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Lengua y Literatura II. 2º de Bachillerato. Tema 15. Curso 2014-2015 TEMA 10. GENERACIÓN DEL 98. CARACTERÍSTICAS. PRINCIPALES AUTORES Y OBRAS.
La generación del 98 nació quince años después de esa fecha, cuando Martínez Ruiz, que ya firmaba como Azorín todos sus textos, bautizó de ese modo, en una serie de artículos para el ABC, a un grupo de escritores que habían empezado a publicar hacia finales de siglo. Contemporáneos de los modernistas, compartían con éstos una misma actitud de protesta contra la sociedad y contra el estado de la literatura, pero sus preocupaciones eran otras, tanto en su temática (reflexión sobre los problemas nacionales, visión existencial y dolorida de Castilla, temas trascendentales y metafísicos), como en su escritura (más reflexiva, sentenciosa y analítica, menos retórica). Como hechos que permiten hablar de generación literaria, merecen destacarse la escasa diferencia de edad (todos nacieron entre 1864 –Unamuno – y 1875 –Machado-); las relaciones personales entre ellos (frecuentaban los mismos ambientes y tertulias e incluso formaron el grupo “de Los Tres” Azorín, Baroja y Maeztu; algunos compartieron posturas revolucionarias en su juventud), si bien la trayectoria de unos y otros llegó a ser muy diferente; por último, el desastre del 98 como acontecimiento generacional que los une y da nombre al grupo. Además, entre sus precursores cabe citar a los regeneracionistas, preocupados por sacar a España de la decadencia en que se encontraba (Joaquín Costa) y a Ángel Ganivet, y como “director espiritual” situaríamos al propio Unamuno. Aunque no hay acuerdo en la lista de escritores que pertenecen a esta generación, discutida por muchos, los nombres más relevantes son Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Ramiro de Maeztu, Antonio Machado y Valle-Inclán.
Desde el punto de vista genérico, mientras en el Modernismo propiamente dicho hemos de destacar la poesía lírica por encima de cualquier otro género, en la generación del 98 suele concedérsele mayor importancia a la prosa, tanto en su vertiente narrativa (fundamentalmente, la novela, género donde Unamuno, Azorín o Baroja introdujeron novedades interesantes) como en el ensayo, que resulta la fórmula idónea para expresar las reflexiones de índole filosófica, política o religiosa propias de los noventayochistas, de su preocupación por España y por el destino del hombre. Sin embargo, no debemos olvidar que dos de los más grandes poetas del siglo XX pertenecen a esta generación: Antonio Machado, en cuya obra se refleja la evolución del modernismo a las ideas noventayochistas, y Miguel de Unamuno.
2.1.1. Perfil humano Hijo del folclorista Antonio Machado y Álvarez, pasó su infancia en Sevilla, donde había nacido en 1875 (Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...), pero pronto se trasladó con su familia a Madrid y estudió, junto con su hermano Manuel, en la Institución Libre de Enseñanza. Allí tuvo como profesor a Francisco Giner de los Ríos, cuyas enseñanzas ejercieron una enorme influencia en el poeta y, más tarde, condicionaron su postura ideológica liberal. En 1899 viajó con su hermano a París, donde trabajó como traductor y frecuentó los ambientes literarios de la época, además de conocer a Bergson, filósofo que influyó en su pensamiento. En 1902, en su segundo viaje a la capital francesa, trabó amistad con Rubén Darío, y a su vuelta, con los escritores modernistas. En 1907 obtuvo la cátedra de Francés en el Instituto de Soria, donde conoció a Leonor Izquierdo, con quien se casaría en 1909. Tres años más tarde la muerte de su mujer lo sumió en una profunda tristeza que se reflejará en su obra poética: Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. (“Campos de Castilla”). Se trasladó a Baeza, donde permaneció desde 1912 hasta 1919, año en que regresó a Castilla. En 1927 fue elegido miembro de la Real Academia Española y conoció a Pilar Valderrama, la famosa Guiomar de sus poemas amorosos. Defensor de la República, cuando estalló la Guerra Civil se exilió a Francia en enero de 1939, acompañado de su madre. Murió en Colliure en febrero de ese mismo año. Su hermano José encontró en uno de sus bolsillos el último verso del poeta: “Estos días azules y este sol de la infancia”. 2.1.2. Su poesía: temas y obras Varias obsesiones se repiten en su obra: el paso del tiempo y la nostalgia por la niñez y la juventud perdidas, la falta de amor, y la correspondencia emocional entre los elementos del paisaje y su estado de ánimo. La tendencia introspectiva se manifiesta en una preocupación filosófica existencial que le conduce a la contemplación simbólica de la realidad (las fuentes, los ríos, el paso de la mañana a la tarde simbolizan el paso del tiempo). En cuanto a la religiosidad, se entiende en Machado como una preocupación constante y profunda por el origen, destino y paradero final del ser humano, y por el problema de Dios (“siempre buscando a Dios entre la niebla”), si bien su peregrinar espiritual fluctuó entre escepticismo e inconcreta creencia, entre desesperanza y esperanza. Siempre a través de una conjunción perfecta entre lo descriptivo y lo reflexivo, la producción poética de Machado se desarrolla en tres etapas:
Incluye, además, una serie de elogios dedicados a hombres a los que admira y que proponen una vía de progreso (Giner de los Ríos, Rubén Darío, Unamuno...); poemas de paisaje, como “A orillas del Duero”; evocaciones de Soria o de la esposa muerta, descriptivos, como “El tren” o “A un olmo seco”; y otros que expresan preocupaciones existenciales e inquietudes religiosas sobre los enigmas del hombre y del mundo. También hay que mencionar los Proverbios y cantares, serie de poemas brevísimos, que son chispazos líricos o filosóficos, inspirados en formas populares, y el extenso romance “La tierra de Alvargonzález”, leyenda en verso sobre el tema de la envidia (el cainismo) en una tierra miserable.
2.1.3. Aspectos destacables de su lírica Aunque estéticamente el modernismo (becqueriano y simbolista) no desapareció nunca de su obra, Machado depuró su estilo hasta la sobriedad y la densidad propias de la generación del 98. Algunos aspectos destacables en su producción son:
Presenta variedad de metros y estrofas. En su primera obra se inclinó por la asonancia en los versos pares, en forma de romance o silva arromanzada. La rima consonante (en cuartetas, liras, silvas, etc.) aparece ya en Campos de Castilla: con ella, la dicción adquiere robustez, frente al tono melancólico de Soledades. En cuanto al estilo, además del simbolismo e impresionismo mencionados, cabe señalar que su antirretoricismo le llevó a ser parco en el empleo de la metáfora (cuando las creaba, solía repetirlas: el Duero = curva de ballesta, Soria = barbacana…). Recursos habituales son el símil, las interrogaciones retóricas (en su constante indagación existencial), la personificación (del paisaje o del dolor), las enumeraciones… En su etapa modernista hace uso de sinestesias, aliteraciones, paronomasias, e introduce, mediante los epítetos un cromatismo delicado y un marcado poder de evocación. El tono sentencioso y la profundidad de sus reflexiones se manifiestan, en su última etapa, mediante un lenguaje sobrio y a veces críptico. Para Machado la poesía es “palabra esencial en el tiempo”, “diálogo del hombre, de un hombre, con su tiempo”. Con estas palabras sintetiza su objetivo lírico: captar la esencia de las cosas a la vez que el tiempo fluye en ellas. Nos transmite en sus versos una profunda y sincera emoción, la de un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”. 2.2 La obra poética de Miguel de Unamuno
Unamuno fue, sin duda, uno de los grandes intelectuales de aquel tiempo. De ideas personalísimas y a menudo contradictorias, intervino en todos los debates de su tiempo, cultivó grandes amistades y enemistades, fue profesor de Griego en la Universidad de Salamanca y también su rector, sacó adelante una familia muy numerosa, escribió, todos los días, dos o tres artículos y varias cartas a los amigos, y libros de ensayos, de viajes, novelas, teatro, poesía... Intervino en política, sufrió persecución y destierros, y consiguió que sus opiniones fuesen tenidas muy en cuenta. Murió el último día del año 1936, confinado en su casa tras una violentísima discusión con Millán Astray, uno de los generales de Franco.
Fueron muchos en su tiempo los que no le concedieron demasiada importancia a su poesía. Pero no Rubén Darío, ni los hermanos Machado o Juan Ramón, que se dieron cuenta desde el principio de la importancia que tenían las tardías poesías de Unamuno, un hombre que empezó a publicarlas a los 47 años. Esto fue así porque su poesía fue anómala en el panorama de fin de siglo: quiso liberar la lengua del énfasis retórico del romanticismo, pero no se dejó influir tampoco por el modernismo, de cuya preocupación por la musicalidad se siente alejado. “Algo que no es música/es poesía”, dejó dicho en su primer libro. Sus temas son prácticamente los mismos que encontramos en sus libros de ensayos: la intimidad, la familia y la religión, además del paisaje y la angustia existencial, en la línea del 98. Unamuno escribió ocho libros de poesía que contienen miles de poemas que se caracterizan por una gran paradoja: al lado del afán por la claridad y la sencillez, Unamuno no se puede resistir al juego de palabras, al golpe de ingenio verbal, más o menos afortunado. En su poesía siempre hay algo conceptista y complicado al lado de composiciones de una limpia y emocionante sencillez. El primero, Poesías, de 1907, es el más extenso junto a su “Cancionero”. Son poemas donde aparece ya lo más sustancial de su obra en verso: una voz íntima, solitaria, oscura casi, y una búsqueda apasionada por armonizar expresión y ritmo. De “Rosario de sonetos líricos”, de 1911, son algunos de los mejores sonetos de nuestra lengua. Son sonetos con grandes arranques y finales que causan honda impresión. Muy conceptistas a menudo, tanto que es difícil no recordar a Quevedo. Tras estos dos libros, dio a la imprenta un largo poema: “El Cristo de Velázquez” (1920). El poema, lleno de referencias al Nuevo y al Antiguo testamento, es un largo monólogo en el que el poeta pregunta a Dios, a un Dios muerto, sobre la vida. Después, “Rimas de dentro” es tal vez su obra más completa. Aparecen en él, como en el resto de toda su obra -ensayos, novelas, teatro, cartas…-, todas sus obsesiones e ideas: habla en ellos de su intimidad, de los recuerdos, del miedo a morir y a no dejar huella de su existencia, de la fe, tan problemática siempre en el escritor bilbaíno, de la soledad… Como señala Andrés Trapiello, Unamuno siempre hablaba de sí mismo y casi siempre sabía hacerlo porque parece que lo hace de nosotros mismos. Vinieron luego “Teresa” (1924), de tono becqueriano, y “De Fuerteventura a París” (1925), donde retoma de nuevo el soneto y sobresale el tono satírico y burlesco. Terminó su labor poética con el “Romancero del destierro” (1927) y el “Cancionero”, ya póstumo. Son, ambos, una especie de diario poético, en los que Unamuno va reflejando las confesiones del día, del momento. La emoción fugitiva y las impresiones de lo fugaz y pasajero.
Del mismo modo que sucede con el género lírico, la prosa demuestra la crisis del realismo, que va dejando paso a tendencias innovadoras. La prosa narrativa busca nuevas fórmulas y convive con formas más descriptivas, líricas o, sobre todo, ensayísticas, de manera que hasta las fronteras genéricas comienzan a difuminarse. Cobrará particular importancia el ensayo. Los jóvenes escritores se convierten en intelectuales que toman partido y reflexionan sobre los problemas de la sociedad, y lo hacen con una prosa cuyo ideal es muy semejante al de la prosa narrativa: antirretoricismo, casticismo, claridad, sencillez… 3.1. La prosa ensayística Entre los autores del 98, aunque todos probaron el género, destacan como ensayistas, dos: Azorín y Unamuno. Del primero sobresalen sus peculiares ensayos literarios: “Lecturas españolas”, “Clásicos y modernos”, “Al margen de los clásicos”, son libros originales y muy sugerentes donde nos ofrece sus personales impresiones sobre autores y obras. Sus lecturas de los clásicos son el motivo a partir del cual Azorín reflexiona sobre el peculiar carácter español, y dan lugar a la descripción de los rasgos humanos de aquellos autores, a todo tipo de anécdotas, etc. Destacan también sus ensayos sobre Cervantes y el “Quijote”: “Con Cervantes”, “Con permiso de los cervantistas” o “La ruta de Don Quijote”, que es, este último también un delicioso libro de viajes. Libros todos ellos escritos con su peculiar prosa impresionista, de frase corta y sincopada. Unamuno, por su parte, encontró en el ensayo un vehículo más, quizás el más adecuado, para la expresión de sus ideas, obsesiones y pensamientos. Sus preocupaciones políticas, sociales, filosóficas y religiosas, hallan en este género una salida natural. En “En torno al casticismo” (1895) analiza la decadencia del país y acuña su concepto de intrahistoria: la vida cotidiana de los hombres corrientes es más importante que los hechos históricos. Vendrán luego los ensayos religiosos y agónicos sobre el miedo a la muerte, la necesidad de creer en un Dios que garantice la inmortalidad y la certeza racional de que ese Dios no existe. Las contradicciones y las paradojas serán un rasgo principal de esta clase de ensayos entre los que destacan “Del sentimiento trágico de la vida” (1913) y “La agonía del cristianismo” (1925). Son también sobresalientes su lectura cervantina en “Vida de don Quijote y Sancho” (1905) y los libros que podríamos llamar contemplativos, sus libros de estampas y viajes, como “Por tierras de Portugal y España” (1911) o “Andanzas y visiones españolas” (1922). 3.2. La prosa narrativa En lo que respecta a la narrativa, la nómina del 98 se suele reducir a cuatro autores: Azorín, Baroja, Unamuno y Valle-Inclán. Podemos señalar algunos RASGOS GENERALES, aunque cada autor presenta características peculiares:
Con todo, los noventayochistas son deudores de algunos logros del Realismo, como el interés por la profundidad psicológica del personaje o la intención antirretórica en el manejo del lenguaje. Además, algunas de estas nuevas novelas recogen posturas ideológicas de sus autores (anarquismo, idealismo, etc.), lo que las acerca al concepto de “novela de tesis”, de la etapa anterior. También se refieren a la realidad política y social de España (aunque fuera la suya una visión literaria), como ocurre con las novelas esperpénticas de Valle-Inclán. Mencionemos, por último, la presencia de elementos narrativos que nos remiten al naturalismo: los personajes marginales de Baroja, con el panorama de los barrios más míseros de Madrid, son herederos de una visión decadente de un mundo en descomposición. Ahora bien, el objetivo del novelista del 98 no es explorar las lacras sociales o los mecanismos de la herencia que determinan la conducta del individuo, sino indagar en los procesos mentales que le conducen a la angustia, a la “agonía” (lucha); la psicología del personaje interesa, pues, en función de su conflicto espiritual. Y ya que hablamos de influencias, no podemos olvidar tampoco cierto carácter neorromántico de sus actitudes: el afán de rebelarse contra una estética y un mundo que les angustiaba o la creación de personajes que se alzan contra la sociedad o se paralizan por la falta de fe en ella (el hombre de acción, y su opuesto, el abúlico, a veces un mismo personaje, en Baroja). Recordemos, finalmente, algunos elementos simbolistas (en Azorín, al plasmar las ideas de Nietzsche sobre el eterno retorno, o en Unamuno, con símbolos como el sueño).
El entronque con las corrientes irracionalistas europeas (el voluntarismo de Schopenhauer, el existencialismo de raíz cristiana de Kierkegaard, la visión del tiempo de Bergson, el vitalismo de Nietzsche, etc.) está presente en diferente medida en estos escritores, y nos permite hablar de “novela de corte existencial”: los personajes confusos, agónicos, luchan por su dignidad en el sinsentido de una vida perecedera, sin un dios al que acceder por la razón. Pero también hemos de señalar el tema de España, que, siguiendo la estela de Larra, a quien admiraban, es tratado con dolor y escepticismo. El desengaño de estos hombres que buscaron una esperanza en el regeneracionismo y en la europeización del país, les conduce, en su madurez, a un patriotismo no exento de nostalgia. Se recogen en sus páginas los paisajes de Castilla, tomada como reflejo de la decadencia y, a la vez, de la nobleza y la gloria que alcanzó en tiempos pasados. De ahí el gusto por la Edad Media o el Siglo de Oro, en pasajes de Azorín, o la crítica punzante del caciquismo y la ruina moral de algunas páginas de Baroja. Combinación de los dos temas citados sería, por poner un ejemplo, “Camino de perfección” (1902), del propio Baroja, donde el protagonista, Fernando Ossorio, encarna la angustia existencial, y además se ofrece una visión muy noventayochista de las tierras de Castilla.
La concepción de la novela difiere de la tradicional: ya no se estima que deba ceñirse a un argumento o trama cerrados, o a la caracterización detallada de personajes y ambientes. La novela será abierta, permeable, a menudo sin un argumento definido, y rebasa la frontera con el ensayo, unas veces, y otras se hace dramática o tiene una dimensión simbólica, como en La tía Tula, de Unamuno. El interés por expresar el complejo mundo interior de sus protagonistas, que sustituye al deseo de plasmar la realidad externa, les lleva a relegar la descripción a un segundo plano. Sin embargo, los ambientes llegan a estar muy logrados en ocasiones, como en “Las inquietudes de Shanti Andía” (1911), donde Baroja recrea con maestría el ambiente marinero. Y, para expresar el mundo interior del personaje, qué mejor que el empleo del diálogo (“...diálogo, mucho diálogo”, decía Víctor Goti, un personaje de “Niebla”), con la autenticidad conversacional de un Baroja, o incluso del monólogo interior y el famoso monodiálogo unamuniano. El uso del discurso indirecto libre les permite también hacer aflorar la conciencia de sus criaturas literarias. Otro aspecto novedoso fue la ruptura de la relación autor-protagonista. Si bien los protagonistas de estas novelas son a menudo un alter-ego del autor (Andrés Hurtado, Augusto Pérez o Antonio Azorín son muestras de ello), se permite el escritor enfrentarse a ellos. Valle-Inclán, por ejemplo, desprecia a sus personajes, como en “Tirano Banderas”; Unamuno polemiza con ellos (En “Niebla” se convirtió en un precursor de obras posteriores, con un enfrentamiento autor-personaje inaudito en 1914, año de publicación de la obra). Este conflicto es expresión de ideas existencialistas: la búsqueda de una identidad del individuo, que aparece como una marioneta en manos de su creador.
El lirismo, la ternura o el sarcasmo de algunos pasajes de Baroja, el manejo de la adjetivación precisa o el léxico evocador en Azorín; el uso de la paradoja, del paralelismo, incluso de la sinestesia en algunas páginas de Unamuno, o la prosa rítmica, refinada y de efectos sensoriales de las Sonatas de Valle, son algunas muestras de su preocupación artística. 3.2.1. La novela existencialista de Unamuno Unamuno utilizó el marco de la novela para expresar sus preocupaciones existenciales y filosóficas: el sentido de la vida, el ansia de inmortalidad, la identidad, el sentimiento trágico derivado de la certeza de la muerte. En cuanto a su carácter renovador, su deseo de alejarse de los presupuestos realistas lo llevó a inventar un nuevo género, “la nivola”, que pretende ser el relato de un conflicto de conciencia. Para ello se eliminan o reducen las referencias ambientales y se simplifica la acción externa, centrando todo el interés en los problemas del personaje; es fundamental el diálogo (o el monodiálogo), se difumina la frontera entre realidad y ficción y se incluyen reflexiones sobre la vida o sobre la propia novela en el pensamiento del personaje y del narrador. El mejor ejemplo es “Niebla”. Otras novelas destacables son “La tía Tula”, “San Manuel Bueno, mártir”, “Amor y pedagogía” o “Abel Sánchez”. 3.2.2. La novela abierta de Baroja En la concepción barojiana, la novela es un género multiforme y abierto, en el que caben tanto la reflexión filosófica como la aventura, la crítica mordaz, el humor, la descripción de ambientes… Y, como la vida, ha de carecer de estructura previa: el escritor puede detenerse en lo que llame su atención (un personaje, un ambiente, una anécdota…). Todo ello con un objetivo: entretener al lector. Las novelas de Baroja suelen girar en torno a un personaje central, inconformista o aventurero, que viaja de un lugar a otro. Multitud de personajes secundarios contribuyen a matizar su personalidad y a introducir temas como la visión desengañada de la sociedad (algunos críticos han hablado del “mundo social” de Baroja). Su estilo es claro y sencillo, antirretórico, con predominio de frases cortas y párrafos breves, lo cual, unido a la abundancia de los diálogos, donde los personajes defienden sus puntos de vista (a veces filosóficos) contribuye a crear la sensación de naturalidad tan característica de sus obras. Destaca, además, la maestría en la descripción, basada en detalles significativos de personajes o ambientes. Sus novelas se organizan a menudo en trilogías, pero destacaremos algunos títulos concretos: “Camino de perfección”, “Zalacaín el aventurero”, “La busca” (que junto con “Mala hierba” y “Aurora roja” ofrece un fiel reflejo de la sociedad madrileña de principios de siglo) y “El árbol de la ciencia”, donde el protagonista, Andrés Hurtado, manifiesta, tanto en su actitud vital como en sus reflexiones filosóficas, un hondo pesimismo al observar la naturaleza egoísta del ser humano. El título de esta última alude a la confrontación entre actitud intelectual y voluntarismo, dos formas de enfrentarse a la vida entre las que oscila el protagonista, médico desengañado como el propio Baroja. 3.2.3. La novela impresionista o renovadora de Azorín En las novelas de Azorín, en general, el argumento y la acción tienen escaso interés; son, más bien, fragmentos de vida, a menudo autobiográficos, y las descripciones detallistas de personajes y ambientes sustituyen a la intriga. Sus primeras novelas, en las que se observa su rebeldía y su conciencia social vinculada al anarquismo, se caracterizan por la técnica impresionista (“La voluntad”), los personajes contemplativos, que buscan la ataraxia (“Antonio Azorín”), y los elementos autobiográficos (“Confesiones de un pequeño filósofo”). Posteriormente, con una actitud más renovadora y vanguardista, publica “Don Juan” o “Doña Inés”, que incorporan minuciosas descripciones del ambiente y se centran en la sensibilidad de los personajes. Es inconfundible el estilo de Azorín, basado en un vocabulario preciso, con abundantes términos en desuso (rasgo que comparte con Unamuno), así como su capacidad para evocar impresiones, sensaciones y paisajes, y para percibir el detalle de las pequeñas cosas cotidianas (“los primores de lo vulgar”, en palabras de Ortega). 3.2.4. La novela modernista y la novela esperpéntica de Valle-Inclán Toda la obra de Valle obedece al rechazo del realismo tradicional, que se manifiesta de formas muy distintas: Magnífico ejemplo de prosa modernista son sus “Sonatas”, protagonizadas las cuatro por el marqués de Bradomín, donde al mundo aristocrático y decadente se une el lenguaje cuidado y musical. Su tema dominante es el amor pecaminoso (Bradomín es un seductor). En la trilogía “La guerra carlista” brinda una visión de la España tradicional enfrentada a la liberal. Más interesantes, por su carácter renovador, son sus novelas esperpénticas: “Tirano Banderas”, ridiculización de un dictador hispanoamericano, es un experimento en el género de la novela histórica; “El ruedo ibérico” es una trilogía inconclusa cuyo protagonista real es el pueblo, una España, la de la época de Isabel II, sin perspectivas de futuro, que se presenta como un coso taurino. Cabe recordar que con el esperpento, tanto en teatro como en novela, se produce una deformación sistemática de la realidad en forma caricaturesca para subrayar las contradicciones existentes entre las conductas de la sociedad y los valores que postula. Por ello, la forma de expresión se basa en lo grotesco: animalización, cosificación y muñequización de los seres son los rasgos más destacados. 1 Podéis encontrar en otro documento una breve explicación de la simbología machadiana que os puede ser útil para entender mejor su obra y para el comentario de textos. |