Discurso del Presidente del Gobierno en la presentación del Informe económico anual del Presidente del Gobierno






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Discurso del Presidente del Gobierno en la presentación del Informe económico anual del Presidente del Gobierno


Madrid, lunes, 23 de junio de 2008

 

Vicepresidentes, autoridades, señoras y señores,

Les agradezco a todos ustedes su presencia en este acto; agradecimiento que, aunque ya se lo he expresado en la reunión previa que hemos mantenido, es y debe ser público y especialmente profundo al Presidente y los miembros del Consejo Económico y Social por permitirme intervenir en este órgano y en esta sede.

Hace un año me comprometí a presentar el Informe Económico del Presidente del Gobierno, elaborado anualmente por la Oficina Económica, donde se analizara la coyuntura actual y los principales retos que tuviéramos que abordar cara el futuro.

Como dije entonces, la presentación del Informe pretende ser un ejercicio de transparencia sobre la posición del Presidente del Gobierno en relación con la situación económica. Esto explica mi especial empeño en cumplir ese compromiso cuando la presentación de un balance del pasado ejercicio económico se produce en un momento de incertidumbre sobre el estado actual y la evolución futura de nuestra economía. Y es también un reflejo de una actitud política por mi parte: la dirección de la economía nacional es tarea en la que debe empeñarse directamente el Presidente del Gobierno.

Con esta premisa y sin más dilación, les adelanto, en primer lugar, mi diagnóstico de la situación en la que vivimos.

La economía española, en sólo unos meses, ha pasado de crecer todavía a buen ritmo, y con intensa creación de empleo, a experimentar una fuerte ralentización, casi un frenazo, de ese crecimiento y una regresión en el empleo. Estamos sufriendo las consecuencias de un empeoramiento creciente de los factores económicos internacionales y de un ajuste particularmente intenso y rápido de nuestro sector de la construcción.

Se denomine como se denomine, la economía mundial ha entrado en una fase adversa y nuestra economía atraviesa por un período difícil que afecta a las economías domésticas y ensombrece las percepciones ciudadanas.

En pocas palabras, éste es el diagnóstico: atravesamos un período de dificultades, de dificultades económicas, y el Gobierno es plenamente consciente de que muchos ciudadanos, en mayor o menor medida, como siempre ocurre, ya las sufren y muestran su lógica preocupación por ellas; preocupación que comparten con los empresarios, que en ciertos casos traducen esa desconfianza en una retracción de su actividad.

Ya conocen el diagnóstico. Permítanme que les adelante mi pronóstico: la economía española superará estas dificultades, porque nunca se había enfrentado a una fase descendente del ciclo económico en mejores condiciones de lo que lo hace ahora, porque contamos con los resortes para superarlas y porque el Gobierno está resuelto a encabezar, junto a empresarios y trabajadores, el esfuerzo de toda la sociedad española para retomar cuanto antes un rápido ritmo de crecimiento.

En las últimas semanas se ha producido un peculiar debate semántico acerca del nombre con el que deba etiquetarse la situación presente de la economía española. Analistas y responsables públicos hemos porfiado respecto de si esta fase de la economía española y mundial merece el nombre de crisis u otro más liviano. Acaso la polémica resulte de interés académico, pero considero de escaso interés práctico prolongarla.

Considero que lo realmente importante es compartir el diagnóstico y, sobre todo, el pronóstico. Éstos son los del Gobierno: diagnóstico: las dificultades son serias y afectan directamente a muchos ciudadanos; pronóstico: estamos en mejores condiciones que otras veces para superarlas y de salir fortalecidos de esta fase problemática.

Por eso, una vez conocidos y reconocidos los problemas, inmediatamente, a continuación, hay que plantearse cómo estamos afrontando estas dificultades actuales y cómo vamos a superarlas.

Contamos en nuestro favor con posibilidades efectivas y con un margen cierto de actuación, pero ello tampoco basta. Además, hay que saberlo utilizar, hay que tener voluntad política de hacerlo y acierto a la hora de concretarlo. Y el Gobierno, con el Presidente al frente, asume su responsabilidad.

Es verdad que el campo de acción del Gobierno no es ilimitado, pues el Gobierno no puede decidir el precio del petróleo, y el Gobierno lo digo ya desde este momento tampoco adoptará medidas de ningún tipo que contradigan las leyes esenciales del mercado o pongan en entredicho la solvencia de España y el rigor de nuestra política económica en los mercados internacionales.

Pero es mucho lo que puede hacer el Gobierno, es bastante lo ya iniciado y es mucho más lo que se propone acometer.

Desde el primer Consejo de Ministros de la Legislatura estamos adoptando medidas de respuesta, orientadas en una doble dirección: por un lado, se trata de medidas destinadas a mitigar o aliviar las consecuencias de la fuerte desaceleración que sufren los ciudadanos y algunos sectores en particular: son medidas de protección y de apoyo a trabajadores, pensionistas, autónomos y empresas; por otro lado, se trata de medidas para acelerar el cambio de nuestro patrón productivo, que nos permitan recuperar cuanto antes el crecimiento vigoroso de la economía: son las reformas estructurales y de incremento de la competitividad.

Por tanto, conciencia de las dificultades que atravesamos, confianza en nuestras fortalezas, en nuestras posibilidades, y determinación para hacerlas valer adoptando medidas de protección y reformas de nuestro sistema productivo. Éstas son las tres premisas que definen la posición del Gobierno sobre la etapa que estamos viviendo y nuestro inmediato futuro, y a ellas me voy a atener seguidamente en esta intervención, por el orden indicado.

Primero, el diagnóstico.

Tras crecer en 2007 un 3,8 por 100 del PIB, con una importante aportación de la inversión en bienes de equipo y una reducción de la tasa de paro hasta el 8,3 por 100, la más baja de nuestro período democrático, se ha producido una intensa ralentización del crecimiento, provocada, sobre todo, por el fuerte ajuste del sector inmobiliario. En el primer trimestre de 2008 el PIB crecía aún en términos interanuales al 2,7 por 100, pero la desaceleración es más evidente cuando se analizan las tasas intertrimestrales (0,3 por 100 en el primer trimestre de 2008), y los datos más recientes de afiliación o paro hacen prever un segundo trimestre también de crecimiento debilitado.

Así pues, la situación económica se ha deteriorado significativamente en un período corto de tiempo.

En la segunda mitad del año 2007 surgió, primero, la crisis financiera originada con las hipotecas “subprime” en Estados Unidos y, después, la escalada de precios de materias primas.

Las consecuencias de la crisis “subprime” todavía perduran diez meses después, de forma que los mercados europeos han tenido que enfrentarse con menores niveles de liquidez y con mayores primas de riesgo. Y este endurecimiento en las condiciones crediticias está afectando también a la financiación en los mercados mayoristas de las instituciones financieras españolas, dadas nuestras necesidades de financiación exterior.

Por otro lado, el precio del petróleo ha aumentado en un año, desde mayo de 2007, un 83 por 100 y la subida de los alimentos básicos ha llegado a ser superior al 60 por 100 en el mercado internacional. En España el impacto de estas subidas en el Índice General de Precios ha sido notable, alcanzando en mayo el 4,6 por 100 de inflación. También lo ha sido en la mayoría de nuestros socios europeos, que tienen ahora tasas históricamente altas, lo que explica que nuestro diferencial con la zona euro permanezca estable, en torno al punto porcentual.

Pese a todo, lo cierto es que al inicio de 2008 todavía muchos creían que los efectos de estas perturbaciones internacionales serían coyunturales y no tan intensos. Los propios analistas de coyuntura nacionales preveían en el mes de enero un 2,7 por 100 de crecimiento para 2008. Ha sido la persistencia de estos dos shocks externos lo que ha movido después a los organismos internacionales a revisar a la baja las predicciones de la mayor parte de las economías industrializadas, tanto para 2008 como para 2009, y también para España.

No sólo es el empeoramiento de la situación económica internacional lo que está contribuyendo a frenar de este modo nuestro crecimiento; también lo hace el ajuste muy intenso que se está produciendo en el sector de la construcción, que comenzó igualmente en el verano de 2007 para acelerarse drásticamente a partir de los primeros meses de este año, con un impacto muy considerable en el empleo del sector.

Cabe esperar que esta brusca aceleración haga más rápida la normalización de la actividad inmobiliaria en España, que la oferta se acomode cuanto antes a la demanda real de viviendas; una demanda que, en todo caso, dados nuestros requerimientos demográficos, será superior a la media de los países europeos durante los próximos años.

En este momento, tanto la coyuntura internacional, como los datos internos más recientes, permiten anticipar que el ajuste de la economía española va a seguir siendo intenso en los próximos meses, con un crecimiento a final del año que se situará por debajo del 2 por 100. Prevemos, pues, un crecimiento débil a corto plazo, pero no un estancamiento duradero.

Éste es el escenario que, razonablemente, podemos contemplar al día de hoy, que sitúa el principio de la recuperación de un crecimiento vigoroso a partir del segundo semestre de 2009.

Un crecimiento débil, con inflación alta, nos trae dificultades. Sin duda, nos trae y nos traerá dificultades porque, ante todo, no podremos durante algún tiempo absorber todas las solicitudes de empleo formuladas por los trabajadores; también, porque hay sectores particularmente afectados por las desproporcionadas subidas del petróleo y de algunas materias primas; y, asimismo, porque las recientes alzas de los tipos de interés pesan sobre la capacidad adquisitiva de muchas familias y sobre las condiciones de financiación de las empresas.

En definitiva, la economía española se enfrenta a una situación adversa, peor que la que hemos vivido en los últimos años, con un intenso proceso de ajuste del sector de la construcción y en pleno cambio del patrón de crecimiento productivo.

Ahora bien, y aquí el diagnóstico abre paso a la expresión de confianza, lo afirmo de modo radical, contundente: gracias al esfuerzo de todos, España está mejor preparada que nunca para afrontar esta situación; para afrontarla y, por supuesto, superarla.

Nunca antes la población española había crecido a tasas tan altas como las actuales. Somos ya más de 46 millones y, gracias al fenómeno de la inmigración, se ha rejuvenecido significativamente nuestra población y nos encontramos ante un escenario demográfico más favorable.

Nunca antes en la historia teníamos una fuerza de trabajo tan importante, con más de veinte millones de trabajadores. El avance se ha producido principalmente por la inmigración y, muy significativamente, por la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. España, conviene recordarlo, es el país de la Unión Europea a 25 donde más ha aumentado la tasa de empleo en los últimos cuatro años.

Nunca antes habíamos tenido una fuerza de trabajo tan cualificada, con cerca de un tercio de los trabajadores con estudios superiores, ni un mercado de trabajo con un mayor grado de movilidad y con una tasa de paro de larga duración por debajo del promedio europeo.

Nunca antes habíamos contado con tantas empresas españolas actuando con éxito y naturalidad en el primer plano de la economía mundial globalizada, ni habíamos contado con empresas españolas líderes en el mundo en ámbitos tan significativos como las comunicaciones, las obras públicas, los hidrocarburos, las energías renovables, el turismo y el sector financiero; brillantemente en el sector financiero.

Nunca antes nuestras empresas habían llevado a cabo un proceso inversor en bienes de equipo tan intenso como el experimentado en los últimos años. En los cuatro últimos años han invertido el 7,4 por 100 del Producto Interior Bruto al año en bienes de equipo, muy por encima de la media europea y que representa cerca del 92 por 100 de nuestro déficit por cuenta corriente, un endeudamiento productivo que resultará en futuras ganancias de productividad.

Nunca antes España había estado tan abierta al mundo como ahora, con una tasa de apertura del 60 por 100 de nuestra economía, por encima de Estados Unidos, Francia o el Reino Unido. En este sentido, aunque queda camino por recorrer para mejorar nuestra competitividad y para enfrentarnos con éxito al reto de la globalización, es importante destacar que nuestra economía ha sido, junto a la alemana, la única de las grandes economías europeas que ha mantenido su cuota de mercado en el comercio mundial en los últimos años, y, al mismo tiempo, hemos sido capaces, las empresas españolas han sido capaces, de aumentar su base exportadora, ganando peso en países como China e India.

Nunca antes la inversión directa en España (43.389 millones de euros) ni la inversión de España en el extranjero (84.243 millones de euros en 2007) habían registrado volúmenes tan elevados, alcanzando cifras record y demostrando la confianza de los inversores extranjeros en nuestra economía y la creciente internacionalización de las empresas españolas. Así, conviene subrayar nuevamente el dato, en 2007 nuestro país, España, se ha convertido en el tercer inversor directo del mundo, después de Estados Unidos y Francia, y se sitúa en séptimo lugar entre los países de la OCDE en el total de inversión recibida.

Nunca antes el sector financiero español había tenido una tasa de solvencia tan favorable con respecto a los de los países más desarrollados. Así, a pesar del repunte en la tasa de morosidad, nuestro nivel de provisionamiento permite cubrir hasta dos veces los fallidos sin que se apreciaran consecuencias relevantes en los resultados de los bancos, siendo cuatro veces superior al de otros países europeos.

Nunca antes desde el inicio de la democracia se había conseguido generar superávit en las cuentas públicas, ni conseguir bajar la deuda pública nueve puntos porcentuales en una sola legislatura.

Quiero recordar que el presupuesto ha sido, bajo la gestión de mi Gobierno, una herramienta estabilizadora. En la anterior Legislatura se modificaron las reglas fiscales, cambiando la antigua regla del déficit cero por un principio de estabilidad a lo largo del ciclo, que asegure el carácter contracíclico de la política fiscal. Al haber sido capaces de ahorrar en la época de bonanza, contamos ahora con un margen de maniobra suficiente para que los llamados estabilizadores automáticos actúen con todo su potencial.

Incluso en este momento coyuntural, hay datos que presentan un signo positivo y son datos significativos, como los que se refieren a la inversión en bienes de equipo, a la capacidad exportadora de nuestras empresas, a la inversión directa de los extranjeros en España o a la evolución del turismo.

Si hiciéramos un ejercicio de comparación con los dos últimos momentos en que España vivió una fase baja del ciclo (2002 y, más acusadamente, 1993), podríamos constatar el diferente punto de partida, el muy diferente punto de partida, en relación con la actual. Entonces había déficit, ahora partimos con superávit; entonces la deuda pública superaba en ambos casos el 50 por 100 del PIB, ahora está en el entorno del 35 por 100. La tasa de paro era muy abultada en 1993, pero incluso en 2002 aún superaba en dos puntos a la que ahora tenemos: 11,5 frente a 9,6 por 100. La misma significativa diferencia se aprecia en el número de ocupados: algo más de doce millones en 1993, dieciséis millones en 2002 y veinte millones en estos momentos. O en la tasa de cobertura del desempleo, cuya relevancia a nadie se le oculta cuando las cosas no van bien: era del 64,2 por 100 en 1993, del 59,9 por 100 en 2002 y ahora es del 83,9 por 100. E igual ocurre con otros indicadores, como las pensiones más bajas, el salario mínimo o los índices que muestran el grado de capitalización física y tecnológica de la economía: todos, absolutamente todos, son proporcionalmente más favorables en este momento.
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