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Título ¡Tal vez cuando era cuerpo los astros me envidiaban! Discurso y representación femenina en la poesía de Blanca de los Ríos.M.ª Jesús Soler Arteaga.argatea@latinmail.com Universidad de Sevilla. Grupo de investigación Escritoras y escrituras. La unión de diversos factores como el desarrollo de la prensa propiciaron la incorporación de las mujeres al panorama literario durante el siglo XIX. Sin embargo, del millar de escritoras surgidas en esta época de las que hay constancia bibliográfica sólo conocemos a un grupo muy reducido. Este es el caso de Blanca de los Ríos (1862-1956) poeta, novelista e investigadora, de la que se conoce muy poco pese a la intensa labor que desempeñó a favor de la mujer y de las relaciones entre España e Hispanoamérica. Una de sus primeras obras es el poemario Esperanzas y recuerdos (1881), que centrará nuestra atención en el presente trabajo, concretamente en lo que respecta a la imagen que ofrece de la mujer. ¡TAL VEZ CUANDO ERA CUERPO LOS ASTROS ME ENVIDIABAN! DISCURSO Y REPRESENTACIÓN FEMENINA EN LA POESÍA DE BLANCA DE LOS RÍOS.M.ª Jesús Soler ArteagaÉste es el resumen del artículo en inglés, sin la palabra Abstract. La extensión media puede ser de unas cinco o seis líneas. 1 ESCRITORAS DEL SIGLO XIX. El siglo XIX gracias entre muchos otros factores al desarrollo de la prensa periódica propició la aparición de numerosas escritoras en el panorama literario, autoras que según los estudios bibliográficos que emplea Marina Mayoral en la introducción a la obra Escritoras Románticas españolas, que ella misma coordinó, se puede afirmar que sobrepasan el millar. Sin embargo, son escasísimos los datos que tenemos. De las aproximadamente mil doscientas mujeres documentadas, sólo conocemos la biografía y nos ha llegado la obra, a menudo incompleta, de muy pocas. Nos referimos desde luego a las más importantes, a aquellas de las que por méritos propios y gracias a las labores de investigación se ha conseguido recuperar sus obras, mencionaremos a: Rosalía de Castro, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán, Carolina Coronado, Concepción Arenal, Francisca Ruiz de Larrea, Cecilia Böhl de Faber, etc. Abordar el estudio de cualquiera de estas autoras que han sido excluidas de la historia literaria, de las antologías, de los manuales, de la valoración crítica en su tiempo y después, supone emprender una verdadera labor arqueológica, como la han denominado las propias investigadoras que han intentado reconstruir la tradición femenina y analizar el discurso de estas mujeres1. Tarea que requiere un gran esfuerzo y dedicación por parte de estas estudiosas, dado que el material necesario sólo puede obtenerse a través de la consulta de obras y colecciones de difícil localización y acceso. Este es el caso de la autora sevillana Blanca de los Ríos de cuya biografía quedan escasos datos al igual que de su obra, diseminada por las revistas de la época y por distintos fondos, dado que no ha vuelto a reeditarse. 2. blanca de los ríos. vida y obra.2Blanca de los Ríos Nostench nacida en Sevilla en 1862 y fallecida en Madrid en 1956, sigue siendo una desconocida pese a la intensa labor que desempeñó como escritora y crítica. Su nacimiento en el seno de una familia culta le reportó una amplia formación, como señala Consuelo Flecha (2000) en la biografía que realizó de esta autora: “Rodeada de un ambiente familiar de escritores, políticos, artistas y médicos, su educación se benefició de la riqueza de estímulos y de posibilidades que ese contexto cultural le iba proporcionando. Su padre, arquitecto, su abuelo materno, médico, sus tíos, escritores y políticos, fueron una referencia a la que ella se supo acoger inteligentemente, aunque supiera que, por su condición de mujer, no todos los caminos le eran igualmente fáciles.” Se casó con Vicente Lampérez y Romea (1861-1923) conocido arquitecto y arqueólogo madrileño, catedrático de la escuela de arquitectura de Madrid que realizó restauraciones y reformas de monumentos como las catedrales de Cuenca y de Burgos, y publicó importantes estudios de historia de la arquitectura3. El traslado a Madrid supuso para la autora el contacto directo con el ambiente literario e intelectual de la capital y amplió su horizonte y sus proyectos. Tal vez por esta conciencia de las dificultades que suponía el hecho de ser mujer, a la que se refería C. Flecha, ocultó su verdadero nombre en las primeras obras que dio a la prensa, que se publicaron con el nombre de Carolina del Boss. Aunque rápidamente abandonó este seúdonimo para firmar como Blanca de los Ríos. Fue una escritora precoz su primera novela Margarita se publicó en 1978, tenía sólo diecisiete años, a esta le siguieron los poemarios Los funerales del César (1880), Esperanzas y recuerdos (1881) que se volvió a editar ampliado en 1912, El romancero de Don Jaime El Conquistador y La novia del marinero de 1886. Algo posteriores son sus siguientes novelas Melita palma (1901), Sangre española (1902) y La niña Sanabria (1907). Durante estos años publicó numerosos cuentos Las hijas de don Juan, Madrid goyesco y Los diablos azules, y colecciones de relatos La Rondeña (cuentos Andaluces) de 1902, El Salvador (cuentos varios) 1902 y El tesoro de Sorbas de 1914. También es destacable su participación en algunos periódicos como El Imparcial, La Época y El Nuevo Mundo, y en diversas revistas como El Correo de la Moda, Madrid Cómico, La Ilustración española y americana, Blanco y Negro, La Enseñanza Moderna, El Álbum Ibero-Americano y especialmente en Raza Española, revista que fundó y dirigió desde 1918 hasta 1930 año en que desapareció. En ésta como en otras publicaciones divulgó sus ideas feministas. La preocupación por la mujer y por las relaciones entre España e Hispanoamérica estuvieron siempre presentes en su reflexión y en su participación en diversas asociaciones y actos como: la Asamblea Americanista de Barcelona y los Centros de Cultura Hispanoamericana de Cádiz y de Madrid, la Junta Superior de Beneficencia de Madrid y la Unión de Damas Españolas, en la que se preocupó por el avance en medidas de protección para las mujeres en el trabajo, perteneció al Ateneo de Madrid y formó parte de la Asamblea Nacional entre los años 1927 y 1929 durante la Dictadura de Primo de Rivera. Aunque el ámbito en el que más destacó y por el que fue abandonando la creación literaria fue, sin duda, el del estudio tomando como maestro a Marcelino Menéndez Pelayo y siguiendo las normas de investigación y crítica históricas que éste propuso. Una de sus principales obras es Del siglo de Oro publicada en 1910, en la que contó con Menéndez Pelayo para la realización del prólogo, en el que decía de ella: “No necesita la ilustre dama autora de este libro que nadie la presente al lector con oficiosos encomios. Siempre resultarían inferiores a sus probados méritos y a la justa notoriedad de que goza como artista de noble ingenio lírico y narrativo” (De los Ríos, 1910: 9). A Blanca de los Ríos se deben numerosos estudios sobre Tirso de Molina, así como la edición crítica de sus Obras completas. Esta labor le valió el reconocimiento por parte de la Real Academia Española, de la que no llegó a formar parte pese a que fue presentada su candidatura. Otros textos que merecen ser destacados son los que publicó sobre Calderón de la Barca, De Calderón y de su obra y La vida es sueño y los diez Segismundos de Calderón, sobre el Quijote Sevilla, cuna del Quijote, y sobre Francisca de Larrea Böhl de Faber, publicado en 1916, dedicado al análisis de la aportación de esta escritora y traductora gaditana en el contexto del romanticismo decimonónico y sobre algunos personajes literarios Los grandes mitos de la Edad Moderna: Don Quijote, Don Juan, Segismundo, Hamlet, y Fausto. En la obra Del siglo de Oro se incluye además una amplia bibliografía en la que se da noticia de los libros que se estaban traduciendo al francés, al italiano, al alemán y al danés para divulgarse en esos países. También dedicó sus esfuerzos a la figura y la obra de Santa Teresa de Jesús sobre la que pronunció diversas conferencias: “Influjo de la mística de Santa Teresa, singularmente sobre nuestro grande arte nacional” (1913), “Santa Teresa de Jesús y su apostolado de amor” (1915), “Guía espiritual de España” (1915) y “Ávila y Santa Teresa” (1915). Por esta faceta fue muy alabada, se dijo de ella: “como conferenciante es también doña Blanca de los Ríos una figura eminente por la grandeza de los temas que trata, por la elevación y originalidad de pensamiento, por la riqueza de su léxico inagotable, por la elegancia de su sintaxis, a la vez clásica y moderna, por la nobleza y la ornamentación de su estilo y por su elocución fervorosa y persuasiva”4. Recibió no sólo las alabanzas de la crítica sino también numerosas condecoraciones, entre ellas la Cruz de Alfonso XII, en un homenaje presidido por la Reina Victoria Eugenia, la Medalla de Oro del Trabajo y la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, así como el reconocimiento del Ayuntamiento de Sevilla al ponerle su nombre a una de las calles de la ciudad5. 3. esperanzas y recuerdos.3.1 El romanticismo un movimiento de límites imprecisosDe la extensa obra de Blanca de los Ríos hemos elegido Esperanzas y recuerdos, el primer poemario que publicó con su nombre real y que se imprimió en 1881, fecha que puede resultar tardía para algunos críticos a la hora de calificarlo como romántico. Hemos de tener en cuenta en primer lugar que el romanticismo es un movimiento de límites imprecisos y en segundo lugar que tanto por el tono como por la temática podemos enmarcarlo en esta corriente. Las fechas de iniciación y de conclusión del periodo romántico han planteado numerosas dificultades así Guillermo Díaz-Plaja (1980) reunía en su estudio del romanticismo español las fechas propuestas por: el Marqués de Valmar que situaba el “límite moral” del siglo XVIII en la invasión napoleónica de 1808, o Menéndez Pelayo que consideraba que el siglo XIX no había comenzado para la literatura y la ciencia española antes de 1834, así como la opinión del padre Blanco García que encontraba ambas fechas demasiado retrasadas. Marina Mayoral, en cambio, (1990) considera que las fechas aproximadas que comprenden el periodo romántico son 1830 – 1870. Por otra parte Susan Kirkpatrick comenzaba su estudio sobre las autoras románticas españolas entre 1835-1850 con la afirmación de Rosa Chacel: “En España no hubo romanticismo”. La autora americana la tomaba como punto de partida para inmediatamente aclarar que sus conclusiones eran: “contrarias a la convicción de Chacel de que la expresión femenina de la sensibilidad romántica no apareció en España antes del siglo XX” (Kirkpatrick, 1991: 11). No obstante, hemos reservado para finalizar las conclusiones de Díaz-Plaja por parecernos las más acertadas: “He aquí lo que únicamente puede afirmarse a las luz de nuestros conocimientos actuales: o el Romanticismo es una constante de la historia de la cultura, y en este caso debemos buscar su influencia, visible o subterránea, a lo largo de todos los siglos, o bien es un fenómeno específico de determinado periodo; entonces deberemos advertir en él una larga época de preparación que, sin exagerar, podemos señalar por todo el siglo XVIII, una época de florecimiento mucho más breve de lo que se cree en general, y un período de liquidación, que se inicia a mediados del siglo XIX y que dura -con el fin de siglo- hasta 1914” (Díaz-Plaja, 1980: 31-32). 3.2 Representar - representarseEn Esperanzas y recuerdos encontramos a una autora que observa a los maestros y emula a los clásicos sin caer en la imitación, como señaló Menéndez Pelayo en el prólogo a la obra Del siglo de Oro publicada en 1910, casi treinta años después de la primera edición de este poemario. Blanca de los Ríos estaba utilizando en ese momento la retórica, las estructuras, los temas e incluso las imágenes que habían empleado los poetas románticos. La autora sevillana demuestra ser una hábil versificadora que conoce la métrica y los recursos y no duda en ponerlos al servicio de los distintos temas, así encontramos un primer grupo de poemas en los que la autora emplea versos de arte mayor, endecasílabos y el dodecasílabos, por ejemplo, en “El ángel de las aguas”, en “El poeta” o en “Cantos de Ofelia”. Frente a estos, hay otro grupo muy significativo “Las rimas”, en las que predominan los poemas escritos en versos de arte menor, especialmente octosílabos, en estos poemas la autora observa el tono popular de la rimas becquerianas y vuelve a los temas que este autor trató, los poemas de amor y desamor alternan con otros dedicados al sueño, la inspiración, la vida, la muerte6. En el presente trabajo, pese al interés que despierta todo el poemario, nos ocuparemos sólo de aquellos poemas en los que la autora presenta y describe a personajes femeninos y también a aquellos en los que el yo poético se identifica claramente con una voz femenina que nos remite a la de Blanca de los Ríos. No debemos olvidar que uno de los rasgos fundamentales de la escritura romántica es la expresión de la subjetividad, el autor romántico está definiéndose y representándose a sí mismo7. Sin embargo, como en otras escritoras, el análisis de sus textos nos demuestra que la identificación con los modelos existentes en su época es sólo parcial, puesto que en ellos introducen nuevos elementos con los que alteran el discurso y reclaman para sí mismas como mujeres una imagen distinta a la que estaba codificada en el canon patriarcal. Esta necesidad de autodefinirse en la escritura la explica Noël Valis en su artículo “La autobiografía como insulto”: El impulso autobiográfico intenta fijar una vida mediante unos movimientos figurativos constituidos de manera metafórica y metonímica. Este movimiento figurativo implica también un contexto discursivo donde lo privativo se define en contrapunto a lo público. Este movimiento dialéctico de lo privado a lo público se intensifica cuando el sujeto del acto autobiográfico se percibe como transgresor contra el discurso público normativo. Es este el caso de la mujer escritora del siglo pasado al intentar definirse autobiográficamente. (Valis, 1991:36) Por tanto distinguiremos entre aquellos poemas en los que Blanca de los Ríos describe una figura femenina y aquellos en los que el yo lírico puede identificarse con la autora, puesto que trataremos de establecer si la autora diferencia entre representar a una mujer y representarse a sí misma como mujer. Comenzaremos atendiendo a los poemas en los que aparecen figuras femeninas. En cualquiera de estos poemas podemos observar que se repiten arquetipos que encontramos en la literatura de la época, escrita por hombres, sin a penas diferencias. La primera de estas figuras podemos encontrarla en el poema “El ángel de las aguas”. En él se describe un ser mágico, un ángel con figura femenina que sale “como siniestra ondulación del agua”, se trata de un ángel maléfico que sin embargo, es descrito como un ser hermoso, pálido y de largos cabellos, cualidades propias del tipo de mujer de moda en la época. Esta criatura que habita en el agua, como la protagonista de la leyenda de G. A. Bécquer titulada “Los ojos verdes”, ahoga a los que se acercan, en este poema es un niño pequeño el que muere: El ángel de las aguas. Los rayos espectrales de la aurora Tras sudarios de niebla se filtraban; Sangriento lago semejaba el valle, Sepulcros de gigantes, las montañas. [...] Y entre cendales de revuelta espuma, Como siniestra ondulación del agua Que ilumina fantástica la aurora, Rauda, medrosa, indefinible pasa, Allí una blanca forma que voltea Con un espectro lívido abrazada, Allá una virgen pálida y desnuda Con sus propios cabellos por mortaja. (Ríos, 1881: 1-2) La descripción del ambiente que puede verse en los primeros versos es propia del romanticismo, se trata de un lugar misterioso en el que la niebla, los rayos de luz, y el paisaje recuerdan a un campo de batalla o a un cementerio y contribuyen a crear una atmósfera en la que pueden ocurrir hechos relacionados con el mundo de la magia y de lo oculto. Muy distinta es la imagen que se presenta en el fragmento II en el que aparece la madre del niño. De ella no hay descripción física, únicamente se hace referencia a su ternura, y a la blancura y tibieza de su regazo, recordemos que aún seguía vigente en la literatura de la época y especialmente en las revistas la imagen y la función de la mujer como madre y como arbitro angelical de las relaciones domésticas8. ¡La cuna! El blanco nido que la madre Al tierno huésped de su amor prepara; El florido bajel donde se mece, Antes que el ser ansiado, la esperanza; El cerrado capullo donde duerme La inocente purísima crisálida; El casto santuario que atesora El sagrado depósito del alma; Donde se despierta la primer sonrisa; Donde se vierten las primeras lágrimas; Dulce regazo de la madre misma Recuesta al tierno ser de sus entrañas Y blando y tibio, entre sus blancos pliegues El sonrosado cuerpo inmóvil guarda, Cuando invisible entre las sombras Parte a cita con los ángeles el alma. (Ríos, 1881: 3) Sobre esta imagen de la mujer como madre, como ángel del hogar, sin más atributos que los expuestos anteriormente, afirma S. Kirpatrick: ...cuando los escritores que se situaron dentro de los paradigmas románticos españoles en la década de los treinta representaban a las mujeres como sujetos, se apartaban muy poco de la imagen de la psique femenina desarrollada en la literatura que hablaba del ángel del hogar: a diferencia del héroe romántico, estas heroínas gozaron de poca individualidad, y su ámbito emocional raramente iba más allá del amor sacrificado y de un cierto sentido del honor. (1991: 99). Pese a que este poema fue escrito mucho después de la década de los treinta Blanca de los Ríos reproducía en él la misma imagen de amor abnegado en esta madre con su hijo muerto en los brazos, que empleaban otros autores y autoras. Igualmente es muy interesante la imagen que nos proporciona la autora de Florentina Amador de los Ríos, a la que dedica un poema de circunstancias, puesto que la joven había fallecido. Se trataba por tanto de una descripción idealizada, pero en este caso de una mujer real: No te conozco niña; pero te veo. A ver si te retrato con mi deseo. Eres, blanca sonrisa de la mañana, Redonda y sonrosada cual la manzana. Es tu cara tan blanca como el armiño; Tienes alma de ángel cuerpo de niño Que brillan en tu rostro luz de consuelo La hermosura del mundo con la del cielo Como en aquellos seres de casto brillo Que del niño y el ángel forjó Murillo[...] (Ríos, 1881:33) Una vez más nos encontramos el mismo tipo de mujer que en los poemas anteriores, una mujer angelical, pálida y virginal, muy parecida a las que podemos encontrar en algunos poemas de Bécquer. Sin embargo, estas descripciones convencionales son un tópico de la época, la propia Blanca de los Ríos fue descrita de forma parecida por el poeta José Velarde9 que prologó este poemario: Ninguno de estos vicios hallarán los lectores en estas páginas, que aseguran a su autora un brillante porvenir. Poetisa dotada de buen sentido, no se aparta de las leyes del buen gusto; varonil de pensamiento, obliga a veces a meditar; tierna y sensible como mujer, hiere misteriosamente las fibras más recónditas del corazón; niña aún encanta con la dulce candidez de la inocencia; riquísima, en fin, de imaginación tiene alto el vuelo y va sembrando como la diosa de la noche de perlas y brillantes los espacios por donde cruza. (Ríos, 1881: 7) José Velarde la presentaba a sus diecinueve años como una niña candorosa, que reunía las cualidades propias de una mujer, aunque lo primero que se destacaba de ella era su buen sentido, que no se apartaba de las leyes del buen gusto y que era varonil de pensamiento; se trata de una curiosa forma de alabarla, porque en 1881 la capacidad intelectual estaba reservada al hombre y a seres tan extraordinarios como B. de los Ríos que podían aunar cualidades varoniles y femeninas, sin dejar de ser lo segundo. Frente a las descripciones del primer grupo de poemas comentaremos aquellos en los que la poeta utiliza la primera persona, entre ellos destacan dos: “El poeta” y “El soñador”, en los que la autora se representa. El poeta. Yo soy como el lirio que brota en la cumbre Y el alba corona de azul tornasol; Marchita su vida del cenit la lumbre, ¿Qué importa?... ¡le matan los besos del sol![...] Yo soy como el viento, soy libre y potente No acato ni tronos, ni espada, ni ley Delante del pobre doblego la frente, La máscara arranco del rostro del rey. (Ríos, 1881:9) Son significativos estos dos fragmentos porque Blanca de los Ríos se estaba definiendo como poeta y estaba asumiendo dos tipos muy distintos de imágenes de sí misma. En el primer verso se comparaba con “el lirio que brota en la cumbre”, una planta solitaria y altiva que ambiciona la gloria por lo que no le importa que la maten los besos del sol. Pero recordemos que se trata de una flor ni Espronceda ni Bécquer10 se hubiesen comparado con un lirio y, en cambio, son muchos los ejemplos que podemos encontrar de comparaciones entre las flores y la mujer en el romanticismo. Carolina Coronado publicó numerosos poemas en los que empleaba este tópico, entre ellos hay que destacar el titulado “Al lirio”. Sin embargo frente a esta imagen delicada y apegada a la tradición, en la última cuarteta la autora se comparaba con viento y se afirmaba como un ser libre, potente, capaz de enfrentarse y desafiar a la autoridad; la misma actitud que encontramos en el poema siguiente: El soñador. ¿Qué me queréis? de sueños y de aurora Tengo yo un mundo, que invisible habito ¿Qué queréis del al autómata inconsciente Cuando se exhala el desligado espíritu?[...] ¿Qué sois vosotros el rebaño humano Que a fuerza de pasar abre una senda?[...] ¿Por qué atacáis como sangrientos lobos Al que a tierra prometida os lleva?[...] ¿Por qué me perseguís? Yo pobre artista Busco la inmensidad... Pero no os temo Cuanto más me acoséis más alto vuelo. (Ríos, 1881:35-39) De nuevo en este largo poema, del que sólo recogemos unos fragmentos, se afirmaba como poeta y como soñador, poniendo de nuevo buen cuidado en llamarse soñador y no soñadora, pero dejando traslucir en su poema que se siente acosada y atacada por aquellos que forman el rebaño humano y no entienden que sea mujer y escriba. También, podemos establecer cierto paralelismo entre este poema y otro de C. Coronado: “Mas quiero, humilde abeja, aquí en el suelo / Vagar de flor en flor siempre ignorada, / Que el águila siguiendo arrebatada con las alas cortas, remontar mi vuelo”, del que S. Kirpatrick comenta: “Las imágenes justifican como hecho de la naturaleza sus limitaciones como poeta: la abeja femenina ha de permanecer cerca de la tierra y de sus flores, porque sus alas no están hechas para las alturas a las que vuela el águila”(1991: 199). La actitud de Blanca de los Ríos mostraba una absoluta confianza en sí misma y en sus cualidades que le permitirían levantar el vuelo, y no dejaba de resultar desafiante, altiva e incluso soberbia. La imagen que tiene la autora de la sociedad de su tiempo es bastante negativa son frecuentes los poemas que contienen preguntas dirigidas a la segunda persona del plural, a un “vosotros” en el que probablemente se encontraban aquellos que la rodeaban y a los que más que interrogar increpaba, un ejemplo de esto podemos verlo en la rima IV en la que define la vida como un festín de cuervos: Realidad terrible azote Del alma que mundos crea ...Despertemos... ¿Qué es la vida? Festín de cuervos hambrientos [...] (Ríos, 1881: 70) Muy distinta se muestra, en cambio, en los poemas amorosos en los que se planteaba una cuestión espinosa, que también se había presentado a otras autoras románticas, la expresión del sentimiento amoroso y de la pasión, emociones que le habían sido negadas a la mujer en la codificación genérica vigente en esos años. Susan Kirpatrick lo explica de este modo: Esta exclusión sistemática del sujeto femenino de la plenitud de sentimiento y de la imaginación, incorporó en el yo romántico el problema textual principal al que se enfrentaban las poetas de la década de los cuarenta. Para romper los vínculos del ámbito estrecho del sentimiento que les era permitido, tenían que encontrar en su estilo algún modo de luchar con esta “masculinización” de la pasión. (1991: 99) Blanca de los Ríos reclamaba para la mujer la capacidad de sentir pasión e incluso de expresarla. En este sentido es muy significativo el largo poema dividido en tres partes titulado “Los cantos de Ofelia”. En él se producía una identificación entre el yo lírico y Ofelia que expresaba sus sentimientos y que, como en los poemas anteriores, interrogaba a quienes la juzgaban. Sus versos iban introducidos por dos de la rima VI de Bécquer: “La dulce Ofelia la razón perdida / cogiendo flores y cantando pasa”, pero frente a esta dulce Ofelia cargada de perfumes doña Blanca nos presentaba a una mujer ardiente a la que comparaba con los querubines, tal vez resulte una comparación paradójica, pero que cobra sentido si recordamos las inútiles disquisiciones medievales sobre los ángeles: La triste Ofelia soy; me llaman loca Porque mi angustia a la razón invoca Y al fin pierde la calma Porque he sentido la acerada punta Del desencanto desgarrarme el alma;[...] Si una mujer ardiente, apasionada, Cual lo son los querubes, Encuentra al fin la realidad soñada Si encuentra al ser que imaginó en las nubes Si bebe la demencia en su mirada, Y aquel amor, por su fatal estrella, No es del ser adorado comprendido... ¿Qué aguardáis para ella? ¿Qué le aconseja la razón? ¿Olvido?[...] (Ríos, 1881: 17-18) La nueva Ofelia no sólo apela a la razón, afirma que son los demás los que la consideran loca y emplea la segunda parte de su monólogo en reflexionar acerca de la razón para acabar haciendo una apología de la locura: “Si el genio hace la luz, ¿no es la locura / la que enciende la chispa fulgorosa.” (Ríos, 1881: 19). En la tercera, una vez convertida en espectro desdeña su nueva condición y desea la anterior, quiere volver a ser cuerpo y sombra, recordar y recuperar sus sentimientos. [...]¿Por qué mientras más subo, más descender deseo? Soy sol, pero estoy ciega; soy luz pero no creo Soy luminar que encierra la noche en su interior. ¡Tal vez cuando era cuerpo los astros me envidiaban! ¡Dentro de aquella sombra los soles se filtraban! ¡Memoria! ¿Qué fue de aquello?¿Fue por ventura amor? (Ríos, 1881:20) Junto al poema que acabamos de ver, podemos situar otros en los que Blanca de los Ríos nos mostraba a un sujeto lírico femenino dueño absoluto de las emociones y de las pasiones que experimenta y domina. Un buen ejemplo de esto es el madrigal IV: Pasó de la tormenta el aquilón... Ya te arrojé de mí, ya soy más fuerte Que el mismo amor y que la misma muerte Ya estoy junto al volcán y no me abraso... Mas por verter la esencia estrelle el vaso ¡Por olvidarte he roto el corazón! (Ríos, 1881: 68) Más allá de las convenciones y los tópicos de este tipo de literatura nuestra autora estaba reclamando para sí misma y para las mujeres el derecho a sentir hasta perder la razón o, como ella lo llamaba en algunos de sus poemas, hasta el “desvarío”. Ejemplo de esto que acabamos de decir es la rima XIV, en la que describe con claridad sus sentimientos y deja atrás esa candidez que Velarde le concedía: Te vi y te ame con ciego desvarío Te vi y te ame como la vez primera Sentí los arrebatos indefinibles [...] (Ríos, 1881:82) También son interesantes, como hemos visto en estos ejemplos, dos grupos de poemas incluidos en esta obra: los madrigales y las rimas. Entre ellos, como decíamos antes, pueden encontrarse algunos que contienen la declaración de su amor frente a otros de superación de ese sentimiento. Se trata de un lugar común que se repite en muchos poemarios, sin embargo lo que nos interesa en este caso es ver como la autora asumía la tradición desde su condición de mujer. En el segundo de los madrigales titulado “Tú y yo” la poeta se presentaba a sí misma de nuevo como una flor aceptando la imagen vigente en la época pero, aún así, podemos observar una clara insinuación sexual: II Yo soy la pobre flor que en el estío Sobre el ardiente polvo se consume Sé tú la blanca perla de rocío Y yo te daré en cambio ni perfume. Si es mar de llanto la existencia mía Tú eres rayo de sol; mírate en ella, Y en tanto que amanece eterno día, Si yo la noche soy, sé tú mi estrella. ¿Qué haré yo, si tú me dejas? (Ríos, 1881:59-60) La rima IX sorprende al lector porque en ella se da una inversión de las imágenes, en ella el amado pasa a ser la flor y el causante de que los versos de la mujer sean las abejas: Si mi existencia es tu amor ¡Si mis versos son abejas Es porque tú eres la flor![...] (Ríos, 1881:73) Susan Kirpatrick comenta los versos que le dedicó Espronceda (1984:235) a Carolina Coronado: “Mas ¡ay! perdona, virginal capullo, / cierra tu cáliz a mi loco amor. / Que nacimos de un aura al mismo arrullo, / para ser, yo el insecto y tú la flor.” De ellos decía la autora americana: “Al recurrir a una tradición venerable que identifica a la mujer con la flor como objeto generador de placer, Espronceda estaba utilizando un antiguo recurso para poner a la mujer en su sitio, basado en la expresión de un deseo sexual que se suponía que ella tenía que agradecer.” Blanca de los Ríos sorprende al lector dando un vuelco a esta situación e intercambiando los papeles. En los versos de la autora sevillana vemos que ésta jugaba con las imágenes que tradicionalmente se asignaban a la mujer asumiéndolas en unas ocasiones y en otras invirtiendo los términos. Es posible comprobar que mantenía algunos arquetipos femeninos como el del ángel del hogar, que aún seguía vigente en 1881. Pero sobre todo advertimos que es en aquellos poemas en los que se representaba y se definía a sí misma en los que resulta más audaz, acataba la tradición para describir a mujeres ideales y reales, pero cuando escribía en primera persona reclamaba para sí la capacidad de sentir y de expresar las emociones que hasta el momento le habían sido negadas a su sexo. Referencias bibliográficas.ARMSTRONG, N. (1991): Deseo y ficción doméstica. Cátedra. Feminismos. Madrid. DÍAZ PLAJA, G. (1980): Introducción al estudio del romanticismo español. Espasa-Calpe, S. A. Austral. Madrid. EQUIPO EDITORIAL (1990): Escritoras Andaluzas. Editorial J. R. Castillejo. Castillejo/Efemérides. Sevilla. ESPRONCEDA, J. DE (1984): Poesías. El estudiante de Salamanca. Plaza & Janes. Barcelona. KIRKPATRICK, S. (1991): Las Románticas. Escritoras y subjetividad en España, 1835-1850. Cátedra. Feminismos. Madrid. MONTOTO, S. (1990): Las calles de Sevilla. Ed. Librería Anticuaria Los Terceros. Sevilla. PERINAT, A. Y MARRADES, M.ª I. (1980): Mujer, prensa y sociedad en España 1800-1939. Centro de investigaciones sociológicas. Madrid. RÍOS NOSTENCH, B. DE LOS (1881): Esperanzas y recuerdos. Imprenta central a cargo de Víctor Saiz. Madrid. VALIS, N. V. (1991): “La autobiografía como insulto”, en La autobiografía en la España contemporánea, en Anthropos, n. 125, Anthropos. Barcelona, pp. 36-40. VV. AA. (1988): Nueva enciclopedia Larousse. Planeta. Barcelona. VV.AA. (1990): Escritoras románticas españolas. MAYORAL, M. (Coord.) Fundación Banco Exterior. Madrid. VV.AA. (2000): Mujeres en la historia de España. Enciclopedia biográfica. TAVERA, S. (Coor.) Consuelo Flecha. Universidad de Sevilla. Barcelona. VV. AA. (2001): Representar – representarse, firmado mujer. Congreso internacional en homenaje a Zenobia Camprubí. Ed. Fundación Juan Ramón Jiménez. Huelva. 1 Nancy Armstrong (1991) en su obra Deseo y ficción doméstica alude a esta tarea de reconstrucción como a una labor de arqueología. 2 Para la elaboración de este apartado hemos utilizado diversas obras tales como enciclopedias que aparecen citadas debidamente en la bibliografía. 3 Entre sus obras destacan: Historia de la arquitectura cristiana española en la edad media y Arquitectura civil española de los ss. I al XVIII. 4 Cita tomada de la obra Escritoras Andaluzas realizada por Equipo Editorial (1990), en la que no se cita la fuente de la que fue tomada la referencia. 5 La calle esta situada entre la calle Francos donde estaba la casa en la que nació y la plaza de El Salvador, Santiago Montoto en su libro Las calles de Sevilla recoge este hecho: Blanca de los Ríos. Para rendir tributo de la admiración de esta insigne escritora doña Blanca de los Ríos, acordó el Ayuntamiento, en 1916, dar el nombre de esta hija de Sevilla a la calle Agujas. (Montoto, 1990:100) 6 Blanca de los Ríos tiene varios poemas dedicados a niños muertos. El segundo fragmento de “El ángel de las aguas” cuenta la muerte de un niño ahogado, se describe un ambiente misterioso en el que el ángel que habita en las aguas se cobra vidas. En la rima número VIII describe a una niña muerta, este poema nos remite a la rima LXXIII de Bécquer. 7 Susan Kirpatrick (1991: 22) explica que el poeta romántico no sólo presenta y define la realidad sino también a sí mismo: “El yo representado por el texto romántico es por lo tanto, inevitablemente, el sujeto autor en proceso de construirse a sí mismo.” 8 Es interesante para ver la imagen de la mujer en las revistas de la época el libro Mujer, prensa y sociedad en España 1800 -1939 de Adolfo Perinat y M.ª Isabel Marrades (1980). En cuanto al papel de la mujer en las cuestiones domésticas es interesante el estudio de Nancy Armstrong Deseo y ficción doméstica en el que señala : “La autoridad sobre la casa, el ocio, los procedimientos de cortejo y las relaciones de parentesco convergieron en ella, y las más básicas cualidades de la identidad humana se desarrollaron supuestamente bajo su jurisdicción.” (1991: 15) 9 José Velarde, poeta español (Cádiz 1849- Madrid 1892) y doctor en medicina, publicó sus primeros poemas en la revista La ilustración española y americana, entre sus libros La cueva de cristo 1879 y Obras poéticas 1887, su obra fue muy censurada por los críticos que la consideraron como excesivamente superficial. (VV. AA., 1988) 10 La rima número V es un buen ejemplo, en ella Bécquer se autodefine como poeta con una larga serie de metáforas: ...Yo soy el fleco de oro / de la lejana estrella; / yo soy de la alta luna / la luz tibia y serena... (bécquer, 1980:50) |
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