Desde la prehistoria, las mujeres, como los varones, han asumido un papel cultural particular. En sociedades de






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LAS MUJERES

Desde la prehistoria, las mujeres, como los varones, han asumido un papel cultural particular. En sociedades de caza y recolección, las mujeres casi siempre eran las que recogían los productos vegetales, mientras que los varones suministraban la carne mediante la caza. A causa de su conocimiento profundo de la flora, la mayor parte de los antropólogos creen que fueron las mujeres quienes condujeron las sociedades antiguas hacia el Neolítico y se convirtieron en las primeras agricultoras.

En la Edad Media, los autores masculinos, pertenecientes a una estirpe, religiosos, tratadistas laicos y sobre todo, predicadores, hablaron de las condiciones y conductas que les exigen a las niñas, a las jóvenes y a las mayores. La conducta femenina fue pautada para cada momento y situación de la vida. Casi siempre la edad corresponde a un estado civil y a una función de acuerdo a ella. Tal es así que representó la imagen de la prometida, la casada, la viuda, es decir, siempre ligada a un varón que se responsabilice por su conducta. El papel más importante atribuido a la mujer era el de esposa y madre.[1]

En la historia reciente, las funciones de las mujeres han cambiado enormemente, Las funciones sociales tradicionales de las mujeres de la clase media consistían en las tareas domésticas, acentuando el cuidado de niños, y no solían acceder a un puesto de trabajo remunerado. Para las mujeres más pobres, sobre todo entre las clases obreras, esta situación era a veces un objetivo, ya que la necesidad económica las ha obligado durante mucho tiempo a buscar un empleo fuera de casa, aunque las ocupaciones en que se empleaban tradicionalmente las mujeres de clase obrera eran inferiores en prestigio y salario que aquellas que llevaban a cabo los varones. Eventualmente, el liberar a las mujeres de la necesidad de un trabajo remunerado se convirtió en una señal de riqueza y prestigio familiar, mientras que la presencia de mujeres trabajadoras en una casa denotaba a una familia de clase inferior.

Según las estadísticas de 1878, el número de mujeres que sabían leer no superaba el diez por ciento. En 1850, en toda España se contaba con 4.066 maestras, de las cuales solamente 1871 ejercían su profesión con título, cobrando un tercio menos que los maestros, de acuerdo al Real Decreto de 1847.

En 1857, fue promulgada la Ley de Instrucción Pública, que establecía la creación de escuelas para niños y niñas, dos por municipio, con una población no inferior a 500 habitantes; en municipios que no alcanzaron esta cifra, se admitía una sola escuela, pero respetando la norma de separación de los alumnos de distinto sexo.

En 1858, se creó a Escuela Normal de Maestras con pocos medios y con una serie de asignaturas limitadas a la lectura, gramática, aritmética, religión, pedagogía y labores.

Por todas partes imperan las teorías que sobre la educación de la mujer fueron puestas en vigor en el siglo XVIII, en las que se defenderá una mejor preparación de ésta que la capacitara para ser mejor esposa y madre; teorías que si en el pasado siglo fueron un paso adelante muy positivo, en el XIX debieran haberse dado por superadas. La idea de que la mujer tenía igual derecho que el varón a la educación en cuanto que individuo, era compartida por muy pocos.

Un ejemplo de este retraso lo tenemos en obras como la de la vizcondesa de Barrantes, titulada Plan nuevo de educación completa para una señorita al salir del colegio y El casamiento, del modo de verificarlo con acierto y La mujer, apuntes para un libro, de Severo Catalina.

Sin embargo, ya en los primeros años del reinado de Isabel II aparecen los primeros doctrinarios socialistas que, discípulos de Fourier y afincados en Cádiz y Barcelona principalmente, asumirán desde el primer momento la defensa de los derechos de la mujer y la denuncia de la injusticia a que se ve sometida.

Joaquín Abreu escribirá artículos sobre la condición femenina en El Nacional de Cádiz, y en Barcelona, Narciso Monturiol, como se verá más tarde. También aparecerán las primeras mujeres relacionadas con las ideas del socialismo utópico, como María José Zapata y Margarita de Celis.

Con la Restauración de 1875 la Iglesia recuperó la influencia en materia de educación. Ya se vio la actitud del ministro de Fomento, Osorio, contra los profesores universitarios seguidos de Sanz del Río, que dio lugar a la expulsión o retirada voluntaria de los que llevaron a cabo la fundación de la Institución Libre de Enseñanza.

En 1872, de 7.900.000 mujeres sólo 716.000 eran capaces de leer y escribir, a pesar de que la mano de obra femenina era algo superior al 20 por 100.

Ante el desinterés de los sucesivos gobiernos por la instrucción de la mujer, la Asociación para la Enseñanza de la Mujer llevó a cabo campañas para la reforma de la educación, que dieron como resultado el cumplimiento, en 1877, del artículo 114 de la Ley de Instrucción Pública de 1857, por el que se recomendaba la creación de Escuelas Normales de provincia.

Con dos decretos de 1882, se lleva a cabo la reforma de estas escuelas dejando en manos de las maestras la dirección de las Escuelas de Párvulos. Las reformas, sin embargo, no obtuvieron el eco esperado, razón por la cual cuando los conservadores formaron gobierno, las medidas restrictivas tomadas por el ministro don Alejando Pidal, tampoco fueron debidamente contestadas por las personas afectadas.

Hay que comprender que muy pocas personas estaban capacitadas por aquellos años para calibrar las consecuencias de cualquier medida educativa, ya que por entonces los hombres analfabetos superaban el 61,5 por 100 y las mujeres el 81,2 por 100.

Por otra parte, leyendo los artículos de Concepción Sainz de Otero publicados por la Escuela Moderna (tomo XIII, bajo el epígrafe «El feminismo en España»), al referirse al éxito de la Escuela de Institutrices, fundada años antes por Fernando de Castro, nos dice que la mujer soltera ya no se queda para vestir santos, se queda para ejercer de maestra, de secretaria, de enfermera, de bibliotecaria…, a pesar de la falta de interés por la cultura de gran parte de la sociedad.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero es el primero de la historia de España en haber establecido una distribución de carteras ministeriales entre sexos con 50 por ciento de cargos ocupados por mujeres, medida criticada por muchos ya que se basa en colocar a políticos, en este caso políticas, en el gobierno «por cuota del 50%», en lugar de colocarlos por su valía y formación, a lo que se contestó desde el gobierno que nunca antes se había dado la oportunidad en un gobierno de España a las mujeres, a demostrar su valía en las mismas condiciones que a un hombre y que la sociedad de hoy en día está sobradamente preparada. Todos los cargos de gobiernos anteriores eran ocupados por más hombres que mujeres, aunque la presencia de mujeres era cada vez mayor, coincidiendo con una mayoritaria incorporación de éstas a la universidad y después a la actividad política mediante la afiliación y una mayor experiencia y formación para la actividad política.

En algunos países la mujer ha tardado muchos siglos en conseguir igualdad, aunque solo sea teórica, ante la ley. Y aun cuando la ley hable de igualdad, suele haber un gran abismo entre la teoría y la práctica. La publicación de las Naciones Unidas titulada The World’s Women—1970-1990 dice: “Esta brecha [en la política gubernamental] ha quedado recogida en gran parte en las leyes que niegan a la mujer la igualdad con el hombre en lo que respecta a sus derechos de tenencia de tierras, solicitud de préstamos de dinero y firma de contratos”. Una mujer de Uganda declaró: “Seguimos siendo ciudadanas de segunda clase... o de tercera clase más bien, pues nuestros hijos varones van delante nuestro. Hasta los burros y los tractores reciben a veces mejor trato”.

El libro Men and Women, editado por Time-Life, dice: “En 1920, la Decimonovena Enmienda de la Constitución de Estados Unidos garantizó a las mujeres el derecho al voto, mucho después que en bastantes países europeos. Pero en Gran Bretaña no se les concedió ese privilegio hasta el año 1928 (y en Japón hasta después de la II Guerra Mundial)”. Como protesta por la injusticia política a la que se sometía a las mujeres, Emily Wilding Davison, sufragista británica, se echó delante del caballo del rey en el derby de 1913, y perdió la vida. Se convirtió en una mártir en la causa de la igualdad de derechos para la mujer.

El propio hecho de que en fechas tan tardías como el año 1990 el senado de Estados Unidos promulgase el decreto Violente Against Women Act, indica que las legislaturas dominadas por el hombre han sido lentas a la hora de responder a las necesidades de la mujer.

 Hace apenas algunos años era prácticamente inconcebible, en Colombia, realizar una investigación en la que la mujer, en tanto sujeto social, fuera considerada como elemento fundamental en el análisis de la sociedad. Su grado de escolaridad, su participación política y laboral, su condición de jefa de hogar, su desempeño de una doble jornada de trabajo, su inclusión en las políticas de desarrollo del país, etc., se pasaban prácticamente por alto, en aras de concebirla y valorarla únicamente como madre, como reproductora de la especie y, por lo tanto, como pilar fundamental de la familia.
Mujer y familia en Colombia es una compilación de artículos cuyo punto de partida constituye el acercamiento a la mujer en su doble situación de subordinada: como integrante del sexo femenino y como miembro de la clase menos favorecida, y que enfocan desde diversos ángulos la nación que ella cumple como reproductora biológica y como reproductora social.
Los estudios que componen el libro no se proponen demostrar las condiciones de desigualdad y el ejercicio de poder que la sociedad patriarcal ha impuesto a la mujer, —aunque las estadísticas al respecto son elocuentes, sino partir más bien de esta desigualdad para analizar las condiciones propias de la mujer trabajadora.
Cabe destacar que estas investigaciones, dadas las limitaciónes que en el campo de las ciencias sociales supone la inexistencia de estudios análogos que permitan comparar los comportamientos antes determinados problemas, abordan por primera vez fenómenos de vieja data, abriendo espacios y planteando interrogantes que indudablemente crearán nuevas formas de ver en la investigación social y señalarán los derroteros que han de seguirse para lograr una verdadera transformación de la sociedad.
No resulta fácil sortear los escollos metodológicos en una investigación sobre la mujer. Magdalena León, en "La medición del trabajo femenino en América Latina: problemas teóricos y metodológicos", analiza la medición en los censos y las consecuencias que determinada concepción del trabajo ha tenido en los estudios sobre la mujer. Hay, al menos, dos puntos que enfrentar en este tipo de investigaciones: el de la medición y el de las definiciones conceptuales que han dejado por fuera elementos tan importantes como el trabajo del ama de casa.
El papel de la familia, su conformación legal o de hecho, su extensión o nucleación, la configuración del poder, sus ingresos, los individuos que la conforman, su nivel de fecundidad, son elementos fundamentales no sólo en el examen de la situación social de la mujer la familia continúa siendo la principal fuente de análisis sino de la sociedad en su conjunto, en tanto que es la familia, como núcleo social básico, hacia donde se dirige la política de desarrollo del país en lo referente a población, fecundidad, nivel de vida, etc. Aquí cabe destacar el trabajo de Yolanda Puyana. "El descenso de la fecundidad por estratos sociales", que de manera clara investiga y comenta las orientaciones demográficas en Colombia, enmarcadas dentro de la estrategia estadounidense de control de la natalidad en el tercer mundo y específicamente en América Latina. Dicha política,

Tal como se documenta estadísticamente, comenzó a fructificar en un sensible descenso de la tasa de nacimientosautorretrato_frida_kahlo.jpg en nuestro país, descenso que muestra diferencias según los estratos sociales.
En la familia se observan, así mismo, los cambios con relación a la sexualidad, la autoridad, las costumbres. De manera que los estudios que al respecto se hagan orientarán las medidas que tiendan a mejorar el nivel social. En el de Ligia de Ferrufino, "La familia de hecho en Colombia, una metodología para su estudio", se observa cómo la conducta con relación al matrimonio, especialmente en los jóvenes y en las mujeres, ha cambiado ostensiblemente a causa, en parte, de la adquisición de nuevas pautas culturales, por la influencia de los medios de comunicación. Se han incrementado notoriamente las uniones libres, a la par que el rechazo de las mujeres al concubinato encubierto. La mayoría de las veces se prefiere disolver el matrimonio, a fin de quedar libres ambos cónyuges para adquirir un nuevo vínculo. Cabe concluir, con Ligia de Ferrufino, que "la frecuencia y generalización de la familia de hecho están modificando las características estructurales y las funciones tradicionales de la familia y la sociedad colombiana













"La madre trabajadora, ¿una contradicción?", de Elsy Bonilla, se refiere al papel de la mujer en la reproducción, comprobando, por ejemplo, que el ama de casa, catalogada hasta hoy, junto con los ancianos, los niños y los inválidos, en las filas de la población económicamente inactiva, asume los costos de la reproducción de la fuerza laboral, con un trabajo que tradicionalmente se ha considerado inexistente, lo cual ha venido permitiendo que los costos sean calculados sin consideración alguna del trabajo que realiza la mujer en el hogar; silencio u omisión que ha traído consecuencias profundas, incluso en la investigación social misma.

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El trabajo que debe realizar el ama de casa, además del que un número cada vez mayor de madres ejecuta por fuera del hogar, conduce a la mujer no sólo a pagar los altos costos físicos que las dos jornadas de trabajo le exigen, sino también a sobrellevar el enorme peso psíquico de sentir, de acuerdo con las funciones que se le han asignado tradicionalmente, que, por esta razón, no cumple a cabalidad los deberes de madre, costos que van no sólo en detrimento de ella, sino de la familia en general. 6366680672349061.jpg

En este contexto, la política gubernamental de bienestar familiar, las guarderías y los centros de atención integral al preescolar (CAIP) son fundamentales no sólo para que las trabajadoras cuenten con una mayor colaboración en la educación y el cuidado de sus hijos, sino también porque en las actividades que estos centros idean para las madres se ayuda a romper el profundo estado de marginación y aislamiento social que ellas padecen. Estas dificultades se ven aumentadas cuando la mujer es jefa de hogar y no dispone de la contribución del cónyuge para sufragar los gastos domésticos. Se enfrenta a una situación desigual y desventajosa en relación con los hogares cuyo jefe es el varón, no sólo porque a la mujer se le ofrecen menores oportunidades laborales y de ingresos, sino porque su posibilidad de participar en programas de crédito, cooperativos, etc., es prácticamente nula.

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Mary García Castro, por su parte, en "Trabajo versus vida: las inmigrantes colombianas en Nueva York", expone cómo buen número de nuestras compatriotas, obligadas por una proletarización cada vez mayor y; en consecuencia, golpeadas fuertemente por el desempleo, emigran a los Estados Unidos sin que logren escapar allí a la lógica de una sociedad que valona el trabajo en relación con el sexo e impone a la mujer oficios en los cuales el marginamiento resulta aún peor que en su propio país. Quizás sea dable concluir que esas inmigrantes viven las mismas condiciones de desigualdad que en nuestro país, con la gran diferencia de que su categoría de indocumentadas, de extranjeras, de separadas de la familia y de aisladas anglísticamente las convierte más fácilmente en víctimas de la opresión.
Dada toda esta situación de desigualdad, marginamiento y restringida participación social y política, se han creado en Colombia asociaciones femeninas, que desde principios del siglo


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