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UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS ESTUDIOS LITERARIOS INFORME DE LECTURA: LA FLORIDA DEL INCA Daniela Escobar Laura Rubiano María Fernanda Silva Oscar Zabala Informe de lectura ![]()
Esta breve referencia biográfica no es una acumulación de datos sino una selección de aquellos que, en nuestra opinión, revisten de importancia para el estudio y comprensión de la obra del Inca Garcilaso, cuyo nombre era Gómez Suárez de Figueroa. El primer dato que cabe mencionar es la cercanía temporal entre el nacimiento del Inca en Cuzco (12 de abril de 1539) y el derrocamiento de Atahualpa (1532). Así, Garcilaso vivió en una época en la que la cultura incaica estaba aún viva y fue parte de la primera generación de mestizos criollos del Perú. La condición mestiza de Garcilaso es, precisamente, uno de los datos biográficos de mayor relevancia, pues condiciona su obra y la recepción de ésta. Sobre su doble herencia española y americana, Lavalle comenta que “no podía sino convertirle en uno de los símbolos del Nuevo mundo y de la nueva sociedad en que había nacido” (135). El Inca Garcilaso nace de la unión no matrimonial entre la indígena Isabel Chimpu Ocllo y el capitán español Garcilaso de la Vega, ambos provenientes de familias nobles. Isabel, por su parte, era nieta de Túpac Yupanqui, antepenúltimo gobernante de la dinastía Inca, mientras que el capitán Garcilaso pertenecía a una familia ilustre en la que no faltaban los antepasados poéticos: Jorge Manrique, el Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega. Los estudiosos del Inca Garcilaso suelen dividir su vida en dos etapas: la cuzqueña y la española. Durante la cuzqueña, vivió doce años con su madre, en los cuales estuvo en contacto con la cultura indígena y aprendió quechua como lengua materna. Posteriormente, permaneció ocho años en casa de su padre en donde recibió una educación humanista, “se fue españolizando y llegó a ser perfectamente bilingüe” (Lavalle, 136). Así, como señala Oviedo, “su crianza responde a las dos vertientes de su sangre” (193). Un año antes de la muerte de su padre (1560), Garcilaso viaja a España, el país en el que vivió hasta el final de sus días. Oviedo divide la etapa española en dos momentos: uno de dedicación a actividades ajenas a las letras, las armas y el derecho, y otra de preparación rigurosa para su futuro oficio de escritor. Esta rigurosidad es una de las características atribuidas comúnmente a Garcilaso, quien escribió sus obras con lentitud y en las dos últimas décadas de su vida, tras pasar por un largo proceso de estudio. En 1588, Garcilaso recibe una herencia a raíz de la muerte de su tía, la cual facilita su dedicación a las labores literarias. Es de destacar su traducción de los Diálogos de amor, de León Hebreo, realizada en 1590, trabajo que da cuenta de su contacto con la cultura humanista y que, según algunos críticos, influye en el estilo y estructura de las obras que escribirá posteriormente. De acuerdo con Oviedo, es posible interpretar el camino literario de Garcilaso como un acercamiento paulatino a su objetivo de escribir sobre el Perú. Parte de este intento lo constituye La Florida del Inca, en la que hace múltiples referencias a sus planes de redacción de los Comentarios reales. Esta última es la obra más reconocida del autor, al ser la primera crónica sobre los incas escrita por un mestizo. Además tiene una gran importancia para el conocimiento de la cultura incaica y un valor literario reconocido por varios estudiosos de la obra garcilasiana. En los últimos años de su vida, Garcilaso se dedicó a los negocios y se inició en la vida clerical, pero no llegó a dedicarse por completo a la vocación religiosa. Aun así, este gesto da cuenta de que el Inca se asumió como cristiano, asunto que se confirma en la posición asumida por él, en sus obras, con respecto a la evangelización. Garcilaso muere en Córdoba, en 1616, después de haber vivido la mayoría de sus días en España; a pesar de esto no debe olvidarse que el Inca fue ante todo un mestizo y que pasó a la historia como un símbolo del encuentro cultural, no por nada se hizo llamar “Inca Garcilaso de la Vega”, nombre en el que se perpetúa tanto su condición de indígena noble como su no menos noble ascendencia española.
La Florida del Inca, publicada en 1605, es la crónica de la expedición española al territorio de la Florida, ubicado al sureste de Norteamérica, dirigida, en un principio, por Hernando de Soto y, posteriormente, por Luis de Moscoso. La Florida del Inca fue escrita antes de los Comentarios reales de los Incas (primera parte de 1609, segunda parte de1616). La historia es contada a partir del relato oral de Gonzalo Silvestre, un amigo de Garcilaso, quien participó como soldado en la expedición. Garcilaso coteja el relato de Silvestre con otras dos fuentes para dar mayor veracidad a su crónica; estas fuentes son las relaciones de los soldados Juan Coles y Alonso de Carmona sobre la expedición. La razón principal que motivó a Garcilaso a escribir La Florida del Inca, expresada en múltiples fragmentos del libro, fue brindar a futuros expedicionarios información útil para la conquista de la Florida. Esta conquista no sólo se presenta como deseable por motivos económicos, al ser la Florida un territorio fecundo, sino por motivos evangelizadores. Otra razón que motivó a Garcilaso a contar la historia de la expedición a la Florida fue el deseo de que las hazañas, tanto de españoles como de indígenas, no cayeran en el olvido. Así, se evidencia el sentido heroico que la historia tiene para Garcilaso: “atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió […] para honra y fama de la nación española, que tan grandes cosas ha hecho en el nuevo mundo, y no menos de los indios que en la historia se mostraren y parecieren dignos del mismo honor” (63-64). La Florida del Inca está compuesta por seis partes. La segunda y la quinta están, a su vez, divididas en dos partes cada una, debido a que, según el Inca, son demasiado largas. El Inca Garcilaso presenta en su libro datos sobre la expedición de Soto, descripciones geográficas de la Florida y, en menor medida, referencias a las costumbres de los indígenas que habitan el territorio. Los enfrentamientos entre españoles e indígenas y, en general, las acciones heroicas que tienen lugar en la expedición ocupan la mayor parte de la crónica. Garcilaso se centra en el relato de la llegada de los expedicionarios a las diferentes provincias de la Florida. Los hechos de la expedición son contados a partir de un esquema básico que se repite a lo largo de toda la crónica: llegada de los expedicionarios a una provincia, encuentro con el curaca o cacique de la zona; en caso de que el curaca de la provincia reciba a los expedicionarios con una actitud pacífica, estos pasan algunos días en el lugar y luego se retiran hacia otra zona de la Florida. En caso de que el curaca reciba a los españoles con una actitud guerrera, oponiéndose a la acción conquistadora de los expedicionarios- como ocurre en la provincia de Apalache- sucede una batalla entre españoles e indígenas, que es descrita por el Inca con gran detalle. Después de la narración del viaje por las diferentes provincias de la Florida, el Inca hace referencia a la muerte del capitán Hernando de Soto y a la decisión de los expedicionarios, en cabeza de Luis de Moscoso, el nuevo capitán, de abandonar el territorio de la Florida. El libro termina con la relación de los lugares a los que se dirigieron los expedicionarios después de abandonar la Florida. Aunque La Florida del Inca no resulta tan valiosa como otras crónicas como fuente para el conocimiento de las culturas indígenas, sirve como acercamiento a la obra del Inca Garcilaso quien es, sin duda, uno de los escritores más importantes en la historia de Latinoamérica.
A continuación, presentamos los temas y problemas que consideramos más importantes de La Florida del Inca. Estos posibilitan, a su vez, un acercamiento a los aspectos más estudiados de la obra del Inca Garcilaso de la Vega:
El mayor cuidado que se tuvo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron Inca Garcilaso (64) La tradición de las crónicas de viajeros fue común en Europa desde El libro de las cosas maravillosas, de Marco Polo, que relataba sus viajes por Oriente. Sin embargo, no sería sino hasta mediados del siglo XV que este género cobraría un valor relevante, tras la invención de la imprenta. Un par de décadas después de su impresión, se llevaría a cabo la hazaña que habría de determinar el curso de la historia moderna: el “hallazgo” de América. Este suceso, además de las tal vez infinitas repercusiones que tuvo en la sociedad occidental, también resultaría importante para el género de los libros de viajes. El encuentro de un nuevo mundo fue acompañado por relatos que describían lo que se encontraba en estos territorios. Desde las primeras cartas y diarios de Cristóbal Colón, hasta las crónicas cuidadosamente elaboradas por autores como Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Fray Diego de Landa, entre otros, aparecen como parte y consecuencia de la conquista un centenar de textos que describen a este nuevo mundo. Dentro de esa tradición se encuentra también el Inca Garcilaso de la Vega, particular, además, por ser el primer cronista originario de las Indias. Crónica, dice Mignolo “es el vocablo para denominar el informe del pasado o la anotación de los acontecimientos del presente, fuertemente estructurados por una secuencia temporal […] en su sentido medieval, es una «lista» organizada sobre las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la memoria” (75). Las crónicas, en el caso de la conquista americana, tienen una evolución paulatina que responde justamente a esa concepción de historia. Las primeras “fechas que se conservan en la memoria” son de carácter general pues surgen de los viajes de exploración. En el primer momento de la conquista, el interés de los españoles es abarcar la mayor cantidad de territorio posible, así, las historias que se componen durante estas crónicas dan cuenta de los acontecimientos generales que suceden en estas expediciones. En la medida en que la conquista se “profesionaliza” y las campañas se hacen a lugares particulares, las crónicas también se tornan particulares, y describen hechos y características singulares de una región. A este segundo período pertenece la obra del Inca Garcilaso. La obra del Inca tuvo un reconocimiento particular –pese que a esta la precedían crónicas sin iguales de otros autores– por provenir de la voz propia de un autor americano. A esto hace referencia Bernard Lavalle en su estudio sobre el Inca, “durante siglos, se solió considerar a Garcilaso como la mayor autoridad en todo lo tocante al pasado andino, llegándose a calificarle a menudo de «Príncipe de la historiografía peruana»” (136). Este calificativo, sin duda, surge de sus crónicas Comentarios reales de los incas y La historia general del Perú, pero parece desconocer que la obra del Inca no se limita exclusivamente a dar cuenta de la historia del territorio peruano, su lugar de origen; el autor de ascendencia indígena se piensa a sí mismo no como un contador de su historia, sino como un historiador capaz de acercarse a diferentes culturas y reconstruir la historia de estas, como podemos verlo en el caso de la crónica La Florida, testimonio de un proceso de conquista ajeno a su propia tradición y origen. Para realizar esta labor, el Inca Garcilaso se vale del conocimiento que adquirió durante alrededor de veinte años en Europa, que lo ponen en contacto con la forma de escribir y estudiar la historia de occidente. Al respecto señala Lavalle, En los siglos XVI Y XVII, el historiador tenía que seguir forzosamente toda una serie de pautas, tanto en la forma como en la construcción de su obra. De manera inevitable, estas argollas técnicas unidas a las estructuras mentales de la época han tenido fuertes incidencias en la historiografía, incidencias que hoy se consideran a veces como distorsiones de la verdad o equivocaciones (138). Estas pautas fueron, para el caso de las crónicas, establecidas a lo largo del Renacimiento, y llegaron a determinar la producción del Inca Garcilaso, instruido en la escuela renacentista por su contacto con diferentes textos de esta época. La escritura de historia, como se entiende en el medioevo, está radicalmente diferenciada de la escritura ficcional. Mientras el discurso ficcional es la imitación de una realidad, el discurso histórico es la narración de dicha realidad; pretende dar cuenta de las acciones tal cual sucedieron. A esa tradición de discurso histórico se suma La Florida, pues a pesar de las incongruencias que podamos encontrar hoy en dicha obra, debemos reconocer la intención original del autor, intención que además está condicionada por las formas en las que se entendía y realizaba el discurso histórico en la época. El mismo autor es claro en precisar que su obra tiene un valor documental, que cuenta sólo lo que fue y lo que efectivamente sucedió en un momento y un lugar específicos. Por esto, es bastante enfático en el proemio de esta obra al señalar que todo lo que en ella se cuenta pertenece al discurso histórico; al respecto dice el autor y esto [la historia de cómo conoció este relato] baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si la hubiese hecho siniestra y falsa (67). Sin embargo, la veracidad de los hechos referidos por el Inca en La Florida es discutible. Por un lado – aspecto del que estaba en conocimiento el Inca– el discurso histórico no deja de ser un discurso, es decir, no está exento de un ordenamiento conforme a una lógica ajena a “los hechos”, relacionada con los principios de narración (que, para el caso del Inca, los determinan las crónicas e historias de viajes de su época. No hay que olvidar que todo escritor, ante todo, es un lector). Al respecto señala Mignolo “El discurso verdadero es, además de verdadero, también discurso, este no debe perderse en la sola función de ser informativo y verdadero sino también con las exigencias de ser un discurso, y por lo tanto, coherente” (90). En esta medida, el autor debe prestar especial atención no sólo a lo que cuenta en su crónica, sino al cómo es contado; cómo logra captar la atención del lector hasta el último de los acontecimientos descritos. Para muchos críticos, el Inca Garcilaso logra atraer esta atención al insertar en su relato “detalles significativos que constituyen la vida colectiva e individual de los hombres del pasado y tiende hacia esa intrahistoria” (Lavalle, 138). Por otro lado, se debe tener en cuenta que la historia que cuenta La Florida llega a manos del Inca por fuentes mixtas, como él mismo lo señala en el proemio. Este es uno más de esos casos en que el cronista no es testigo de los viajes y hazañas que relata en su obra, sino que la narración llega al escritor de una segunda mano. En esta medida, La Florida se aleja de la veracidad del discurso histórico, pero, como señala Carmen de Mora, posibilita la liberad imaginativa del discurso, “esto no significa que invente los hechos, se trata, por el contrario, de una potenciación artística de los datos históricos” (Mora, 38). Para el caso del Inca, esa potenciación artística no debe entenderse como un episodio maravilloso que el cronista inventa y esconde en la obra, sino en la intervención que el autor tiene en los relatos orales y escritos de los que toma esta historia. Es el Inca quien ordena y clasifica estos hechos para presentarlos en un texto escrito. Texto que requiere una estructura específica y unos mecanismos de narración que entretengan al lector, de quien el Inca tiene absoluta conciencia. El pasaje ya citado del proemio demuestra que el Inca tenía la certeza de que esta obra iba a tener lectores, y para ellos diseña un entramado narrativo que los mantenga alerta en su narración, entramado que hoy puede considerarse por su valor estético. La obra del Inca debe considerarse entonces en esa compleja trama del concepto historiográfico renacentista en el que la verosimilitud y la composición literaria no son opuestas y pertenecen al mismo campo. El discurso histórico, así relate situaciones reales, debe, además, ser bello y disfrutable para un lector. Ambas características conviven y son inseparables en la obra del Inca Garcilaso, así muchos críticos se arriesguen hoy a arrojar conclusiones como “Mientras decae el valor testimonial del Inca como cronista o historiador, los valores simbólicos de una literatura de mestizaje están en alza” (Mora, 48). Esta afirmación resulta peligrosa, porque parece desconocer que para un historiador renacentista el valor simbólico y el valor testimonial deben complementarse en su crónica con el fin de llevar al lector aquellas “cosas tan heroicas que en el mundo han pasado” (Inca Garcilaso, 63).
Al entrar a la crónica de la expedición del “adelantado Hernando de Soto” es inevitable detenerse en lo que se ha llamado los “aspectos literarios” de la obra, es decir, aquellos aspectos que “transforms the reality he is reporting and lend his history an air of fantasy” (Castanien 1960, 30). Los aspectos literarios presentes en la obra del Inca Garcilaso, como lo demuestra la cita de Castanien, son los que han desacreditado en tanto historia la crónica del autor. Sin embargo, otros autores, como David Henige, defienden el carácter puramente histórico de la obra. Así, Henige en su artículo, “The context, content and credibility of La Florida del Inca” (1986), “treat La Florida only as a possible historical source and not as a piece of literature, at least to the extent that these qualities can be kept distinct” (3). La evidente pregunta es: ¿los aspectos literarios de La Florida le restan valor histórico a ésta? Si bien la discusión desborda los límites de este escrito, se señalará un problema importante en la construcción de La Florida: el de las fuentes con las que dialoga el Inca al escribir su historia, es decir, qué tanto hay de ellas en la obra y qué tanto del Inca. Así, La Florida posee una complejidad narrativa que reside en la posición del autor y en las fuentes que le sirven para la construcción de la historia; hay filtros narrativos por los que pasan los hechos reales: las tres fuentes son narraciones de un acontecimiento y el Inca realiza otra narración del mismo hecho, por lo que estos funcionan como velos de construcción ficcional ante la expedición de Hernando de Soto, es decir, el hecho histórico se encuentra transfigurado en La Florida por esos filtros narrativos. El Inca Garcilaso en el “Proemio al lector” habla de tres fuentes presenciales, una oral, Gonzalo Silvestre, que motivó al Inca a escribir la crónica, y otras dos escritas, Alonso de Carmona y Juan Coles, con las que cotejo la historia que le contaban. La primera fuente se presenta así: Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un caballero, grande amigo mío, que se halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido (63) Junto a esta fuente aparece la intención histórica del Inca de escribir La Florida. Las otras dos fuentes son presentadas de una forma más escueta, pero no menos interesante: “Sin la autoridad de mi autor, tengo la contestación de otros dos soldados, testigos de vista, que se hallaron en la misma jornada” (65, Subrayado nuestro). El Inca se presenta a sí mismo como alguien que transcribe la historia que le cuentan1, de ahí que constantemente se esté disculpando por cualquier yerro en la credibilidad de la historia. Ahora bien, la presentación de las fuentes tiene una intención que se relaciona directamente con el sentido histórico de la obra: Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa (67). Así, las fuentes son el respaldo que le da veracidad a lo que cuenta el Inca, por lo que, históricamente, sospechar de la acción del Inca Garcilaso como escribidor implica poner en duda el sentido histórico de la obra. De la misma forma, si se pone en duda las fuentes no se puede culpar al Inca de la poca veracidad de los hechos, pero si se acepta la fidelidad de las fuentes y se confía en la buena intención del Inca, es necesario hallar otra explicación a los aspectos literarios de la obra; igual sucede si desconfiamos de ambos. Debido a la limitación que se tiene para acceder a las fuentes del Inca es más lógico culparlo a él de la poca precisión histórica por la inclusión de elementos literarios, por ser el último filtro al que se enfrenta los hechos, es decir, es su versión la que llegó a nuestras manos. De esta forma encontramos que, como dice Aurelio Miró Quesada en el prólogo de la edición del FCE del año 1956, “la versión oral de Gonzalo Silvestre y el cotejo de las fuentes históricas citadas forman, así, la base de la relación de Garcilaso” (LV). Antes de desconfiar de los procedimientos narrativos por medio de los cuales el Inca presenta la historia, es necesario entender la finalidad que le atribuye el autor a su texto. Más arriba se aludió a la intención histórica de no dejar en el olvido las hazañas de los caballeros en la tierra de la Florida, es decir, hay una intención de verdad, pero en ¿dónde quedan los aspectos literarios? Como señala Castanien, en su artículo “Narrative art in La Florida del Inca” (1960), las técnicas usadas por el Inca para narrar son variadas, por ejemplo, el narrador es tanto objetivo (cuando simplemente narra lo que sucede de forma extradiegética) como analítico (aunque extradiegético entra en la conciencia de los personajes para explicar pensamientos y sentimientos), en la narración hay una jerarquización de hechos (el narrador se extiende en algunos mientras que acorta o pasa por alto otros) y una jerarquización de personajes (aquellos que tienen una incidencia en la sucesión de los hechos descritos), hay, además, una rigurosa linealidad en la cronología y en la elaboración de la sucesión de acontecimientos (aunque se encuentran digresiones que podrían romper con la linealidad, como la historia de Juan Ortiz, éstas se encuentra en función de describir a los personajes al momento de su introducción, por tanto, son elipsis que vuelven al presente sin alterar la historia). Así, para Castanien (1960), La Florida “is in fact, like a novel, built up of a series of major episodes, each containing a wealth of incident, anecdote, description and commentary, all related one to the other through the major unit” (31). En cuanto a las tres fuentes, el crítico dice: Some of this quality [The fictionals] in La Florida may perhaps be attributed to the accounts Garcilaso had from his chief sources, old soldiers, remembering and embroidering past experiences, distorting and exaggerating personal triumphs and suffering (30). Luego de dar una explicación que invita a desconfiar de las fuentes primarias del Inca, el autor redirige su argumento al decir que “However much the Inca may represent himself as merely the transmitter of Silvestre’s history, La Florida is more than a soldier’s simple account of the exploration”. Es decir, más que desconfiar de las fuentes, es el Inca quien reinterpreta y organiza, por lo que funciona como distorsionador de la historia; sin embargo, el crítico señala un punto muy importante: el hecho de que los soldados quienes recuerdan experiencias pasadas alejadas en el tiempo. Como lo señala Miró Quesada (1956), el Inca se reencontró con Gonzalo Silvestre en 1561 (lo había conocido antes en Perú) y la publicación de La Florida es en el año de 1605, es decir, la composición de la historia tarda más de cuarenta años y Gonzalo Silvestre cuenta los hechos casi veinte años después del fin de la expedición de Soto; por otro lado, no se sabe bien en qué fecha consiguió el Inca los manuscritos, pero sin duda fue después de su reencuentro con Silvestre, como el mismo aclara en su proemio: “Alonso de Carmona […] sin saber que yo escribía esta historia, me las envió ambas para que las viese”2; “Juan Coles […] desamparó sus relaciones, que aún no estaban en forma de poderse imprimir. Yo las vide […] y entre ellas hallé la que digo de Juan Coles; y esto fue poco después que Alonso Carmona me había enviado la suya” (66)3. Y ambas son obtenidas cuando “yo había acabado de escribir esta historia” (66). Así, es posible desconfiar de la principal fuente oral, al estar separada por tanto tiempo de los hechos, y de las fuentes escritas; la primera por el indudable filtro por el que pasó con Carmona, el nombre de peregrinación y el hecho de que se cuenten hazañas personales implica un sesgo ideológico cristiano (como en La peregrinación de Bartolomé Lorenzo) y un engrandecimiento de la figura del personaje-autor. Cabe desconfiar de la segunda fuente, debido a su desorden temporal (en tanto sucesión de hechos) y espacial (en tanto nombres) como dice el Inca, porque se cuenta a partir del recuerdo y no de la experiencia del momento de los hechos. El hecho de rehacer la historia tras el descubrimiento de otras dos fuentes parece mostrar que el mismo Inca desconfió de la fidelidad de su fuente oral, de ahí el constante cotejo de fuentes que realiza a lo largo de su historia frente a los sucesos más importantes. Siempre aparecen explícitas las tres fuentes para dar fe de lo sucedido. Por ejemplo, frente a la muerte y entierro de Hernando de Soto dice: “Todo lo que del testamento, muerte y obsequias del adelantado Hernando de Soto hemos dicho, lo refieren, ni más ni menos, Alonso de Carmona y Juan Coles en sus relaciones” (474). Si bien no es posible más que suponer la desconfianza del Inca frente a sus propias fuentes, sí es posible desconfiar de éstas, según lo ya expuesto. Entonces, si desconfiamos de las fuentes, deberíamos poder confiar en el Inca, ya que su labor es histórica, como el mismo afirma, es presentar los hechos como se los contaron sin inventar ficciones. Pero, ¿podemos confiar en él? Ya se ha comentado que por los aspectos literarios es dudoso el texto como relato histórico fiel. Casanien (1960) concluye su artículo de la siguiente forma: It was not Garcilaso’s intention to write a novel; he was concerned with history, but history with a special purpose […] His basic material was factual […] but Garcilaso obviously was not content with a mere recital of facts. In recreating the world of Soto operated, he felt the need to heighten the illusion of reality […] The success of La Florida as narrative depend even more on the author’s skillful use of varied techniques to present his history (35-36) Para Casanien, la intención del Inca en su obra está en detrimento del valor histórico, pues esa intención rige el ordenamiento y jerarquización de los hechos. El autor no se equivoca acerca de la intención del Inca, él no escribe la historia solamente para que no queden en el olvido las hazañas de tal expedición, al final de la obra dirá: Para lo cual suplicaré al rey nuestro señor y a la nación española […] se esfuercen a la conquistar y poblar para plantar en ella la Fe Católica […] para que España goce de este reino como de los demás, y para que él no quede sin la luz de la doctrina evangélica, que es lo principal que debemos desear (442-443). Por otro lado, si seguimos los postulados de Henige (1986), si La Florida es un texto que posee un valor histórico, tal como quería el Inca, debe ser posible separar los aspectos literarios de la obra y encontrar los hechos históricos. Ahora bien, consideramos que ambos se equivocan: el primero por reducir el valor histórico de la obra a los aspectos literarios y a la intención del autor, y el segundo por reducir los aspectos literarios a la intención histórica. Sin embargo, señalan dos aspectos fundamentales que no necesariamente se contradicen: el de la intención histórica y el de los aspectos literarios que coexisten en la obra del Inca Garcilaso. En otras palabras, ambos autores se equivocan porque olvidan la concepción de la historia que tenía el Inca a la hora de escribir La Florida, pero aciertan al señalar dos aspectos no contradictorios que pertenecen a esa concepción. Aurelio Miró Quesada (1956) señala: Los hermoseamientos y artificios, la indudable influencia de las historias clásicas y de la concepción renacentista, y los finos adornos novelescos, son sólo accesorios y galas de detalle que no varían, en lo fundamental, la verdad y la ordenación de los sucesos. Las objeciones que se han formulado en tal respecto se pueden aplicar, en verdad, de igual manera a los demás relatos de la expedición de Hernando de Soto a la Florida, y no sólo al Inca Garcilaso; y se explican por las circunstancias de la época, por la lejanía en el tiempo y en el espacio, por la falta de datos comprobados y aun por la dificultad de la lengua de los indios, más que por un exceso de fantasía y una deformación de carácter literario peculiares del Inca Garcilaso (LV) Como apunta Miró Quesada, es necesario entender la concepción de historia así como las condiciones de la época a la hora de interpretar el gesto del Inca Garcilaso en su obra. El siglo XVI, en el cual se escribe La Florida, está marcado por las ideas del humanismo renacentista, ideas provenientes de los autores clásicos y de pensadores como León Hebreo, Erasmo de Rotterdam, Montaigne, Dante, entre otros. El Inca Garcilaso al traducir los Diálogos de amor de León Hebreo bajo el título de La traduzión del Indio de los tres Diálogos de Amor de León Hebreo, hecha de Italiano en Español por Garcilaso Inga de la Vega, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeça de los Reinos y provincias del Perú es, como afirma Quesada (1956), “la traducción del Indio; es decir, la afirmación de la sangre de los incas que corría por sus venas […] pero también […] el homenaje a la cultura de vocación universal, al gusto por la armonía, el equilibrio y la mesura, y al humanismo del renacimiento” (XXIV). Así, la principal influencia de las ideas de León Hebreo en el Inca Garcilaso es “la noble tendencia a integrar lo disímil” (Quesada 1956 XXVI), la necesidad de dar un orden armónico a las cosas, así, en la medida en que era ordenada se asemejaba a la “unión general por el amor y de la vinculación del creador con las cosas creadas” (XXV). Es por esto que en el “Proemio al lector” frente a las breves relaciones escritas de Carmona y de Coles dice: Verdad es que en su proceder no llevan sucesión de tiempo, si no es al principio, ni orden en los hechos que cuenta, porque van anteponiendo unos y posponiendo otros, ni nombran provincias, sino muy pocas y salteadas. Solamente van diciendo las cosas mayores que vieron, como se iban acordando de ellas (66) Así, La Florida está diseñada con un riguroso orden, con un principio, un medio y un fin, y esta es una noción narrativa que se remonta al mismo Aristóteles, para quien las cosas bellas deberían tener un orden semejante, lo que sólo nos confirmaría sus ideas humanistas. El Inca es, entonces, el primer mestizo preocupado por su vocación humanista, por ahora nos centraremos ella4. La fuerte influencia humanista de Garcilaso se ve reflejada en la construcción de La Florida, por esto no deben sorprender las intenciones moralistas y éticas que presenta el Inca a lo largo de su historia, pues la concepción humanista de la historia, que bebe de las fuentes clásicas, es, en palabras de Quesada (1956) El fin perseguido por la historia no debía ser, por lo tanto, únicamente conocer la verdad de los sucesos y al propio tiempo deleitar al lector. Debía extraerse también de ella un provecho; utilizarla como un grave instrumento, que en las manos expertas y persuasivas de un historiador que mereciera tan cabal magisterio, pudiera animar a los hombres y a los pueblos a conducirse por un útil camino (XXXII). Esta triple finalidad de la historia rige la obra del Inca y debe ser tenida en cuenta a la hora de su análisis. Ahora bien, ¿es esto suficiente para confiar en la veracidad de los hechos contados por el Inca? Uno de los argumentos fuertes de Casanien (1960) es que el Inca “is much more likely to sacrifice absolute historical accuracy in favor of a scene developed entirely through dialogue, in direct or indirect quotation” (32), el diálogo aparece como un elemento reductor de la presentación de la verdad de los hechos, se reproducen escenas privadas y se las presenta con exactitud. Sin embargo, el Inca habría de adelantarse a esta cuestión, pero desde otro punto de vista. Para la época no había problema con la reproducción de diálogos, sino por las palabras que proferían los indios, así, en el capítulo XXVII de la primera parte del segundo libro, titulado “Donde responde a una objeción” dice: Antes que pase adelante en nuestra historia, será bien responder a una objeción que se nos podría poner, diciendo que en otras historia de las Indias Occidentales no se hallan cosas hechas ni dichas por los indios como aquí escribimos, porque comúnmente son tenidos por gente simple, sin razón ni entendimiento, y que en paz y en guerra se han poco más que bestias, y que, conforme a esto, no pudieron hacer ni decir cosas dignas de memoria y encarecimiento […] y que lo hacemos, o por presumir de componer, o por loar nuestra nación (191-192) Frente a lo primero dice, apoyándose en una cita de su fuente oral, que “hay indios de muy buen entendimiento que en paz y en guerra, en tiempos adversos y prósperos, saben hablar como cualquiera otra nación de mucha doctrina” (193-194). A la segunda parte de la objeción dice que él no escribe ficción pues debido a Pedro Mejía fue “toda [su] vida –sacada la buena poesía– enemigo de ficciones como son los libros de caballerías y otras semejantes” (192). A la tercera objeción la niega rotundamente ante la imposibilidad de encontrar palabras para hacerlo. De esta forma termina reafirmando su propósito: “Volviendo a nuestro primero propósito, que es de certificar en ley de cristiano que escribimos verdad en lo pasado y, con el favor de la Suma Verdad, la escribiremos en lo porvenir” (193). En esta objeción hay dos puntos importantes para la discusión, la negación de las novelas de caballerías y la idea de los indios que se refleja en esos diálogos. En cuanto a la primera, es reconocible el estilo de las novelas de caballerías, como en la narración de las batallas, sin embargo, de ese estilo es precursor la épica clásica y pudo no ser desechado por el Inca por esta razón, por ser parte integrante de las fuentes que él considera legítimas. La crítica a las novelas de caballerías pasaba por la idea de que eran pura ficción y no tenían ningún contacto con hechos reales, es decir, que son obras mentirosas y, por tanto, inmorales, de forma que “la única manera de salvar ficciones era, por lo tanto, apartarse en lo posible de la mentira, y acercarlas, también en lo posible, a la verdad” (Miró Quesada 1956: XLI). Así, “el Inca Garcilaso declara adherirse por su parte a esta crítica, que podría llamarse humanista o clasicista de las novelas de caballerías” (XL), es decir, el Inca apuesta por la verdad, una verdad que no se oculta tras los artificios literarios, una verdad anclada en los testimonios de sus fuentes. En cuanto al segundo punto, según Quesada (1956), es un artificio de labor literaria y de idealización que los indios aparezcan tal cual aparecen, “altos, fornidos, generosos, diestros, vigilantes continuos de la fama, elocuentes en los discursos” (LVII). Si se acepta que hay una idealización de los indios en La Florida, los diálogos y palabras de ellos pasan por ese proceso de idealización, un buen ejemplo, citado además por Quesada (1956) y Castanien (1960) es la princesa de Cofachiqui (capítulo onceavo del libro tercero), ella está completamente idealizada y se le atribuyen virtudes nobles de dama aristocrática. Lo anterior implica una desconfianza hacia el Inca sobre los hechos reales, pues al presentarlos idealizados no podemos saber cómo eran realmente los indios. En el capítulo “Donde responde a una objeción”, estos diálogos son desplazados a la responsabilidad de su fuente oral y es su voz (aparentemente) la que aparece en el texto para justificar esta imagen de los indios. Asimismo, podemos desconfiar del Inca así como podemos confiar en él, y desconfiar de la fuente oral que idealizaría la imagen de los indios al contar a Garcilaso cómo eran aquellos, de la misma forma podemos desconfiar de ambos. No parece posible desconfiar de las intenciones del Inca de presentar una historia verdadera de la expedición de Soto. Tanto Henige (1986) como Quesada (1956) concuerdan en decir que es la crónica mejor hecha sobre esta expedición. Para Quesada Lo que hace principalmente Garcilaso es hermosear y ampliar a su manera lo que los otros cronistas no relatan sino en una forma reducida y escueta. Su labor literaria no consiste, por eso, en una deformada y hasta engañosa alteración, sino en un retoque hábil y una coloración de la verdad, que él arregla, compone y embellece, sin tergiversarla en lo esencial, pero llegando a cubrir los vacíos con el liviano manto de lo conjeturado o lo soñado (LVI-LVII). Si hay algo en lo que podemos confiar es en la intención de verdad del Inca, a partir de su concepción de historia, pero realmente, en la crónica, no pueden encontrarse los hechos tal cual pasaron puesto que, más allá de la distancia temporal, estos son aprehendidos por sujetos atravesados por formas de ver el mundo y de concebir al otro, sea como bestia, sea como persona de entendimiento destinada a someterse a los españoles. En La Florida, el Otro pasa por un proceso de idealización que lo reduce, en tanto no hay una verdadera legitimación de su concepción de mundo, sino que todo se interpreta desde el sistema de valores católicos y españoles. De esta forma los hechos reales, tal como los concibe la historia moderna están doblemente velados por los filtros narrativos de las fuentes y por la perspectiva del mismo Inca. |
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