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La romanización y las lenguas prerromanas En el 218 a.C., tras la derrota de los ejércitos cartagineses por parte de las legiones romanas, se inicia la presencia de roma en la península Ibérica. En ese momento comienza la romanización de la Península, que se prolongará hasta el 19 a.C. ![]() Antes de la llegada de los romanos, la Península Ibérica se caracterizaba por su diversidad cultural y lingüística:
Las lenguas de todos estos pueblos (salvo el vasco) acabaron por desaparecer, aunque lo hicieron con un ritmo diferente. Las zonas del norte y del centro de la Península, más rebeldes y de menor interés para los romanos, conservaron durante más tiempo su lengua y su cultura. Esa larga convivencia entre el latín de los conquistadores y las lenguas de los pueblos conquistados favoreció los intercambios lingüísticos. Numerosas palbras latinas pasaron a esas lenguas prerromanas. Por esta razón, en el vasco actual encontramos palabras de origen latino como bakea (paz) y errota (molino). Por su parte, las lenguas prerromanas también dejaron su huella en el latín:
El latín de Hispania ![]() Para explicar la evolución del latín hasta llegar a las diferentes lenguas peninsulares, no solo se debe tener en cuenta el influjo de las lenguas prerromanas, sino también otros factores. Los más importantes son los siguientes:
La conquista de la Península se produce muy temprano y, por otro lado, la situación de Hispania la coloca en un área marginal o lateral con respecto a las innovaciones lingüísticas que se producían en Roma. Esto explica que el español o el portugués tengan (junto con el rumano) palabras que derivan de arcaísmos del propio latín, frente a lo que sucede en el caso del francés, el italiano o el catalán, más próximos o mejor comunicados con los centros innovadores. Así, por ejemplo, en español, en portugués o en rumano tenemos derivados de la palabra latina mensa (mesa en español y portugués; masa en rumano), mientras que el catalán, el francés o el italiano presentan derivados de la palabra latina tabula (taula en catalán, table en francés y tavola en italiano).
También se debe tener en consideración cuál fue el morigen de los romanos que colonizaron la Península, para saber qué características tenía el latín que se habla en los distintos territorios de Hispania. Los colonizadores procedían de muy diversos lugares, pero parece que muchos de ellos venían del sur de Italia. En muchas ocasiones esos colonizadores hablaban una variedad del latín menos culta que la que nos ofrece la literatura clásica latina. Esta variedad del latín se ha denominado latín vulgar.
El este y sur de la Península se romanizaron intensamente, hasta el extremo de desaparecer todas las lenguas habladas en esas zonas en fecha bastante temprana. Sin embargo, en el oeste y sobre todo en el norte la romanización no fue tan intensa. El latín hablado en estas zonas debió de sufrir una mayor influencia de las lenguas prerromanas. Esa influencia se manifestó más intensamente a partir del momento en el que las invasiones acabaron con la unidad política y cultural que representaba el Imperio. El nacimiento del castellano A partir del siglo V, el latín vulgar evolucionó de manera diferente en cada zona del Imperio. Estas modalidades lingüísticas que, como el castellano, se formaron a partir del latín vulgar se denominan ramances o lenguas romances. Entre los factores que determinaron la formación de las lenguas romances de la Península destacan las invasiones germánicas (siglo V), que tuvieron una importante consecuencia lingüística en el Imperio romano: el distanciamiento cada vez mayor entre las diferentes formas de hablar el latín en las distintas zonas del Imperio (La Galia, Hispania, Italia, etc.). El contacto con las lenguas germánicas ha dejado algunas palabras en el castellano:
En el siglo VIII tuvo lugar la invasión árabe, que supuso una auténtica ruptura con respecto a la época anterior. El contacto entre árabes y cristianos dotó a los romances hablados en los pequeños reinos cristianos de características lingüísticas que los distinguirán del resto de las lenguas romances heredadas del latín. Esas diferencias afectan especialmente al léxico, y, así, nuestra lengua posee más de cuatro mil palabras que directa o indirectamente se relacionan con el árabe en casi todos los campos del saber. Son de origen árabe numerosos términos del vocabulario científico, dada la superioridad árabe en este terreno durante la Edad Media: palabras de la Matemática (álgebra, cifra), de la Química (alcohol, azufre), de la Astronomía (cenit) o de la Medicina (jarabe). Además, son de origen árabe muchas palabras relacionadas con la agricultura (azúcar, aceite), la artesanía (albañil, alfiler), el comercio (almacén, aduana, arroba), el léxico de la casa (almohada, alfombra), los juegos (ajedrez, azar) y la alimentación (albóndiga, fideo, almíbar). También se tradujeron al romance expresiones del árabe, como por ejemplo Si Dios quiere o Que Dios os guarde. La expansión del castellano Tras la muerte de Almanzor en el año 1002 y la desaparición del Califato de Córdoba en el 1031, se produce una profunda transformación de la situación política y lingüística de la Península. ![]() Los reinos cristianos avanzan progresivamente hacia el sur y en ese avance hay dos reinos especialmente importantes: el reino de Castilla y el reino de Aragón, El reino castellano ocupa gran parte del centro peninsular antes del 1200 y algo similar sucede en el oriente con la corona de Aragón. Este cambio tiene varias consecuencias lingüísticas importantes:
El castellano en los siglos XI y XII Después de la desaparición de las hablas mozárabes, en la Península quedan los dialectos castellano, gallego, asturleonés, catalán y aragonés. De todos ellos, el castellano se va imponiendo poco a poco como lengua de comunicación y de cultura.
La ampliación de los reinos cristianos se vio acompañada de una importante incorporación de la población de origen francés en la Península. Sus causas son múltiples, pero hay tres que son especialmente importantes:
- La aparición de la lengua escrita El distanciamiento entre la lengua latina y la lengua romance es en este momento ya insalvable. Esto explica que cada vez resulte más necesario utilizar el romance como lengua escrita al final de este periodo. Su desarrollo se inicia en dos direcciones diferentes. Por un lado, aparece la prosa jurídica en documentos notariales y en fueros de los nuevos territorios conquistados. Por otro, se inicia el desarrollo de la poesía épica y lírica, en las que se deja sentir esa influencia francesa y en las que es frecuente que aparezcan características de diferentes dialectos, pues la norma lingüística todavía no se había empezado a fijar. La consolidación del castellano En la primera mitad del siglo XIII, durante el reinado de Fernando III el Santo, finaliza la Reconquista en Andalucía. Desde el punto de vista lingüístico, en esta época destacan los siguientes acontecimientos:
La actividad de la Escuela de Traductores de Toledo vuelve a introducir gran parte de la tradición griega en el mundo occidental, a la vez que favorece la difusión de los conocimientos acumulados por la cultura árabe en ciencias como la astronomía. De este modo, el castellano se va convirtiendo también en lengua de cultura.
Además, hasta la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), que tuvo lugar contra los almohades, los franceses habían colaborado en la Reconquista. Sin embargo, desde esta batalla la presencia de tropas francesas desaparece de la Península, hecho que tiene como consecuencia la pérdida de influjo francés en la lengua castellana. Un buen ejemplo de esta pérdida de influjo francés nos lo ofrecen las palabras que terminan en –e, como puente, fuente o noche. Por influjo francés era muy frecuente que perdieran esa –e final y se escribieran noch, fuent o puent. Sin embargo, con la pérdida progresiva de la influencia francesa este fenómeno resulta cada vez menos frecuente, aunque es en la época de Alfonso X el Sabio (hijo de Fernando III el Santo) cuando decae de forma casi definitiva. En cuanto al estado de la lengua, en este época los textos reflejan muchas vacilaciones dialectales, ortográficas, morfológicas y léxicas. Estas vacilaciones no desaparecen hasta Alfonso el Sabio. Alfonso X y el castellano drecho ![]() Durante el reinado de Alfonso X el Sabio (mediados del siglo XIII) la Reconquista avanza muy poco. Sin embargo, este es una figura clave de la cultura española.
Alfonso X el Sabio promueve la creación de varias obras (e incluso participa en la redacción de algunas de ellas): obras jurídicas como el Código de las Siete Partidas, obras históricas como la Grande e general Estoria o la Primera Crónica General, obras científicas como Lapidario o Libros del saber de Astronomía, etc. Esta inmensa labor cultural tiene importantes consecuencias lingüísticas. Las principales son las siguientes:
La norma lingüística alfonsí se continúa a lo largo del siglo XIV, en textos como los del infante don Juan Manuel o en las diferentes crónicas escritas a lo largo de este siglo. Sin embargo, a mediados de siglo se observan algunas modificaciones que reflejan el inicio del declive de esta norma. Si hasta ese momento el sufijo diminutivo era –iello, ahora se convierte en –illo; y si los imperfectos de indicativo acababan en –ié (temiés, temié, temién), reaparecen las formas en –ía (temías, temía, temían) que se impondrán en el siglo siguiente. Este declive refleja además otro de mayor trascendencia: la crisis de Toledo como principal centro cultural, que se acentuará a lo largo de los siglos XV y XVI. El reencuentro con la Antigüedad clásica A fines del siglo XIV y principios del siglo XV se produce en la Península Ibérica un importante cambio cultural que tiene notables consecuencias lingüísticas:
Surge así una lengua literaria que se aparta bastante de la lengua hablada (más cercana a los romances) y que responde en definitiva al ideal propuesto por Dante para el italiano. Fisonomía fonética de los dialectos meridionales del castellano ![]() Los dialectos del castellano, andaluz, canario, extremeño y murciano, surgen de la evolución propia del castellano en los territorios repoblados o incorporados a partir de la reconquista. Aunque tienen matices diferenciadores, todos coinciden en ofrecer una fisonomía distinta del castellano propio de las zonas norte, que podemos resumir en:
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