefabricadas9: el emisor [destinador] de un mensaje verbal escoge una de estas “posibilidades preconcebidas” y el receptor [destinatario] se supone que hace una elección idéntica a partir del mismo conjunto de “posibilidades ya previstas y preparadas”. Así, el acto de hablar requiere, para ser eficaz, el uso de un código común por parte de aquellos que intervienen en él.
«‘¿Has dicho pig (cerdo) o fig (higo)?’ dijo el Gato. ‘He dicho pig (cerdo)’ replicó Alicia»10. En este enunciado concreto, el receptor felino trata de captar nuevamente una elección lingüística realizada por el emisor. En el código común al Gato y a Alicia, es decir, en el inglés hablado, la diferencia de una oclusiva y una fricativa, en un contexto por lo demás idéntico, puede cambiar el sentido del mensaje. Alicia había usado el rasgo distintivo “oclusiva/fricativa”, rechazando el segundo y eligiendo el primero de los dos miembros de la oposición, y había combinado esta solución, en el mismo acto verbal, con varios otros rasgos simultáneos, usando el carácter grave y tenso de /p/ en contraposición a lo agudo de /t/ y a lo flojo de /b/. De este modo, todas las características citadas se han combinado en un haz (bundle) de rasgos distintivos: lo que se llama un fonema [Véase en nuestra “Actualización de las afasias” cómo ocurre este fenómeno en el cerebro al nivel microscópico en la corteza cerebral]. Al fonema /p/ seguían fonemas /i/ y /g/, que a su vez son también haces de rasgos distintivos articulados [producidos] simultáneamente. Así pues, la concurrencia [competencia] de entidades simultáneas y la concatenación de entidades sucesivas son los dos modos según los cuales los hablantes combinamos los elementos [constituyentes] lingüísticos [En la actualidad sabemos que el mecanismo por el que se seleccionan desde los fonemas hasta las palabras, las oraciones y los discursos, es un mecanismo de clonación y competencia entre otras posibilidades, lo que Calvin ha llamado “máquinas de Darwin”, que siguen el esquema de normas descrito en la página 7 del artículo citado. Además, la formación de oraciones requiere la selección de palabras a partir de las llamadas “clases lingüísticas cerradas”. Debemos concluir también, que sin la colaboración entre neurofisiólogos, lingüistas y neuropsicólogos, estos conocimientos no pasarían de ser teoría, pero que han sido corroborados y ampliados].

Ni los haces como /p/ o /f/ ni las series de haces como /pig/ o /fig/ son inventados por el hablante que los emplea. Como tampoco el rasgo distintivo “stop versus continuant[que puede traducirse como “detención versus continuación”, “discontinuo versus continuo” o, mejor aún “oclusivo versus aperturista”] o el fonema /p/ puede aparecer fuera de un contexto. El rasgo oclusivo [“stop feature”] aparece combinado con algunos otros rasgos concurrentes [with certain others concurrent features] y el repertorio de combinaciones de estos rasgos junto a fonemas tales como /p/, /b/, /t/, /d/, /k/, /g/, etc., está limitado por el código de cada lengua en cuestión. El código fija [impone] limitaciones [The code sets limitations] a las posibles combinaciones del fonema /p/ con los fonemas que lo preceden o siguen; y solo una parte de la secuencia permitida de fonemas es actualmente utilizada por el repertorio [stock] léxico de una lengua determinada. Incluso cuando teóricamente son posibles otras combinaciones de fonemas, el hablante, por regla general, es sólo un usuario de palabras [word-user] y no un acuñador [creador] de palabras [word-coiner]. Cuando nos enfrentamos con determinadas palabras, esperamos que sean unidades codificadas. Para comprender la palabra nylon, es necesario comprender el significado asignado a este vocablo en el léxico del moderno inglés [In order to grasp the Word nylon one must know the meaning assigned to this vocable in the lexical code of modern English].

En toda lengua existen también grupos de palabras codificadas llamadas en inglés palabras-frase [frases hechas, en castellano] [phrase-words]. El significado del modismo ¿qué tal va eso? [The meaning of the idiom how do you do] no puede ser deducido de la suma de los significados de sus elementos léxicos constitutivos; el todo no es igual a la suma de las partes. Aquellos grupos de palabras que se comportan a este respecto como una sola palabra, constituyen un caso frecuente, pero, sin embargo, marginal. Para comprender la inmensa mayoría de los grupos de palabras basta con conocer sus elementos y las reglas sintácticas de su combinación. Dentro de estas limitaciones tenemos libertad para variar los contextos de las palabras [Véase el interesante diccionario Redes realizado según este principio (Cf. BOSQUE, Ignacio, Diccionario Redes. Diccionario combinatorio del español contemporáneo, Ed SM)]. Esta libertad es, por supuesto, relativa, y considerable la presión de los clichés habituales sobre nuestra elección de combinaciones. Pero es innegable que existe cierta libertad para componer contextos completamente nuevos, pese a la relativamente baja probabilidad estadística de su ocurrencia.

Por tanto, en la combinación de las unidades lingüísticas existe y seguimos una escala de libertad creciente. En la combinación de rasgos distintivos para constituir fonemas, la libertad del hablante individual es nula; el código tiene ya establecidas todas las posibilidades utilizables en la lengua en cuestión. La libertad de combinar los fonemas en palabras se circunscribe al caso marginal de la acuñación de términos [creación de palabras]. El hablante se halla menos coartado cuando se trata de formar frases con las palabras. Y, finalmente, la acción coactiva de las reglas sintácticas cesa a la hora de combinar frases en enunciados, aumentando así considerablemente la libertad de cada hablante para crear nuevos contextos, aunque tampoco aquí se pueda pasar por alto lo estereotipado de numerosos enunciados.

Todo signo lingüístico se dispone según dos modos:
1) La combinación.- Todo signo está formado de otros signos constitutivos y / o aparece únicamente en combinación con otros signos. Esto significa que toda unidad lingüística sirve a la vez como contexto para las unidades más simples y / o encuentra su propio contexto en una unidad lingüística más compleja. De aquí que todo agrupamiento efectivo de unidades lingüísticas las englobe en una unidad superior: combinación y contextura son dos caras de la misma operación.

2) La selección.- Una selección entre alternativas implica la posibilidad de sustituir una por la otra, equivalente a la anterior en un aspecto y diferente de ella en otro. De hecho, selección y sustitución son dos caras de la misma operación.

Ferdinand de Saussure advirtió claramente el papel fundamental que estas dos operaciones desempeñan en el lenguaje. Sin embargo, de las dos variedades de combinación —concurrencia y concatenación—, el lingüista de Ginebra sólo reconoció la segunda, la sucesión temporal. Pese a su propia intuición del fonema como conjunto de rasgos distintivos concurrentes (éléments differérentiels des phonèmes [en francés en el original]), el científico sucumbió al prejuicio tradicional acerca del carácter lineal del lenguaje «qui exclut la possibilité de prononcer deux éléments à la fois» [en francés en el original]11

A fin de delimitar los dos modos de relación que hemos descrito como combinación y selección, F. de Saussure establece que el primero «es in praesentia; se apoya en dos o más elementos igualmente presentes en una serie efectiva», mientras que el segundo «une términos in absentia en una serie mnemónica virtual». Es decir, la selección (y, correspondientemente, la sustitución) se refiere a entidades asociadas en el código, pero no en el mensaje dado, mientras que, en el caso de la combinación, las entidades a que se refiere se hallan asociadas, bien en ambos, bien solamente en el mensaje. El receptor percibe que la elocución dada [the given utterance] (mensaje) es una combinación de partes constitutivas (frases, palabras, fonemas, etc.) seleccionadas del repertorio [repository: depósito, archivo, repertorio] de todas las partes constitutivas posibles (código) [of all possible constituent parts (code)]. Los elementos de un contexto se encuentran en situación de contigüidad, mientras que en un grupo de sustituciones los signos están ligados entre sí por diversos grados de similitud, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos y el núcleo común de los antónimos.

Estas dos operaciones proporcionan a cada signo lingüístico dos conjuntos de interpretantes [interpretants], por emplear el útil concepto que introdujo Charles Sanders Peirce12: dos referencias sirven para interpretar el signo: una, el código y otra el contexto, ya sea éste codificado o libre; y en cada uno de esto modos, el signo se ve remitido a otro conjunto de signos lingüísticos, mediante una relación de alternación en el primer caso, y de yuxtaposición en el segundo. Una unidad significativa determinada puede sustituirse por otros signos más explícitos del mismo código, revelando así su sentido general, mientras que su significado contextual viene definido por su relación con otros signos dentro de la misma serie.

Los elementos constitutivos de todo mensaje están ligados necesariamente con el código por una relación interna, y con el mensaje por una relación externa. El lenguaje, en sus diversos aspectos, emplea ambos modos de relación. Tanto si se intercambian mensajes como si la comunicación se dirige unilateralmente del emisor al receptor, debe existir cierta contigüidad entre los protagonistas de un acto verbal para que esté asegurada la transmisión del mensaje. La separación espacial, y con frecuencia temporal, entre dos individuos, emisor y receptor se ve salvada por una relación interna: debe haber cierta equivalencia entre los símbolos usados por el emisor y los que el receptor conoce e interpreta. Sin semejante equivalencia el mensaje es infructuoso y aún cuando alcanza al receptor, no le afecta.

III. el trastorno de la semejanza
Está claro que los trastornos del habla pueden afectar en grado variable la capacidad del individuo para combinar y seleccionar las unidades lingüísticas; de hecho, la cuestión de saber cuál de estas dos operaciones resulta principalmente dañada, alcanza notable importancia en la descripción, análisis y clasificación de las diversas formas de afasia. Esta dicotomía es tal vez aún más sugestiva que la distinción clásica (que no discutiremos ya en este artículo) entre afasia emisora y receptora, que indica cuál de las dos funciones utilizadas en los intercambios lingüísticos, la codificación o la decodificación de los mensajes verbales, se ve particularmente afectada.

Head intentó clasificar los casos de afasia en grupos definidos13 y asignó a cada una de estas variedades «un nombre escogido para señalar la deficiencia más marcada que manifiesten en el manejo y la comprensión de palabras y frases» (p. 412). Siguiendo este método distinguiremos dos tipos básicos de afasia, según que la principal deficiencia resida en la selección y la sustitución, con relativa estabilidad de la combinación y la contextura, o bien, a la inversa, en la combinación y la contextura, con relativa conservación de la selección y la sustitución normales. Al esbozar estos dos modelos opuestos de afasia, voy a utilizar principalmente datos de Goldstein.

Para los afásicos del primer tipo (los de la selección deficiente), el contexto constituye un factor indispensable y decisivo. Cuando se les muestran retazos de palabras o frases, tales pacientes las completan rápidamente. Hablan por pura reacción: mantienen fácilmente una conversación, pero les es difícil iniciar un diálogo; son capaces de replicar a un interlocutor real o imaginario cuando son, o creen ser, los destinatarios del mensaje. Les cuesta especialmente practicar, e incluso comprender, un discurso cerrado como el monólogo. Cuanto más dependan sus palabras del contexto, más éxito tendrán en sus esfuerzos de expresión. Se muestran incapaces de articular una frase que no responda ni a una réplica de su interlocutor ni a la situación que se les presenta. La frase “está lloviendo” no puede articularse a menos que el sujeto vea realmente que llueve. Cuanto más profundamente se inserte el enunciado en el contexto (verbal o no verbalizado), más probable se hace que esta clase de pacientes llegue a pronunciarlo.

De igual modo, la palabra menos afectada por la enfermedad será la que más dependa de otras de la misma frase y la que más se refiera al contexto sintáctico. Así, son más resistentes las palabras sometidas sintácticamente al régimen o la concordancia gramaticales, mientras que tiende a omitirse el principal agente subordinador de la oración, es decir, el sujeto. Como es en el primer paso donde el paciente tropieza con su principal obstáculo, es obvio que fracasará precisamente en el punto de partida, la piedra angular de la estructura de la oración. En este tipo de trastorno del lenguaje, las frases se conciben como secuelas elípticas que han de completar las dichas, cuando no imaginadas, con anterioridad, por el afásico mismo, o recibidas por él de un interlocutor que también puede ser ficticio. Las palabras clave pueden saltarse o reemplazarse por sustitutos anafóricos abstractos14. Como ha señalado Freud15, un nombre específico se reemplaza por otro, muy general, como machin o chose en el habla de los afásicos franceses [Es decir, se conserva la dimensión del concepto, pero falla la obtención de la palabra adecuada]. En un caso alemán dialectal observado por Goldstein (p. 246 ss.; p. 64 de la trad.), Ding (cosa) o Stückle (trozo) reemplazaban todos los nombres inanimados y überfharen (realizar), todos los verbos que podían identificarse a partir del contexto o de la situación y que por consiguiente parecían superfluos a los ojos del enfermo (p. 246 ss.).

Las palabras dotadas de una referencia inherente al contexto, como los pronombres y los adverbios pronominales, y las que sólo sirven para construir el contexto, como las partículas auxiliares y de conexión tienen grandes probabilidades de sobrevivir [En la actualidad sabemos que se localizan en lugares diferentes del cerebro]. Servirá como ilustración un típico enunciado de un paciente alemán, recogido por Quensel y citado por Goldstein (p. 302; 315 de la trad. cast.):

«Ich bin doch hier unten, na wenn ich gewesen bin ich wees nich, we das, un wen ich, ob das nun doch, noch, ja. Was Sie her, wenn ich, och ich weess nicht, we das hier war ja…»

Vemos, pues, cómo sólo el armazón, los eslabones de la comunicación, se conservan cuando este tipo de afasia ha alcanzado su etapa crítica.

Desde la alta Edad Media, la teoría del lenguaje viene afirmando insistentemente que la palabra aislada de un contexto carece de significado. Esta afirmación, sin embargo, sólo es válida en el caso de la afasia o, más exactamente, de un tipo de afasia. En los casos patológicos a que nos estamos refiriendo, una palabra aislada no significa otra cosa que “bla, bla, bla”. Numerosos tests han descubierto que para tales pacientes dos apariciones de la misma palabra en contextos diferentes son meros homónimos. Dado que los vocablos distintivos transmiten más información que los homónimos, algunos afásicos de este tipo tienden a reemplazar las variantes contextuales de una misma palabra por diferentes términos, cada uno de los cuales es específico para un entorno dado. Así, la paciente de Goldstein no pronunciaba nunca la palabra cuchillo sola, sino que, según su uso y circunstancias, llamaba al cuchillo alternativamente cortaplumas, mondador, cuchillo de pan o cuchillo y tenedor (p. 62; 66 de la trad. cast.); de esta forma, la palabra cuchillo, forma libre, capaz de presentarse aislada, se convertía en una forma ligada.

«Tengo un piso muy bonito, vestíbulo, dormitorio, cocina», dice la paciente de Goldstein. «No, también hay pisos grandes, sólo en la parte de atrás viven los solteros» En lugar de solteros, podría haber escogido una forma más explícita, el grupo gente no casada, pero la hablante prefirió emplear un solo término; cuando se le insistió para que respondiera lo que era un soltero, la paciente no contestó: «aparentemente estaba distraída» (p. 270; p. 283 de la trad. cast.). Una respuesta como «un soltero es un hombre que no está casado» o «un hombre que no está casado es un soltero» hubiera supuesto una predicación en forma de ecuación y, por lo tanto, la proyección de un conjunto o grupo de sustitución tomado del código léxico de la lengua dentro del contexto del mensaje dado. Los términos equivalentes se transforman en partes correlativas de la frase y como tales ligadas por la contigüidad. La paciente era capaz de escoger el término adecuado, soltero, cuando se apoyaba en el contexto de una conversación habitual sobre los «pisos de soltero», pero no podía utilizar el grupo de sustitución soltero = hombre no casado como tema de la frase, porque se encontraba alterada su capacidad de efectuar selecciones y sustituciones autónomas. La ecuación proposicional que se pedía en vano a la paciente no transmite otra información que “soltero significa hombre no casado” o “un hombre no casado se llama soltero”.

La misma dificultad surge cuando se pide al paciente que nombre un objeto que el observador señala o maneja. El afásico cuya facultad de sustitución se encuentra alterada no podrá completar con el nombre de un objeto el gesto que hace el observador al indicarlo o tomarlo. En lugar de decir «eso se llama un lápiz», se contentará con añadir una observación elíptica acerca de su uso: «escribir». Si se halla presente uno de los signos sinónimos (como pueden serlo la palabra soltero o el gesto de señalar el lápiz), el otro signo (la locución hombre no casado o la palabra lápiz) se convierte en redundante y por tanto en superfluo. Para el afásico, ambos signos siguen una distribución complementaria; si el observador produce uno de ellos, el paciente evitará el otro; su reacción típica será lo de “lo entiendo todo” o “Ich weiss es schon (ya lo sé)”. Análogamente el dibujo de un objeto llevará a la supresión del término que lo designa: un signo verbal es reemplazado por un signo pictórico. Cuando se enseñó el dibujo de una brújula a un paciente de Lotmar, su respuesta fue: «Sí, es un... yo sé de qué se trata, pero no puedo recordar la expresión técnica... Si... dirección…para indicar la dirección... un imán señala el norte»16 [Este apunte de Jakobson sugiere que no hay, pues, una divisoria clara entre el sujeto de un discurso o del otro, esto es, el sujeto del discurso del paciente y el del explorador. El discurso es uno.]. Tales pacientes no consiguen pasar, como diría Peirce, de un índice o un icono al símbolo verbal correspondiente17.

Aun la simple repetición de una palabra resulta para el paciente una redundancia innecesaria, por lo que es incapaz de repetirla pese a las instrucciones que puedan dársele. Un paciente de Head al que se pedía que repitiera la palabra «no» repuso: «No, no sé cómo hacerlo». Aunque empleaba espontáneamente la palabra en el contexto de su respuesta, no podía expresar la forma más pura de predicación ecuacional, la tautología a = a: «no» es «no».

Una de las aportaciones de la lógica simbólica a la ciencia del lenguaje consiste en haber destacado la distinción entre lenguaje-objeto y metalenguaje. Como dice Carnap, «si queremos hablar acerca de cualquier lenguaje objeto, necesitamos un metalenguaje»18 En estos dos niveles del lenguaje pueden emplearse unos mismos recursos lingüísticos; así podemos hablar en inglés (tomándolo como metalenguaje) acerca de la lengua inglesa, tomada como lenguaje objeto, e interpretar las palabras y frases inglesas mediante sinónimos, circunloquios y paráfrasis también inglesas. Es evidente que tales operaciones, que los lógicos llaman metalingüísticas, no son un invento de éstos: lejos de darse únicamente en la esfera de la ciencia, forman parte integrante de nuestros hábitos lingüísticos. Dos interlocutores tratan a menudo de comprobar si ambos están refiriéndose a un mismo código. «¿Me sigues? ¿Entiendes lo que digo?» pregunta el que habla; o bien es el oyente quien interrumpe diciendo: «¿Qué quieres decir?». Entonces el emisor del mensaje sustituye el signo equívoco por otro del mismo código lingüístico, o por un grupo de signos codificados, tratando así de hacerlo más accesible al decodificador.

La interpretación de un signo lingüístico a través de otros de la misma lengua, que en determinados aspectos pueden considerarse homogéneos, es una operación metalingüística que también desempeña un papel esencial en el aprendizaje del lenguaje por parte de los niños. Observaciones recientes han mostrado lo importante del lugar que ocupa la charla acerca del lenguaje en la conducta verbal de los niños en edad preescolar. El recurso al metalenguaje es necesario tanto para la adquisición del lenguaje como para el normal funcionamiento de éste. La ausencia en los afásicos de la «capacidad de nombrar» es, propiamente, una pérdida de metalenguaje En realidad, los ejemplos de predicación ecuacional que se pedían en vano a los pacientes antes citados, son proposiciones metalingüísticas referidas a la lengua empleada. Su formulación explícita sería: «En el código que usamos, el nombre del objeto señalado es ‘lápiz’»; o bien «En el código que usamos, la palabra ‘soltero’ y la circunlocución ‘hombre no casado’ son equivalentes».

Los afásicos de este tipo no pueden pasar de una palabra a sus sinónimos o circunlocuciones ni a sus heterónimos, es decir, a las expresiones equivalentes en otros idiomas. La pérdida de la capacidad políglota y consiguiente confinamiento en una sola variedad dialectal de una única lengua son manifestaciones sintomáticas de este trastorno.

Un prejuicio antiguo, pero que reaparece con frecuencia, considera que la única realidad lingüística concreta es la de hablar de un individuo determinado en un momento dado, el llamado idiolecto. Contra esta concepción se ha objetado lo siguiente:

«Cuando se habla por primera vez con alguien, siempre se intenta, deliberadamente o no, dar con un vocabulario común: bien para agradar, bien para hacerse comprender, bien, finalmente, para librarse de él, se emplean los términos del interlocutor. En el lenguaje no hay nada que recuerde la propiedad privada: todo está socializado. El intercambio verbal, como toda otra forma de relación, requiere al menos la comunicación entre dos individuos; el idiolecto no es, pues, sino una ficción un tanto insidiosa»19

Es preciso, sin embargo, hacer una reserva: para un afásico que ha perdido la capacidad de “conmutación del código” (code-switching), su “idiolecto” se convierte efectivamente en la única realidad lingüística. Como no juzga que el habla de los demás constituye mensajes que se le dirigen su mismo sistema verbal, siente lo que expresó un paciente de Hemphil y Stengel: «Le oigo perfectamente, pero no puedo entender lo que dice... Oigo su voz pero no las palabras... No se puede pronunciar»20. Encuentra que el enunciado del otro es pura jerigonza, o al menos que pertenece a una lengua desconocida.

Como ya queda dicho, es la relación externa de contigüidad la que une entre sí los componentes de un contexto y la relación interna de semejanza la que permite el juego de las sustituciones. A ello se debe que, para los afásicos cuya capacidad de sustitución se encuentra afectada, e intacta la de contextura, las operaciones en que interviene la semejanza sean reemplazadas por las basadas en la contigüidad. Podría decirse que, en tales condiciones, toda agrupación semántica se guiaría por la contigüidad espacial o temporal en vez de por la semejanza; de hecho, los experimentos de Goldstein justifican esta suposición: una paciente de este tipo, a la que se pidió que diera una lista de nombres de animales, los dispuso en el mismo orden en el que los había visto en el zoológico [Un paciente de mi hija, afecto de una afasia de este tipo, cuando ha de contar hasta siete ha de iniciar la serie desde el uno.]; análogamente, pese a que se le solicitaba que agrupara ciertos objetos según su color, tamaño y forma, los clasificó de acuerdo con su contigüidad espacial como objetos caseros, material de oficina, etc., y justificaba esta ordenación refiriéndose a los escaparates, en los cuales «no importa lo que es cada cosa», es decir, no es preciso que los objetos sean similares (p. 61 ss. y 263 ss.; 66 y 275 de la trad. cast.). La misma enferma daba sus nombres a los colores fundamentales –rojo, azul, verde y amarillo- pero se negaba a llamar así también a los tonos intermedios (p. 268 ss.; 279 de la trad. cast.), puesto que para ella, las palabras no eran capaces de asumir significados derivados adicionales por semejanza con su significado original.

Tiene razón Goldstein cuando señala que los pacientes de este tipo «asimilaban las palabras en su sentido literal, pero no se les podía hacer comprender el carácter metafórico de las mismas» (p. 270; 283 de la trad. cast.). Sin embargo, sería injustificado generalizar diciendo que el lenguaje figurado les resulta completamente incomprensible. De los dos tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia, esta última, basada en la contigüidad, es empleada con frecuencia por los afásicos con deficiencias selectivas. Tenedor reemplaza a cuchillo, mesa a lámpara, fumar a pipa, comer a tostadora. Head refiere un caso típico:

«Cuando no conseguía recordar la palabra ‘negro’, describía este color como ‘lo que se hace por los muertos’, lo que abreviaba diciendo ‘muerto’» (I, p. 198).

Tales metonímias pueden caracterizarse como proyecciones de la línea del contexto habitual sobre la línea de sustitución y selección: un signo (tenedor, por ejemplo) que suele aparecer junto a otro (cuchillo) puede usarse en lugar de este último. Expresiones como «cuchillo y tenedor», «lámpara de mesa» o «fumar en pipa» han provocado las metonimias tenedor, mesa, fumar; la relación entre el uso de un objeto (una tostada por ejemplo) y el medio de producirlo da lugar a la metonimia comer por tostadora. «¿Cuándo se viste uno de negro?» -«Cuando guarda luto por los muertos»: en lugar de nombrar el color, se designa la causa de su uso tradicional. El tránsito de la semejanza a la contigüidad es especialmente evidente en casos como el del paciente de Goldstein, que respondía con una metonimia cuando se le pedía que repitiera una palabra diciendo, por ejemplo, cristal en lugar de ventana o cielo en lugar de Dios (p. 280; 293 de la trad. cast.).

Cuando la capacidad de efectuar selecciones está seriamente dañada y se conserva, al menos parcialmente, la facultad combinatoria, entonces la contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del paciente, dando lugar a un tipo de afasia que podemos llamar trastorno de la semejanza.

IV. El trastorno de la contigüidad
Desde 1864 se han destacado a menudo de entre las renovadoras aportaciones de Hughlings Jackson al estudio moderno del lenguaje y sus trastornos, observaciones como las siguientes:

«No basta con decir que el lenguaje se compone de palabras. Se compone de palabras que remiten unas a otras de una manera determinada; de no darse una relación adecuada entre sus partes, un enunciado verbal sería una mera sucesión de nombres que no formaría proposición alguna» (p. 66)21.

«La pérdida del habla es la pérdida de la facultad de formar proposiciones… Carencia de habla no significa carencia completa de palabras (p. 114).»22

La facultad de formar proposiciones o, dicho de un modo más general, de combinar entidades lingüísticas simples para constituir otras más complejas, se altera solamente en un tipo de afasia, el opuesto al que se acaba de estudiar en el capítulo anterior. No hay carencia de palabras, puesto que es precisamente la palabra la entidad que en muchos de estos casos se conserva; podemos definir la palabra como la unidad lingüística superior de las codificaciones de modo coactivo: componemos nuestros enunciados y frases a partir del repertorio léxico que nos proporciona el código.

En esta afasia, en la que se altera la capacidad de contextura, que podría llamarse trastorno de contigüidad, disminuye la extensión y variedad de las frases. Se pierden las reglas sintácticas que disponen las palabras en unidades superiores; esta pérdida, llamada agramatismo, es causa de que la frase degenere en “mero montón de palabras”, usando la imagen de Jackson23. El orden de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y la subordinación gramaticales, tanto de concordancia como de régimen. Como podría esperarse, las primeras en desaparecer son las palabras dotadas de funciones puramente gramaticales, como las conjunciones, las preposiciones, los pronombres y los artículos que, en cambio, son las más resistentes al trastorno de semejanza; de ello surge el modo de expresión que se ha dado en llamar “estilo telegráfico”. La palabra que menos dependa gramaticalmente del contexto, será la que mejor se mantenga en el habla de los afectados por un trastorno de contigüidad y la que antes se pierda como consecuencia de un trastorno de las semejanza. Por ello, el sujeto, pieza clave de la frase, es el primer elemento que hacen desaparecer de esta los trastornos de la semejanza y el que más tardan en destruir las afasias de tipo opuesto.

[Este tipo de afasias, que Jakobson llama por trastorno de la contigüidad, se llaman, en la actualidad, afasias no fluentes, afasia motora o afasia de Broca. Su característica más llamativa es que el paciente no puede articular bien las palabras]

La afasia que altera la capacidad de contextura tiende a manifestarse en infantiles enunciados de una sola frase y en frases de una sola palabra. Si se conservan algunas frases más largas, son pocas, estereotipadas, “prefabricadas”. En los casos avanzados de esta enfermedad todo enunciado se reduce a una frase de una palabra sola. Pero, si bien se va perdiendo la facultad de estructurar contextos, siguen efectuándose operaciones de selección. «Decir lo que es una cosa es decir a qué se parece», señala Jackson (p. 125). Una vez que falla la contextura, el paciente, que sólo puede intercambiar los elementos de que dispone, maneja semejanzas y cuando identifica algo lo hace de modo metafórico, no ya metonímicamente como los afásicos de tipo contrario. Catalejo por microscopio y fuego por luz de gas son ejemplos típicos de tales expresiones, que Jackson denominó cuasimetafóricas, ya que se distinguen de las metáforas retóricas o poéticas por no presentar una transferencia de significado deliberada.

En un sistema lingüístico normal, la palabra es a la vez un elemento de un contexto superior, la frase, y un compuesto de unidades menores: los morfemas (las unidades mínimas dotadas de significación) y los fonemas. Ya hemos visto cuál era el efecto del trastorno de la contigüidad en la combinación de palabras en unidades superiores. La relación entre la palabra y sus componentes refleja una alteración paralela, aunque de un modo ligeramente distinto. Un rasgo típico del agramatismo es la abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las diversas formas verbales conjugadas (del verbum finitum) y, en las lenguas con declinación, el nominativo en lugar de los casos oblicuos. Estos defectos se deben en parte a la eliminación del régimen y la concordancia y, en parte, a la pérdida de capacidad de escindir las palabras en tema y desinencia. Además, un paradigma (en particular un conjunto de casos gramaticales como él-lo-le, o de tiempos como vota-votó) presenta un mismo contenido semántico desde los distintos puntos de vista asociados entre sí por contigüidad, lo cual hace que el tipo de afásicos que estudiamos se incline aún más a rechazar tales conjuntos.

Por lo general, también las familias de palabras que derivan de una raíz común se hallan vinculadas entre sí por contigüidad. Esta clase de enfermos tiende, bien a abandonar los términos derivados, bien a encontrarse incapaz de reducir a sus componentes la combinación de una raíz con su sufijo e incluso un compuesto de dos palabras. Se han citado con frecuencia casos de pacientes que entendían y pronunciaban compuestos como Miraflores o Torreblanca, pero no podían decir ni comprender mira y flores, torre y blanca. Mientras se conserva el sentido de la derivación, de modo que todavía se usa para introducir innovaciones en el código, puede observarse cierta tendencia a la simplificación y el automatismo: si la palabra derivada constituye una unidad semántica que no puede deducirse completamente del significado de sus componentes, entonces se interpreta mal la Gestalt. Por ejemplo, la palabra rusa mokr-ica significa “carcoma”, pero un afásico ruso la interpretó como “algo húmedo”, especialmente “tiempo húmedo”, porque la raíz mokr-, significa “húmedo” y el sufijo –ica designa al portador de una determinada cualidad, como en nelépica “algo absurdo”, svetlíca “habitación clara”, temníca “calabozo” (literalmente: habitación oscura).

Cuando antes de la Segunda Guerra Mundial, la fonología constituía el aspecto más distintivo y controvertido de la ciencia del lenguaje, ciertos lingüistas se mostraron escépticos frente a la afirmación de que los fonemas desempeñaban realmente un papel autónomo en nuestra conducta verbal. Se llegó a sugerir que las unidades significativas del código lingüístico, como son los morfemas y, en mayor medida, las palabras, son unidades mínimas que existen realmente en la acción verbal, mientras que las unidades meramente distintivas, como los fonemas, son construcciones artificiales destinadas a facilitar la descripción y el análisis científico de una lengua. Esta opinión, que Sapir llamó “contraria al realismo”24, permanece, sin embargo, perfectamente válida referida a cierto tipo patológico: en una variedad de afasia que se ha llamado a veces “atáctica”, la palabra es la única unidad lingüística que se conserva. El paciente tiene solo una imagen enteriza [integral], indisoluble, de todas las palabras que le son familiares; pero, o bien todas las demás series de sonidos le resultan ajenas e incomprensibles, o bien las confunde con palabras habituales sin tener en cuenta las diferencias fonéticas. Uno de los pacientes de Goldstein «percibía algunas palabras, pero… no percibía las vocales y consonantes de que estaban compuestas» (p. 218; 230 de la trad. cast.). Un afásico francés reconocía, comprendía, repetía y articulaba espontáneamente las palabras café o pavé (pavimento), pero era incapaz de captar, distinguir o repetir series sin sentido, como féca, faké, kéfa y pafé. Ninguna de estas dificultades se presenta en un oyente normal de lengua francesa, pues ni las series de sonidos citadas ni sus componentes son ajenos al sistema fonológico francés. Tal oyente podría incluso suponer que se trataba de palabras desconocidas para él, pero tal vez pertenecientes al vocabulario francés y probablemente de significados distintos, pues difieren unas de otras por los fonemas que contienen o por el orden de éstos.

Si un afásico se vuelve incapaz de reducir la palabra a sus componentes fonemáticos, se debilita a la vez su capacidad de regir la contribución de aquella, lo cual da lugar fácilmente a claras alteraciones de los fonemas y sus combinaciones. La gradual regresión del sistema fónico del afásico repite con regularidad y en sentido inverso el orden de las adquisiciones fonemáticas del niño. Esta regresión implica una inflación de homónimos y una disminución del vocabulario. Si este desmantelamiento doble —fonemático y léxico— avanza aún más, quedan como últimos residuos del habla enunciados de una frase, frases de una palabra, palabras de un fonema: el afásico recae en las fases iniciales del desarrollo lingüístico infantil, e incluso en su etapa pre-lingüística, si alcanza la aplasia universalis, la pérdida total de usar o comprender el lenguaje.

La distinción entre la función distintiva y la significativa es una característica peculiar del lenguaje si lo comparamos con otros sistemas semióticos. Entre los dos niveles del lenguaje surge un conflicto cuando el afásico con poder de contextura deficiente tiende a abolir la jerarquía de las unidades lingüísticas y a reducir la escala de éstas a un único plano. Este último nivel que se conserva es, bien una clase de valores significativos, la palabra, como en los ejemplos que hemos citado, bien una clase de valores distintivos: el fonema. En este último caso, el enfermo conserva la capacidad de identificar, distinguir y reproducir fonemas, pero no puede hacer lo mismo con las palabras. En casos intermedios, se identifican, distinguen y reproducen las palabras; pero según lo expresó con precisión Goldstein, «pueden reconocerse, pero no se comprenden» (p. 90; 96 de la trad. cast.). Aquí la palabra pierde su función significativa normal y asume la puramente distintiva que pertenece habitualmente al fonema.
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