Hacia la cuarta misión de las universidades: su dimensión urbana en entornos regionales activos






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fecha de publicación30.05.2015
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HACIA LA CUARTA MISIÓN DE LAS UNIVERSIDADES: SU DIMENSIÓN URBANA EN ENTORNOS REGIONALES ACTIVOS
JOSEP VICENT BOIRA. DEPARTAMENT DE GEOGRAFIA. UNIVERSITAT DE VALÈNCIA.
Permítanme comenzar con una imagen: el puente Øresund. Se trata del nexo entre Copenhagen (Dinamarca) y Malmö (Suecia), abierto en el año 2000.
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Este puente juega un papel esencial para los países implicados, puesto que permite a Suecia acceder al resto de Europa de una manera mucho más sencilla y a los daneses viajar y tener actividades y residencias más baratas que en su país. Desde luego, la actividad económica entre ambos países se incrementó. Pero no sólo la productiva. Un geógrafo al que volveremos a citar más adelante, Christian Matthiessen no dudó en advertir (recogido en Van Noorden, 2010) que unos beneficiarios natos de esta unión física iban a ser las universidades de ambos países. Y así fue. Diez años más tarde, el puente ha propiciado una región universitaria compuesta de nueve centros universitarios con un total de 165.000 estudiantes y 12.000 investigadores, duplicando la producción científica conjunta respecto a la individual anterior y atrayendo fondos de la Unión Europea hasta el punto de constituir un hub en el norte de Europa, un clúster geográfico de produccción científica y de actividad económica de escala global. En esta historia materializamos algunos de los principios de los que hablaremos a continuación: ciudades, universidades, regiones, infraestructuras, hubs, escala global y escala local interrelacionada… Con todo esto propondremos la cuarta misión de las universidades: reforzar su vocación espacial, urbana y regional y su implicación en el entorno territorial donde se hallen localizadas. Debemos contemplar a las universidades como instituciones urbanas fundamentales que juegan un papel global, pero con signficativos impactos directos e indirectos locales sobre el emplo, el urbanismo, la innovación sistémica y específica y el conjunto de la sociedad.

Hoy, ciudad, territorio, conocimiento y universidad van entrelazando cada vez más sus destinos a medida que indagamos y que conocemos más de sus dinámicas. Son como rayos de una rueda que convergen hacia un centro, pero podemos esperar que en poco tiempo sean las aspas de una hélice moviéndose en una rotación virtuosa. Nada se entendería de esta alianza virtuosa si no partimos de la reformulación de dos principios clásicos de la geografía y de la economía: el principio de localización y el del sentido de lugar. Ambos son los instrumentos que, reinterpretados a la luz de nuevos procesos, nos descubren la enorme potencia de la conjunción entre ciudad y universidad.
La localización importa en un mundo global
Alguien puede suponer que las fuerzas de la globalización están conduciendo a la sustitución de un espacio de lugares por uno de flujos, al tiempo que, como consecuencia, las sociedades humanas sufren un intenso proceso de des-territorialización de su actividad. De ser cierto, las universidades, nacidas al calor de ciudades (nacidas a consecuencia de las ciudades), perderían así dos de sus rasgos más notables: su intenso poder asociado a la localización (y a sus consecuencias) y su proverbial sentido del lugar, una específica y muy intensa consciencia de dónde se está, el por qué y qué significa ello. Esta perspectiva que nos traslada a un mundo plano, de procesos ubícuos, a una sociedad aespacial, no es cierta, no al menos, de manera total. Tres argumentos se interponen entre este enunciado y la verdad: que en realidad todo proceso social (cualquier proceso social) es, al tiempo y siempre, espacial (¡y al revés!); que incluso las más aparentemente ingrávidas sustancias (como el conocimiento o el capital) están asentados fírmemente en el territorio y, en tercer lugar, que pese a que el lema de la globalización parece ser la extensión, la concentración es el movimiento más acorde al futuro que nos espera, especialmente la concentración de determinadas actividades asociadas al conocimiento y a la información (McCann, 2008).

De una manera provocativa, Moretti (2013) no ha dudado en señalar que nel panorama economico attuale non conta tanto che cosa fai o chi conosci, ma dove vivi. De esta manera, ¡la localización será un factor más importante que el perfil profesional o incluso las relaciones interpersonales! La consecuencia es evidente: el futuro de las personas dependerá mucho más de dónde vivan (y de las características de ese lugar) que de su curriculum e introduce, además, un component social de alto interés para el caso que nos ocupa: señala Moretti que el grado de instrucción de quien vive junto a nosotros condicionará también nuestro propio salario. De esta forma, localización geográfica y capital humano (elementos claves cuando hablamos de ciudad y universidad) se convierten en elementos sustanciales de una nueva geografía productiva. Moretti afirma que serán precisamente la potenciación conjunta de la globalización y de la localización, el motor que rediseña nuestros entornos productivos. Este motor se mueve con facilidad en un entorno: el urbano y el metropolitano. Y traducimos del libro que comentamos: “Justo en el momento en el que las mercancías y la información se mueven de un punto a otro del planeta a una velocidad siempre más vertiginosa, estamos asistiendo a la intensificación de una pulsión de signo opuesto, una fuerza gravitacional que dirige la innovación y la prosperidad hacia específicos centros urbanos” (Moretti, 2013).

De esta manera, podemos comenzar a entender la potencia de la alianza entre universidad y ciudad, puesto que estos dos ámbitos operan con gran versatilidad como catalizadores y condensadores de los procesos que ligan lo global con lo local, lo móvil con lo fijo, lo social con lo espacial, lo ubícuo con lo localizado, lo genérico con lo particular. Nada está más preparada que la ciudad y la universidad para ser el escenario del ajuste entre estas categorías de opuestos binarios. La ciudad y la universidad se erigen en espacios y esferas híbridas por excelencia, en espacios "criollos" operativos, en prácticas palancas de mando que son capaces (¿las únicas?) de adoptar y gestionar una multiplicidad de escalas geográficas al tiempo que generar dinámicas inclusivas que van asumiendo todo este trabajo de reescalamiento cotidiano de las actividades humanas. Son las ciudades y las universidades las que rompen con las confrontaciones binarias que simplifican nuestro mundo: local o global, propio o extraño, fijo o móvil, dentro o fuera... Universidades y ciudades son, al tiempo, locales y globales, propias y extrañas, fijas y móviles, interiores y exteriores. La universidad hasta cierto punto reproduce fielmente la geometría y el comportamiento de la ciudad, al ser un “dispositivo” conectado y conector de diferentes esferas sociales, culturales, económicas e institucionales (en su dimensión horizontal, extensiva), pero también un nodo de flujos de conocimiento y de personas (en su dimensión vertical o intensiva). ¿No es esto la ciudad? ¿No es esto la Universidad?

De hecho, ¿quién podría reducir a formas esenciales, irreductibles, a estados puros nuestras ciudades y nuestras universidades? Como ha señalado Carreras (2001), ¿quién podría contestar con honestidad a la pregunta de si nuestras ciudades y nuestras universidades son sólo locales o sólo globales? Ciudad y universidad son los dispositivos humanos mejor preparados para desenvolverse en este mundo multiescalar que se re-territorializa con cada movimiento, con cada onda, con cada innovación, con cada fracaso también de la actividad humana. Ello explica la pervivencia de una y de otra, y no sólo su pervivencia, sino su potencia. Ciudades y universidades se enfrentan, cotidianamente, al reto de los flujos globales, de lo ubícuo y de lo general. La respuesta a esta presión debería ser, en palabras de Doreen Massey (1994), un global sense of place, un sentido global del lugar. Mantener y desarrollar un sentido del lugar potente, particular pero no contradictorio con los múltiples procesos generales, con las cada vez más numerosas conexiones globales y con las fluídas redes universales. Un sentido del lugar no estático, ni congelado, ni finalizado, una identidad siempre construída socialmente, cívicamente, en constante reimaginación de acuerdo a los flujos globales, a las redes de contactos y transmisiones. Un sentido del lugar siempre reescalado y reescalante, presto a unirse, a deglutir y a aportar también a las nuevas escalas del pensamiento y de la acción.
Ciudad y urbe, una relación privilegiada

Ciudades y universidades deberían contemplar su relación privilegiada con el territorio, con el espacio. De hecho, como han señalado Rodríguez y Villaneuve (2009), la propia tipología universitaria española responde a una demanda multiespacial particular. En España tenemos, además de las universidades históricas provenientes de la edad media o moderna y las más recientes politécnicas, otras cuya razón de ser no es otra que tratarse de una respuesta espacial a problemas espaciales, como las universidades de descentralización (creadas hacia 1968 para atender una demanda creciente: las universidades autónomas de Madrid y Barcelona), las regionales (de Cantabria, Extremadura o La Rioja), las de reequilibrio intra-regional (creadas con el fin de territorializar el saber definiendo perfiles específicos a escala regional, Córdoba, Alicante, León, Lleida) o las de reequilibrio intra-metropolitano (creadas en grandes áreas metropolitanas, como la Carlos III o la Pompeu Fabra). Al tiempo, cada universidad mantiene una relación particular con su espacio propio, lo que le permite ser inscrita en alguna de las ocho subclases urbanístco-arquitectónicas propuesta por Campos (2000: 44 y 45).

Pero la relación entre universidad y ciudad tiene también unas dimensiones que van más allá de la historia (Guijarro, Maruri o Gómez, en Reques, 2009) o de su relación física con una determinada estructura, forma y funcionamiento (Bellet, 2011, Merlin, 2006).

¿Universidad en la ciudad o universidad de la ciudad? ¿Ciudad universitaria o ciudad con universidad? Se nos presentan así una tabla de cuatro casillas que tenemos la facultad de rellenar con nuestras decisiones. Las universidades tienen la posibilidad de estar en la ciudad o de ser de la ciudad (Goodall, 1970), mientras las ciudades pueden ser universitarias o sencillamente contener universidades. De los cuatro espacios así dibujados, el segundo (universidad de la ciudad) y el tercero (ciudades universitarias) conforman el escenario de convergencia ideal y de gran potencial. Los otros dos (universidad en la ciudad y ciudades con universidad) no dejan de ser situaciones de menor relevancia de cara al futuro puesto que se refieren a dinámicas pasivas, de gran impacto en algunos casos cuantitativo, pero pasivas (Figura 1).

Comencemos por las universidades. Su historia es urbana (Hall, 1997 y Bender 1988), su realidad también es urbana (estan en las ciudades), su destino se ha hecho urbano (el mundo es hoy, por vez primera en la historia, mayoritariamente urbano) y su proyección lo es también (se expresan a través de las ciudades). Hoy, Europa tiene 23 ciudades de más de un millón de habitantes y 345 con poblaciones en torno a los 100.000 habitantes. Dos tercios de los europeos viven en ciudades y ellas generan ya el 64 del PIB de Europa. Y además, las urbes son un laboratorio excelente para contrastar los avances de las ciencias sociales (véase en Carreras, 2001, algunos ejemplos del aprovechamiento del espacio urbano por parte de proyectos académicos y universitarios).

Por su parte, las ciudades mantienen una relación igualmente íntima con las universidades. La economía urbana mejora cuando se habla de formación universitaria. En España, en el año 2011-2012, si el salario medio era de 23.519 euros, el de un universitario era 10.000 euros superior, mientras que el peso de los ocupados con estudios universitarios no ha dejado de crecer en los últimos decenios. En Madrid, el 41 % de los ocupados tiene título universitario, así como un 47 % de los ocupados en puestos altamente cualificados o un 82 % de los directivos. Muchas de las ciudades deben su conocimiento nacional e internacional a sus universidades, puesto que son las universidades las que generan una altísima proporción de su valor cultural y social; las urbes se enlazan muchas veces a las redes globales gracias a sus universidades y las universidades suelen ser motores de recualificación urbana de amplias zonas de la propia ciudad.

Por último, se observa una convergencia evidente entre conocimiento y mundo urbano: la producción del primero está absolutamente concentrado en un pequeño número de lugares, especialmente regiones-ciudad (city-regions) (Gertler, 2012, Matthiessen et al., 2010). Este último punto introduce un matiz fundamental: pese a la insistencia en hablar de ciudades, debemos entender que las nuevas geografías de la economía, de la producción y del conocimiento que se están gestando adoptan y adoptarán en el futuro la forma de megaregiones, corredores urbanos o city-regions. Esta realidad nos mueven a pensar en los knowledge pipelines (Bathelt, Malmberg and Maskell, 2004), los "conductos" del conocimiento, que como los oleoductos, unen centros productores. Estas conexiones son cruciales porque ninguna región metropolitana o incluso país será autosuficiente en la producción y uso del conocimiento (Gertler, 2012: 8).
Buscando un nuevo paradigma más activo
En el mundo de hoy el conocimiento está concentrado, la localización es decisiva y la topografía productiva, cultural y económica es “montañosa” (o curva, según McCann, 2008) y no “plana”. Para progresar en este contexto, ciudad y universidad deben dejar al margen una visión pasiva para adentrarse en un terreno de complicidad activa, de reconocimiento mútuo. También en este campo han habido altibajos. Situado en un gráfico de largo recorrido que tuviera en uno de sus ejes a la relación ciudad/universidad y en el otro al tiempo, veríamos como la recta de tendencia que las relaciona ha ido decreciendo a lo largo de la historia. En sus orígenes (siglos XII y XIII), la relación era íntima y total. Pero con el paso del tiempo y especialmente a partir del siglo XIX, las universidades se fueron “nacionalizando” (Gooddard and Daysh, 2008), proceso congruente con el crecimiento del estado-nación como instrumento geopolítico mundial. Y como en una operación de suma cero, todo aquello que ganó lo "nacional", lo perdió lo "local". Las ciudades comenzaron a ser el mudo escenario físico donde la universidad desenvolvía su vida. Pero es justamente en este tiempo, con la globalización, lo local vuelve a tomar aire demostrando de nuevo que los principios de globalización y de localización no sólo no son incompatibles, sino que se refuerzan mútuamente. De aquí que los retos derivados de ambos principios puedan ser respondidos eficazmente sólo por la alianza entre ciudad y universidad. Una alianza que, como ya pasa en algunos lugares, dirija sus instrumentos analíticos conjuntos a temas de la agenda global con fortísima repercusión local, como el bienestar, la interacción cultural, las ciudades y los territorios sostenibles, los grandes retos económicos y geopolíticos, la salud global...

De esta manera, las universidades se convertirán en anchor institutions dentro de las ciudades (Goddard, 2014) y éstas, a su vez, se transformarán en anchor spaces en el mundo global. Y en este juego sutil de anclajes, que reconfigura nuestra geographie de la vie, que diría el gran geógrafo francés Vidal de la Blache, es en el que la idea de una civic university (Goddar, 2013) de una “universidad cívica” cobra toda su razón de ser. El adjetivo “cívico”, aquí se despliega en su doble acepción de civismo y de ciudad (¿o es en el fondo lo mismo?). Esta nueva “universidad cívica” (por urbana y por implicada en la sociedad civil) debería responder a siete dimensiones enumeradas por John Goddard:

  1. Estar enraizada tanto en la escala mundial como con la comunidad local.

  2. Asumir una visión holística de su labor.

  3. Tener un fuerte sentido del lugar.

  4. Partir de un fuerte sentimiento de propósito, especificando no sólo en lo que es buena esa universidad, sino para qué es buena.

  5. Manifestar su deseo de invertir más allá de la esfera académica.

  6. Ser transparente y dar razones de ello ante sus propios miembros y la comunidad.

  7. Utilizar metodologías innovadoras en su faceta de implicación extraacadémica.

Gráficamente, Goddard (2013) explica el paso de una universidad no-cívica a otra cívica mediante dos figuras que reproducimos:



En esta transición, se trataría de ir más allá de la nítida separación entre sociedad y universidad al acercar las tres misiones de la universidad a un compromiso transformador global, desbordando los impactos tradicionales de la universidad en el espacio como consumidora de gran escala (de trabajo, de bienes y de servicios) y complementar su misión como generadora de outputs (de habilidades, de know-how y de externalidades atractivas) (Goddar y Vallance, 2013). La nueva frontera "suave" entre sociedad y universidad desmaterializa los límites entre investigación, ense l

za ﷽﷽﷽﷽e la investigaci los ltre sociedad y ñanza e implicación asumiendo un papel transformador de potente base espacial.
Hacia la cuarta misión de la Universidad: su vocación espacial.
Que la educación es un acto social y económico es evidente. Un sistema universitario regional potente, por ejemplo, como el valenciano, es capaz de generar 1,9 euros por cada euro invertido en él por parte de la sociedad (Pérez, 2013) y de hacer aumentar un 10,2 % el capital humano de la región. Sin él, la tasa de actividad sería 1,15 puntos inferior a la actual, la de paro 1,63 puntos superior y la renta per cápita un 23,4 % inferior a la actual. Además, aporta, por sí solo, el 46 % del gasto en I+D y el 76 % del stock de software regional.

Pero la universidad es algo más y he aquí que debemos añadir una nueva dimensión a lo dicho: “la educación es un acto espacial” ha señalado el arquitecto Campos (2010) y tiene razón, aunque en un sentido un poco más amplio que el de la revelancia del diseño arquitectónico para el desarrollo y el buen hacer de los campus universitarios (Campos, 2000, 2006). Aquí nos referimos a un acto espacial como acto urbano, como un proceso enraizado en el territorio. Las universidades son placed based institutions. Con esta expresión queremos enfatizar que las actividades altamente intensivas en conocimiento (y las universidades lo son) se producen en entornos económicos de crecientes rendimientos de escala (McCann, 2008, siguiendo las teorías del premio Nobel Paul Krugman y de Venables), situación dependiente justamente del principio de aglomeración urbana, mientras que las actividades menos intensivas se asocian a entornos de rendimientos de escala constantes y en los que el factor espacial, asociado a la ciudad o al área metropolitana, es menos relevante.

Si no entendemos este doble principio de espacialidad del conocimiento (su relación cualitativa y cuantitativa con el espacio), no entendemos su papel como institución clave en la economía global y urbana que nos rodea. ¿Podría ser esta la cuarta misión de la universidad? Tras la primera y segunda misión (formación e investigación) y el énfasis en una tercera misión (la responsabilida social mediante la transferencia, el servicio y la cooperación, Vilalta, 2013), ¿podría ser la vocación espacial del acto académico la cuarta misión? Vocación espacial que debería recoger los dos principios explicados al inicio de este documento, el de globalización y el de localización, para construir ese sentido global del lugar y conformar una red territorial del conocimiento que podría resumir esta idea de la cuarta misión. Nacería así una auténtica edutropolis, neologismo creado por Dober (2006) con la combinación de las palabras education y metropolis para ilustrar la nueva realidad a la que deberíamos dirigirnos. Así, deberíamos ser capaces de explorar impactos cualitativos de esta relación más allá de los importantes pero de base cuantitativa (empleo, capital humano, dinámicas urbanísticas, campus y parques tecnológicos, número de patentes, atracción, know-how), adentrándonos en ideas como la innovación social y las fórmulas no mercantilizadas y comunitarias de organización social urbana, de gobernanza regional y territorial (Goddard y Vallance, 2013). Nacen así nuevas regiones del conocimiento (eduregions, podríamos llamar) por encima de fronteras estatales e interiores, redes conectadas a los principales retos territoriales donde se asientan pero con una perspicaz observación de las finámicas globales.

La ciudad atrae al talento y a los negocios. En entornos dinámicos, como los norteamericanos, ya se están produciendo migraciones selectivas de empresas asociadas al conocimiento y a la creatividad hacia espacios metropolitanos. General Eletric, Gameloft o Globalstar están transladando sus cuarteles generales hacia espacios urbanos densos y consolidados. Un caso conocido es el de la compañía de satélites Globalstar, que emigró del Sillicon Valley al barrio de Covington, en Crescent City (California). Dinámicas como estas están configurando nuevas brainpower cities, nuevas oportunidades para ciudades vibrantes, densas y múltiples en una alianza imposible de separar. Como señaló en 1991 Pasqual Maragall en el prólogo de un estudio sobre la Universitat de Barcelona: “La relació entre Ciutat i Universitat és una de les més profundes i sentides que es donen a Europa entre institucions i l’entorn urbà. Cap altra institució no deu tenir tantes raons per ser urbana, ni tanta necessitat d’envoltar-se de ciutat com la Universitat. Hi ha universitats que prestigien les ciutats que les acullen i hi ha ciutats que són el marc imprescindible per a la seva Universitat”1.

Así pues, para concluir, apostamos por una universidad enraizada en el lugar, por un reforzamiento de la dimensión espacial de la universidad mediante una política sensible al espacio, especialmente en relación a sus ciudades y regiones, y por la apuesta por un clúster espacial del conocimiento sensible a un entorno cada vez más global.
Bibliografía
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PREGUNTAS
¿Cómo evolucionar de un sistema de relación ciudad-universidad pasivo basado en impactos económico, social y físico a una co-implicación activa de ambas?
¿Qué medidas de política urbana y regional pueden generarse para estrechar lazos con sus universidades?
¿Cómo convencer a las universidades de la necesidad de asumir un papel abierto y cívico que acompañe a su tradicional enfoque interno cerrado y académico, en otras palabras, cómo abrir the university black box a la ciudad y a la región?
¿Qué otras contribuciones, además de las cuantitativas, derivadas de la actividad de las Universidades pueden repercutir en el bienestar urbano y regional?
¿Cuál debe ser el papel de las universidades en la salida de la crisis económica y en la transformación del modelo productivo postindustrial de las economias locales y regionales?
¿Qué barreras se detectan todavía a la intensificación de relaciones entre ciudades y regiones y sus universidades?
¿Qué modelo urbanístico es preferible: campus en el centro histórico, campus periférico, campus urbano concentrado, campus urbano disperso?
¿Qué papel ha jugado el territorio en la planificación universitaria? ¿Cuáles son los desequilibrios territoriales que presenta el mapa de la enseñanza superior en España y en Catalunya?
El marco adecuado de la planificación universitaria, ¿deben ser los municipios, las regiones metropolitanas, las comunidades autónomas o el estado?
¿Cuáles serían los knowledge pipelines ("tuberías" del saber) de la red universitaria y urbana española y catalana? ¿Se puede pensar en un corredor mediterráneo del conocimiento?

1 "La relación entre Ciudad y Universidad es una de las más profundas y sentidas que se dan en Europa entre instituciones y el entorno urbano. Ninguna otra institución debe tener tantas razones para ser urbana, ni tanta necesidad de rodearse de ciudad como la Universidad. Hay universidades que prestigian las ciudades que las acogen y hay ciudades que son el marco imprescindible para su Universidad".


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