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Oculta, no Secreta.
La reunión semanal de Gerónimo y sus amigos hoy tuvo lugar –al estilo Aristotélico- en un primoroso jardín en donde en vez de estar sentados alrededor de una mesa consumiendo café chatarra, los participantes caminaban dialogando, sin consumir nada.
El tema de hoy era interesante, pues estaban tratando acerca de la piratería, y los piratas.


En un sentido correcto, la piratería fue una práctica de saqueo organizado que tiene sus inicios en aquellas muy remotas épocas en las que había navegación y un poco más adelante nos referiremos específicamente a los piratas actuales, los piratas del Siglo XXI, pero Gerónimo, (ya saben ustedes como es) quiere hacer un recorrido histórico sobre la piratería, (según él, para que se entienda el concepto ya que en la actualidad se entiende una cosa muy diferente).
Originalmente la piratería consistió en el ataque a otras embarcaciones con el propósito de robar la carga, exigir rescate por los pasajeros, (o convertirlos en esclavos) o bien apoderarse de la nave misma.

Según algunos autores, la voz pirata viene del latín pirāta, que por su parte procedería del griego πειρατης (peiratés) compuesta por πειρα, -ας (peira), que significa «prueba»; a su vez deriva del verbo πειραω (peiraoo), que significa «esforzarse», «tratar de», «intentar la fortuna en las aventuras».



El sentido del vocablo (o voz) no ha cambiado mucho con el transcurso de los siglos pero hoy tiene una acepción muy diferente.

En la antigüedad y desde ese entonces, las actividades piratas han estado asociadas con las rutas mercantiles, y según parece, las primeras referencias históricas sobre estas actividades datan del Siglo 5° antes de Cristo, en el Golfo Pérsico, aunque otras zonas afectadas por este fenómeno fueron el Mar Mediterráneo y el Mar de China.

Aunque la información histórica real no es muy abundante, por los mitos y leyendas que han llegado hasta nosotros podemos inferir que los griegos de la época ‘clásica’ fueron buenos piratas.

Uno de los más conocidos fue Jasón, quien en su búsqueda del Vellocino de Oro condujo a los argonautas hasta la Cólquida, lo que aunque quizá para algunos no sea considerado así, llegaron por el mar para robar, lo que, según afirma Gerónimo, es un acto típico de piratería.



Homero, en su muy celebrada Odisea, narra como Ulises (u Odiseo) realiza varios actos de piratería a su regreso a Itaca.

Y esto nos lleva a ver como los piratas a menudo son considerados como ‘héroes’, pese a que practican lo que podríamos denominar, robo, secuestro, saqueo, o las tres actividades.

No era, ni es de extrañar en sociedades como la griega, por ejemplo, en donde el oficio de las armas era reconocido y estimado, y constituyó un motivo que condujo a glorificar actos que de otra manera serían condenados y que de cualquiera de las manera era condenado por los pueblos que sufrían esos ataques, aun y cuando ellos mismos lo hicieran.

Uno de los piratas griegos más famosos y de los que si se tienen referencias fue Plutarco de Samos quien en el Siglo antes de Cristo saqueó el Asia Menor en diferentes y repetidas ocasiones llegando a tener una flota de más de 100 barcos.

Y como él, la historia nos relata ‘azañas’ de muchos otros piratas a los que se denomina simplemente como invasores y que son glorificados en cánticos, y leyendas que se transmitieron de boca en boca hasta convertirse en seres semi mitológicos que han llegado a nosotros con un aura de falsa heroicidad.



También los egipcios consideraban como piratas a otros pueblos porque invadían por vía marina las poblaciones egipcias con el fina de realizar saqueos (lo que constituye un común denominador).



En la Roma antigua, también se produjo ese fenómeno y los piratas del Mediterráneo llegaron a convertirse en un peligro para la Roma Imperial pues interrumpían el comercio y en muchas ocasiones bloqueaban las líneas de suministro de los ejércitos romanos.

Sin embargo, y a diferencia con lo que ocurrirá en Siglos posteriores, los piratas de la antigüedad buscaban más personas que joyas o metales preciosos, (esos fueron los denominados piratas clásicos surgidos en el Atlántico a partir del Descubrimiento del Nuevo Mundo).

Recordemos, insiste Gerónimo, que las sociedades de aquellas épocas eran esclavistas y la captura de personas para ser comercializadas como esclavos era una actividad muy productiva, aunque también, debe decirse obtenían piedras preciosas, metales, esencias, telas, sal, tintes, vino y en general todo tipo de mercancía que solían transportarse en barcos.





Siguiendo las generalidades de la historia podemos referirnos años después a los piratas protagonistas durante el Medioevo entre los que destacan los vikingos y los árabes.





Aún y cuando los vikingos permanecieron inmersos en luchas internas muy feroces durante Siglos, en el año 793 realizan el primer ataque en la costa norte de Inglaterra y dos años después (795) en Irlanda.

Desde esas fechas y hasta poco después del año 1000, los pueblos del norte (o Vikingos) efectuaron todo tipo de incursiones en el Mar del Norte, el Cantábrico y el Mediterráneo.

El radio que alcanzaban sus excursiones fue aumentando progresivamente, según crecían sus conocimientos de la costa y los ríos navegables.

Así, entre otras acciones, Gerónimo nos indica que se puede reseñar:

793 primer ataque en las Islas Británicas.

795 primer ataque a Irlanda.

820 ataque a los actuales Países Bajos.

834 ataque por los ríos Sena y Loira.

840 ataque a la península Ibérica.



Según lo que Gerónimo ha averiguado al respecto, no existe una postura unánime entre los historiadores de la razón que llevó a algunos hombres del norte, (no a todos), a ir de saqueo (el vocablo vikingo viene a significar «el que va a saquear», o también «el que merodea por las costas»)

Los vikingos no solían vincular sus acciones a otros ideales que no fueran el conseguir riquezas, esclavos o tierras donde asentarse, ni tampoco solicitaban algún tipo de permiso a una autoridad superior que justificara sus acciones, {como sería posteriormente el caso de los franceses e ingleses, holandeses y otros europeos con sus patentes de corso (como se verá después)}.

Uno de los casos más conocidos de piratería contra las líneas de navegación lo protagonizó Julio César, que llegó a ser prisionero de los piratas cilicios (75 a. C.).

{Plutarco en su obra Vidas paralelas cuenta que el jefe cilicio estimaba el rescate en 20 talentos de oro, a lo que el joven César le espetó: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio, sabrías que valgo por lo menos 50.» El cautiverio duró 38 días, en los cuales el rehén amenazó a sus captores con crucificarlos. Finalmente el rescate se pagó y el futuro Cónsul de Roma fue liberado.



César cumplió su amenaza, y cuando recobró la libertad organizó una expedición, pagada con su propio dinero, durante la que apresó a sus captores y los crucificó a todos}.

La piratería, sobre todo la perpetrada por piratas cilicios, alcanzó niveles preocupantes para Roma hacia el final de la República. En el año 67 antes de Cristo, el senado romano nombró a Pompeyo procónsul de los mares, lo que significaba que se le otorgó el mando supremo del Mare Nostrum (el Mar Mediterráneo) y de sus costas hasta 75 kilómetros mar adentro.



Se le concedieron todos los ejércitos que se encontrasen a las costas del Mediterráneo, contando así con unos 150,000 efectivos, así como el derecho de tomar del tesoro la cantidad que necesitase.

Finalmente, se le proveyó con una flota bien pertrechada.

En diversas operaciones eliminó en cuarenta días a todos los piratas de Sicilia e Italia y, tras el asedio y toma de Coracesion, a los piratas de Cilicia, acabando así, en cuarenta y nueve días, con los piratas que asolaban la zona oriental del Mediterráneo.

Gerónimo comenta que la fama de Pompeyo era tal que los piratas sólo presentaron la resistencia imprescindible para solicitar una rendición honrosa de acuerdo a los códigos de conducta romanos.

Las expediciones vikingas solían formarlas decenas o cientos de buques navegando y atacando juntos; en contraposición con otras anteriores (y sobre todo con las posteriores en el Mar Caribe, donde lo frecuente eran ataques de pocos barcos o incluso de uno solo).

No podemos dejar de tener en cuenta que un drakkar vikingo podía transportar unos 32 o 35 hombres, como lo atestigua el Barco de Oseberg encontrado en la granja Oseberg de Vestfold, Noruega en 1903.





Un ejemplo de estas expediciones lo tenemos en las crónicas sobre la primera incursión de los vikingos a la península Ibérica en el año 840.

Un número indeterminado de naves bordearon la costa asturleonesa hasta llegar a la actual Torre de Hércules (su gran tamaño debió de parecerles importante) y saquearon la pequeña aldea emplazada a sus pies.

Ordoño I tuvo noticias de la expedición y condujo a su ejército contra los vikingos, a quienes derrotó recuperando buena parte del botín y apresando o hundiendo entre sesenta y setenta de sus naves, lo que quizá no constituía ni la mitad de la fuerza desplazada por la expedición, como demuestra el hecho de que siguieron su campaña de saqueos. En el ataque a Lisboa los cronistas hablan de que llegó una escuadra compuesta por 53 bajeles.

Los vikingos supieron unir a sus grandes dotes marineras la sorpresa y la no poca ferocidad en el uso de la espada.

Sin embargo, este pueblo goza de cierta leyenda rosa en lo que a sus dotes militares respecta. Se tiene la idea de que eran los más terribles guerreros europeos o mundiales de la época, siempre dispuestos a luchar hasta la muerte con la esperanza de sentarse a la mesa en el banquete de Odín, tras haber tenido el privilegio de morir con la espada en la mano.



Frente a esta leyenda, la historia muestra hechos donde se ve que, como cualquier pirata, atacaban aquello que creían poder conquistar y en muchas ocasiones huían o se rendían. Un ejemplo lo aporta su primera incursión en Al-Ándalus, donde tomaron Cádiz y subieron de nuevo por el Guadalquivir, saquearon minuciosamente Sevilla desde la que lanzaron avanzadas a pie. No obstante, cuando Abd Rahman II salió con sus hombres y, tras algunas batallas, los vikingos al comprobar que no podían con la fuerza andalusí, huyeron abandonando Sevilla y a muchos rezagados, quienes se rindieron a las fuerzas del Emir y terminaron, o bien criando caballos y haciendo queso, o bien con el viejo castigo para los piratas: la ahorca.
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