Para conocer bien a la Virgen María no tenemos otras fuentes que la Sagrada Escritura. El mismo Dios nos la presenta con pocas y breves palabras, pero que dicen






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PENSAMIENTOS… 27

MARIA

LA MUJER VESTIDA DE SOL (Apc 12,1)
INTRODUCCIÓN

Para conocer bien a la Virgen María no tenemos otras fuentes que la Sagrada Escritura. El mismo Dios nos la presenta con pocas y breves palabras, pero que dicen toda su grandeza y belleza. La Iglesia luego, asistida e iluminada por el Espíritu Santo, profundizará la figura de María como Madre de Dios, Virgen Inmaculada, Medianera de todas las gracias, Reina del cielo y de la tierra… Las definiciones dogmáticas y las intervenciones del Magisterio de la Iglesia, nos dan claridad y seguridad con respecto a sus privilegios y virtudes, a su vocación y misión, y a la manera como honrarla e invocarla. La teología alimenta una espiritualidad mariana que busca en la Virgen no solo su intercesión y protección, sino también establece las normas de conducta para agradarle e imitarla. María por su parte nos facilita nuestra conversión a Dios y nuestra comprensión de Dios como amor, ternura, dulzura, y como presencia deslumbrante que llena de gozo nuestro corazón sediento de vida. Ella es la estrella de la evangelización, que solo busca el bien de sus hijos y la gloria de Dios. El amor, la admiración y la confianza de sus devotos, generan un culto de “dulía” (no idolatría”) hacia la Virgen, que la coloca en lo más alto de los cielos, junto a su Hijo amado, y en lo más cerca de nuestro corazón, pues es la Madre bondadosa y amorosa. Son los humildes, los pobres, los pecadores, los que sufren, quienes más la buscan, le rezan y le dirigen sus alabanzas y sus pedidos. Y por su parte la Virgen se acerca preferentemente a ellos con cariño, para ofrecerles consuelo, gracias y bendiciones. En estas páginas trataremos de acercarnos a María con la fe, la razón y el corazón, para conocerla más y amarla más, confiando en su materna acogida.

+ Fr. Roberto Bordi ofm
INDICE Números

Introducción

María, la inmaculada……………………………………. 1-12

María, la Madre………………………………………….. 13-24

María, la Virgen…………………………………………. 25-37

María, discípula de su Hijo…………………………….. 38-51

María, la Dolorosa………………………………………. 52-61

María, la Reina…………………………………………… 62-72

La Medianera…………………………………………….. 73-87

El Rosario: rosas para María…………………………… 88-100

La ternura y dulzura de María………………………….. 101-112

La presencia de María…………………………………… 113-128

Conclusión

Apéndice
MARIA, LA INMACULADA


  1. Dios te salve María, llena eres de gracia” (Lc 1,28). Son las palabras con que el Ángel Gabriel saluda a la creatura más bella del universo. María es la verdadera Miss Universo. Mujer con todos los encantos de la perfección femenina y humana, psicológica, moral y espiritual. Es la “mujer vestida de sol” (Apc 12,1), que deslumbró al mismo Dios. Él mismo la revistió de gracia y de luz, y la preservó de toda mancha – Inmaculada – para hacerla Madre espléndida y dichosa de su Hijo eterno. Benedicto XVI dijo: «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encícl. «Deus caritas est», 12).




  1. En 1858 la Virgen se apareció en Lourdes, a la niña Bernardette Soubirous, diciéndole que era la “Inmaculada Concepción”. El párroco le había pedido a la niña que preguntara a la bella Señora, quién era, cuál era su nombre, pues había solicitado la construcción de una capilla en el lugar de las apariciones. Cuatro años antes, el Papa Pio IX había proclamado solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María Santísima, ratificando la fe de toda la cristiandad. El célebre teólogo franciscano medieval, Juan Duns Scoto, había propuesto ya el dogma con la famosa expresión: “Decuit, potuit, ergo fecit”, que quiere decir: “era conveniente, podía hacerlo, luego lo hizo”. Se refiere a Dios, que hizo nacer a María sin mancha de pecado original, inmaculada, en previsión de su maternidad divina y por la aplicación anticipada de los méritos de la pasión redentora de su Hijo Jesucristo



  1. Recordemos que una definición dogmática es una verdad cierta, porque proclamada por la Iglesia, a quien Jesús prometió enviarle el Espíritu Santo de la verdad. A los Apóstoles les dijo formalmente: “Les enviaré el Espíritu Santo que los introducirá en la verdad plena” (Jn 16,13 ); y también: “Quien os escucha, a mí me escucha” (Lc 10,16). Y a Pedro en particular le dijo: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Esta doctrina se basa en la Sagrada Escritura y en razones teológicas. Según la Biblia, María es la mujer “llena de gracia” (Lc 1,28), que pisará la cabeza de la serpiente infernal (Gen 3,15), “fuerte como un ejército preparado para la batalla” (Apc 12). A partir de la Encarnación, quedó santificada y protegida por su Hijo divino, a quien tuvo en sus entrañas, luego en su regazo y en su hogar. El demonio nunca pudo morderla con su veneno mortal. María es la única creatura que nació y vivió sin mancha de pecado; en ningún momento estuvo sujeta al demonio por el pecado. Por eso la saludamos diciendo: “Ave María purísima, sin pecado concebida”.



  1. La definición dogmática de Pio IX° dice así: "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..." (Bula Ineffabilis Deus).



  1. La proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María Virgen, fue precedida por una larga tradición de fe y de reflexión teológica, que arranca desde los Padres de la Iglesia (primeros 4 siglos), y siguiendo por el Medioevo y la edad moderna, hasta el siglo XIX. San Agustín y otros teólogos se refieren a la Virgen como absolutamente pura. La Iglesia oriental la consideraba “toda santa”. En el siglo IX se introdujo la fiesta de la Inmaculada Concepción primero en Nápoles, luego en Inglaterra. Los argumentos de San Juan Duns Scoto se impusieron siempre más entre los teólogos, hasta influir en la decisión del Papa Sixto IV en aprobar la Misa de la Concepción (1477), y extender la fiesta de la Inmaculada a todo el Occidente cristiano (1483), cuatro siglos antes de la definición del dogma (1854).



  1. Los teólogos del siglo XIII encontraban dificultad en reconocer la Concepción Inmaculada de María, por el dato escriturístico de que todo ser humano nace con el pecado original: el Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundó el pecado» (Rm 5,20). Pero hemos visto como luego se resolverá la dificultad, con la comprensión de que María fue “preservada” del pecado y “pre-redimida” por los méritos de Cristo Redentor, porque era conveniente que fuera totalmente pura y santa para ser Madre del Salvador.



  1. Las razones teológicas son las que precisaba San J.Duns Scoto: convenía que el Hijo de Dios tomase cuerpo de una carne sin mancha de pecado. No era posible que el “Santo de Dios” (Lc 4,34), que venía a “quitar los pecados del mundo” (Jn 1,29), naciera con una carne manchada de pecado. Por eso la Virgen, que lo dio a la luz, fue preservada del pecado original. No le fue quitado el pecado – como a nosotros, por el bautismo - sino que nació sin pecado, preservada, pre-redimida por los méritos de Cristo su Hijo. Dios podía hacerlo, luego hizo lo que convenía, por la dignidad y santidad de su “Hijo amado”. La grandeza de María está en haber mantenido por virtud la plenitud de gracia con que nació por privilegio.



  1. María Inmaculada es todo un ejemplo y un desafío para los cristianos. Ser como ella, “limpios de corazón” (Mt 5,8), “perfectos” (Mt 5,48), “brillantes como el sol” (Mt 13,43), vivir todo para Dios, rechazando siempre las tentaciones de Satanás… es la meta del redimido por Cristo. Todos sabemos lo difícil que es vivir en “gracia” de Dios y santificar nuestra alma, sin dejar ninguna partecita bajo el dominio del pecado. Por eso admiramos a María. “Quien no tiene pecado, tire la primera piedra” (Jn 8,7), dijo Jesús. María es la única que podría tirar las piedras, en cambio solo lanza oraciones y un amor ardiente a su Hijo amado, intercediendo por nosotros pecadores.



  1. Todos pecaron” (Rom 5,12), dice la Sagrada Escritura. Por eso el Señor instituyó el Bautismo (Mt 28,19) y la Confesión (Jn 20,23) para limpiarnos de nuestros pecados y devolvernos la gracia de Dios. María fue preservada del pecado original, nació “llena de gracia”; nosotros hemos nacido con el pecado, pero se nos quitó con el Bautismo. Pero ¡cuántas veces volvemos a pecar! ¡Y cuántos permanecen en sus pecados, con el alma desfigurada, el corazón torcido y la consciencia endurecida! Nuestra primera preocupación debe ser la de recuperar la gracia de Dios, y permanecer en ella, como María. Así como cuando nos enfermamos, queremos recuperar pronto la salud y vivir bien. La gracia es el “tesoro escondido” (Mt 13,44), la “perla preciosa” (Mt 13,46) que nos da gran alegría; es el “traje de fiesta” (Mt 22,12) que nos da acceso al banquete eterno. Así nos lo enseña Jesús en sus parábolas.



  1. No hay otra manera de agradar a Dios y salvarnos, que vivir en gracia. Ésta no solo nos quita el pecado, sino que nos reviste de belleza y nos llena de la vida divina; nos une a Dios por la mediación de Cristo y el amor del Espíritu. Así como el Altísimo se fijó en el corazón inmaculado de María, así también mira nuestra alma, nuestra interioridad; porque “los hombres se fijan en las apariencias, Dios mira al corazón” (1Sm 16,7). Y solo se complace en las almas bellas, en los “puros de corazón” (Mt 5,8). Ahí está la tarea principal de nuestra vida: llegar a ser como María, la “Purísima”. La serpiente infernal querrá morder y envenenar nuestra alma; pero junto a María pondremos en fuga al “Dragón antiguo” (Apc 12,9), que nunca nada pudo contra ella.



  1. ¿Qué decir de tantos cristianos, o mejor, bautizados, que se entregan a la lujuria, al libertinaje sexual; qué decir de la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, la pedofilia, los espectáculos y bailes obscenos, la promiscuidad, el concubinato, el orgullo gay…? A veces se pueden comprender caídas y debilidades ocasionales, pero el reclamarlos como derechos, y pregonarlos como progreso, conquista de la civilización moderna, y querer codificarlos en la legislación del país… es el colmo del extravío moral y de la perversión. ¿Qué decir de aquellos que desprecian la virtud, se dedican a los negocios ilícitos, persiguen el poder a toda costa, avasallan a los demás, se ríen de la justicia humana y divina…? ¿Qué decir de aquellos que viven apartados de Dios, despreocupados de su alma y de su salvación, que nunca hacen oración ni se acercan a los sacramentos?... ¡Qué diferencia con la belleza espiritual y moral de la Inmaculada y de tantas almas buenas que se esfuerzan por vivir en la rectitud, la honestidad y en la gracia de Dios! Su semblante transparenta paz y gozo, porque por dentro están a contacto con Dios, manantial de todo bien. En cambio los malos no gozan de verdadera felicidad, porque de lo malo no puede venir lo bueno.



  1. Santa Rosa de Lima escribió: “¡Oh si conocieran los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, que noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro inestimable de la gracia”. Gracias a sus penitencias y mortificaciones, la santa logró llegar a tal pureza de alma que le atrajo el amor inefable de Dios, con éxtasis y favores celestiales. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8), dijo Jesús. Por eso Santa Rosa estaba tan entusiasmada con sus penitencias. Tal vez nosotros no somos capaces de hacer grandes mortificaciones y menos “buscar penas y aflicciones”, pero si podemos y debemos rechazar todo lo malo en nuestra vida, aunque nos cueste, y crecer en gracia, si queremos agradar a Dios y ser felices.

MARÍA, LA MADRE

  1. En el año 451 el Concilio de Efeso reconoció y proclamó que María era “Theotokos”, es decir “Madre de Dios”. Los teólogos aclaran que no se trata de que María originó a Dios, sino que simplemente quien nació de ella era Dios, pues tomó carne humana en el seno de María Virgen. Jesús como Dios existía desde siempre en el seno de la Trinidad; San Juan escribe: “El Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). El mismo Jesús dirá: “Padre, devuélveme la gloria que yo tenía junto a Ti, antes que el mundo existiera” (Jn 17,5). Como hombre Jesús empezó a existir desde la concepción en el vientre de María., pero sin abandonar su divinidad. Santa Isabel al ver embarazada a su joven prima le dijo: “¡De cómo la Madre de mi Señor viene a mí?” (Lc 1,43). Muchos siglos después la Virgen de Guadalupe le dijo al indio San Diego: “Yo soy la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero…



  1. He aquí unas citas bíblicas que hablan explícitamente de María como “madre” de Jesús: - “Este fue el principio de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José…” (Mt 1,28). “¿De cómo la Madre de mi Señor viene a mí!” (Lc 1,43) - “Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto, y dio a luz a su hijo primogénito” (Lc 2,26). - “Al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y lo adoraron” (Mt 2,11). - Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2,13). - “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel…” (Mt 2,20-21) - “Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre…” (Lc 20,33-34) - “Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51). - “No es el carpintero, el hijo de María?” (Mc6,3) - “Su madre y sus hermanos querían verlo… Alguien dio a Jesús este recado: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte” (Lc 8,19-20). - “Cerca de la cruz de Jesús estaba su madre…” (Jn 19,25) - “Jesús al ver a la Madre y junto a ella el discípulo que más quería, dijo a la Madre…” (Jn 19,26) - “Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1,14).



  1. Basilio de Seleucia, en su homilía sobre la Theotokos, escribió así: «Cuando contempla este divino niño, vencida -imagino- por el amor y por el temor, ella hablaría así consigo misma: ¿Qué nombre puedo dar a mi hijo que le venga bien? ¿hombre? Pero tu concepción es divina... ¿Dios? Pero por la encarnación has asumido lo humano... ¿Qué haré por ti? ¿Te alimentaré con leche o te celebraré como a un Dios? ¿Cuidaré de ti como una madre o te adoraré como una esclava? ¿Te abrazaré como a un hijo o te rogaré como a un Dios? ¿Te ofreceré leche o te llevaré perfumes?".



  1. Es asombroso y conmovedor lo que escribió sobre María, J.Paul Sartre, a pesar de ser un filósofo ateo. En un fragmento de una pieza escénica inédita (Bariona) escrita para sus compañeros de cautiverio creyentes, durante la última guerra mundial, se expresaba así: <<La Virgen está pálida y mira al niño… porque Cristo es su niño, la carne y el fruto de sus entrañas. Ella le ha llevado nueve meses, y le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre de Dios. Y por un momento la tentación es tan fuerte que se olvida de que él es Dios. Le aprieta entre sus brazos y le dice: «Mi pequeño». Pero en otros momentos se corta y piensa: «Dios está ahí», y ella es presa de un religioso temor... porque es Dios y sobrepasa con creces lo que ella pueda imaginar. Pero yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y escurridizos, en los que ella siente a la vez que Cristo es su hijo, su pequeño, y que es Dios. Ella le mira y piensa: «Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Ha sido hecho por mí; tiene mis ojos y el trazo de su boca es como el de la mía; se me parece. ¡Es Dios y se me parece!» Y a ninguna mujer le ha cabido la suerte de tener a su Dios para ella sola; un Dios tan pequeño que se le puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios tan cálido que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y que ríe. Y es en uno de esos momentos cuando yo pintaría a María, si supiera pintar>> ( Cit. por R. Laurentin, Court Traité sur la Vierge Marie).



  1. Seguramente para María seguía siendo un gran misterio su maternidad divina. Había escuchado del Ángel Gabriel que iba a ser madre del “Hijo del Altísimo” (Lc 1,32), por obra del Espíritu Santo (cfr Mt,1,18; Lc 1,35). Su Hijo debía llamarse Jesús, que significa el Salvador, “Dios salva” (Mt 1,21); se llamaría también Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (Mt 1,13). Heredaría el trono de David y reinaría eternamente (Lc 1,32-33). Ella “guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,19; Lc 2,51), es decir recordaba y meditaba ese gran acontecimiento de su vida. Recordaba la milagrosa aceptación de José, humanamente inexplicable; el saludo sorprendente de su prima Isabel, que la llamó “madre de mi Señor”; el nacimiento en Belén y la adoración al niño de parte de los pastores y los Reyes Magos… Después de varios años, cuando angustiada y conmovida, encontró en el templo de Jerusalén a su hijo perdido, escuchó de su boca esas palabras que le devolvía la certeza de quien era realmente Jesús: “¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). Habían pasado doce años, y parece que hasta entonces el niño había ocultado su misterio, pues el evangelista observa: “Pero ellos (María y José), no comprendieron esa respuesta” (Lc 2,50). Sin embargo en las bodas de Caná, María ya tenía en claro la identidad y el poder de su gran Hijo, pues le pidió que hiciera un milagro, para sacar de apuro a la parejita amiga (cfr Jn 2,1-11). ¡Ya no había secretos entre Madre e Hijo!



  1. La divina maternidad es fundamento de toda la Mariología, porque todos los atributos y privilegios le fueron concedidos a María preparándola para ser madre (Inmaculada Concepción, virginidad, plenitud de gracia) o porque después de serlo, estaba asociada a la obra de su Hijo (asunción a los cielos, medianera, corredentora etc.). El mérito de María fue el de responder plenamente a tan excelsa elección y misión, totalmente dispuesta a cumplir la voluntad de Dios: “Yo soy la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38) contestó dócilmente al ángel de Dios. En ese momento, al dar su consentimiento, pronunciando el “fiat” (se haga), María se convirtió en Madre del Señor, biológicamente, con el corazón y con toda su alma.



  1. Como creatura perfecta, su amor materno habrá sido perfecto. Si es difícil medir y definir el amor de una madre común, cuanto más lo será medir el amor de María. Si nos encanta ver a una mamá abrazando a su hijito, cuanto más admirable habría sido verla a María abrazar a su divino Hijo. ¿Qué belleza! ¡cuánto esplendor! Y el amor de María iba aumentando al verlo crecer a su niño, al conocerlo más y más, hasta tomar conciencia plena de su divinidad. ¡Y cuánto habrá gozado María como madre de un hijo tan perfecto, tan sublime, tan grande, que no podía que responderle con un amor sin medida, al estilo de Dios! María perfecta, Jesús perfecto: según la lógica el hogar de Nazaret debió ser un Paraíso. Y no es fantasía, sino una hermosa realidad de una Madre verdadera y de un Hijo verdadero, en un tiempo y en un lugar históricos documentados. Y tan real que se ubica al centro de la historia humana.



  1. Esta Madre y este Hijo nos hicieron el don más grande que podemos imaginar: María nos entrega a Jesús; y Jesús nos entrega a su Madre. María nos lo entrega en Belén con una inmensa dicha, y en el calvario con un inmenso dolor, para nuestra salvación; porque sabía que “no hay otro nombre bajo el cielo en quien podamos hallar la salvación” (Hch 4,12). Pero fue como arrancarle el corazón, porque su Hijo era toda su vida. Por su parte Jesús, desde la cruz nos entrega a su Madre en la persona del discípulo predilecto: “Juan ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26). Jesús no nos defraudó, por supuesto; pero tampoco María.



  1. María se tomó en serio la misión de Madre nuestra, que le confió Jesús. Desde su Asunción, y aún antes, no ha cesado de peregrinar por este valle de .lágrimas aconsejando, ayudando, previniendo: Pilar de Zaragoza, Lourdes, La Salette, Fátima, Siracusa, Guadalupe, Quillacollo, Copacabana, Medjugorje etc. etc. Todas sus apariciones han venido siempre acompañadas de mensajes de penitencia y de ayuda al atribulado, de curación a los enfermos, de consuelo para los afligidos, de esperanza para los desesperados, de alegría para el triste. A los jóvenes de Medjugorje les dijo: “¡Si supieran cuanto los amo!”. María estuvo en la escuela de su Hijo, y aprendió de El a amar hasta dar la vida. María nos quiere acercar a su Hijo el Salvador; y nos dice como a los servidores de las bodas de Caná: “Hagan lo que El les diga” (Jn 2,5); porque sabe que Jesús nos puede dar “la vida en abundancia”, la paz y la gloria eterna. Así como una madre goza con la felicidad de sus hijos, igualmente María, nuestra Madre, goza al hacernos partícipes de la felicidad de su Hijo divino.



  1. La mayor preocupación de la Virgen como Madre, es la de salvar a los hombres del fuego eterno. Así lo ha demostrado en tantas apariciones. A los tres niños de Fátima les mostró por unos instantes como las almas caían en el Infierno, y les recomendó orar mucho y hacer penitencia para salvar a las almas de la condenación. Ella prometió la salvación a quien pide su intercesión rezando todos los días tres Ave María. Pero no basta rezar, hay que portarse bien. Un día un joven, que muchas veces decía: “Virgencita bendita, sé para mí una buena Madre”, escuchó a la Virgen que le contestó: “Y tu sé para mí un buen hijo”, pues el joven a pesar de su devoción, no llevaba una buena conducta cristiana.



  1. El Concilio Vaticano II° afirma: “María concibiendo a Cristo, engendrándole, alimentándolo, presentándolo al Padre en el Templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la Cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” (LG, 61). Durante el Concilio Pablo VI proclamó solemnemente que María es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores. Más tarde, el año 1968 en la Profesión de fe, conocida bajo el nombre de «Credo del pueblo de Dios», ratificó esta afirmación de forma aún más comprometida con las palabras “Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos.



  1. María, Madre de la Iglesia, es también figura y modelo de la Iglesia “en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo “(LG 63). La Iglesia “encuentra en María la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo” (Pablo VI). Igual que María, la Iglesia, vivificada por el Espíritu, « engendra » hijos e hijas de la familia humana a una vida nueva en Cristo, y está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia. (cfr Redentoris Mater 43). <> (R.M. 44)
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