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Lengua y Literatura II. 2º de Bachillerato. Curso 2014-15. Tema 23 Tema 23.EL TEATRO POSTERIOR AL 36: TENDENCIAS, RASGOS PRINCIPALES, AUTORES Y OBRAS MÁS SIGNIFICATIVAS
Comparado con la riqueza del foráneo, el teatro español posterior a la guerra presenta evidentes limitaciones, debidas a los especiales condicionamientos políticos o culturales de la época (intereses empresariales, preferencias del público burgués, limitaciones ideológicas ejercidas por una censura férrea), a los que hay que sumar la muerte o el exilio de autores y directores. El teatro de la primera posguerra cumplió básicamente dos funciones: entretener, pues el público prefería el esparcimiento a la evocación de la tragedia reciente, y transmitir ideología. Así se negaron las aportaciones más relevantes de la preguerra, como el teatro de Valle, Lorca o Alberti; se estrenaron obras que exaltaban los valores de los vencedores y se programaron clásicos (Peribáñez, Don Juan Tenorio...), como referentes de épocas gloriosas. Se estableció un férreo control sobre las obras nuevas y los repertorios, ocasionando la consiguiente autocensura de los dramaturgos. Pese a ello, la actividad teatral fue muy abundante, aunque en general mediocre. En toda esta producción cabe señalar las siguientes tendencias:
Al concluir esta década, comienza a revelarse un teatro grave, preocupado, inconformista, que se inserta, al principio, en una corriente existencial. Dos fechas resultan claves: 1949, con el insólito estreno de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, y 1953, en que un teatro universitario presenta Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Con ellas nació una corriente realista que es lo más destacable de la década siguiente, y que se extiende más allá de los años 70.
Frente a un teatro de consumo, no han faltado dramaturgos que pugnaban por recoger las inquietudes de cada momento o que buscaban nuevas formas de expresión teatral. Por todo ello podemos hablar de un teatro visible, el que accede a los escenarios, y un teatro soterrado, que intentaba responder a nuevas exigencias sociales o estéticas y que apenas logró mostrarse. Con Historia de una escalera, decíamos, nació el drama realista, cuyos temas son los característicos de la literatura social: abordan problemas como la burocracia deshumanizada y la esclavitud del trabajador (El tintero, de Carlos Muñiz), las angustias de unos jóvenes opositores (Los inocentes de la Moncloa, de Rodríguez Méndez), la situación de los obreros que se ven obligados a emigrar...o a soñar con las quinielas (La camisa, de Lauro Olmo), la brutalidad de unos aldeanos instigados por las fuerzas retrógradas (Las salvajes en Puente San Gil, de Martín Recuerda). Lo común es, pues, la injusticia social y la alienación. Y la actitud del autor será de testimonio o de protesta (con las limitaciones propias de la censura). En cuanto a la técnica teatral, es por lo general un teatro realista, con recursos propios del sainete y ciertos rasgos tomados del esperpento, o cierto simbolismo de aire kafkiano, según de qué autor se trate. Las puestas en escena se caracterizan por la complejidad de los espacios escénicos, y los personajes, seres también complejos, luchan por defender sus ideales. Antonio Buero Vallejo Es la figura más importante del teatro español de posguerra, con una variada trayectoria. El teatro de Buero, de acento trágico, se centra en los grandes interrogantes de la condición humana y en los problemas del hombre contemporáneo, con referencias críticas a la España de su tiempo. Une, pues, lo social y lo existencial, con un mensaje ético, una reflexión sobre el individuo, la justicia y la verdad. Formalmente, no llega a romper del todo con las fórmulas del teatro comercial; más bien intenta aprovecharlas para darles una dimensión nueva. Recurso frecuente en sus obras es el de los denominados efectos de inmersión, con los que pretende una mayor identificación del público con la historia que se está representando. Ejemplos conocidos son escenas de En la ardiente oscuridad, protagonizada por ciegos, en las que la sala permanece completamente a oscuras, o los cambios escénicos de La Fundación, en que los espectadores van descubriendo la realidad de la cárcel a través de la mirada de Tomás, personaje afectado de una locura temporal. Son habituales, pues, los personajes con taras físicas o mentales que permiten una mirada distinta – y lúcida, a la vez – a su entorno. Se suelen observar tres etapas en su producción dramática:
Alfonso Sastre formó el Teatro de Agitación Social. Su obra más destacada, Escuadra hacia la muerte, muestra la rebelión contra la autoridad que induce a una guerra que nadie entiende. Otras obras suyas son La sangre y la ceniza (de 1965, pero estrenada ya en 1976), que trata de Miguel Servet (que murió en la hoguera por no renegar de su descubrimiento de la doble circulación de la sangre) o La taberna fantástica (1966, estrenada en 1985). Otras obras interesantes son La madriguera (1960), de Rodríguez Buded, que presenta la degradación y la angustia de unos seres obligados a compartir la misma habitación, o Las arrecogías del beaterío de Santa María Egipciaca, de Martín Recuerda, sobre los últimos momentos de Mariana Pineda, aunque esta obra se estrenó en 1977.
El teatro realista y social siguió siendo el único que respondía a las circunstancias del país. Pero a la vez, y ya decididamente hacia 1970, otros dramaturgos se han lanzado a una renovación de la expresión dramática. Se supera el realismo (como sucede en la narrativa) y se asimilan corrientes experimentales del teatro extranjero, desde el teatro del absurdo a las propuestas más avanzadas, pasando por Brecht o Artaud. 1 En este teatro experimental predominan los elementos simbólicos y vanguardistas, lo grotesco y lo imaginativo. Cobran también importancia los elementos extraverbales (sonoros, visuales, corporales, etc). Sin embargo, aunque alejado del realismo, sigue siendo un teatro de protesta y denuncia. Sus temas son la dictadura, la falta de libertad, la injusticia, la alienación... Lo novedoso es, por supuesto, el tratamiento dramático, porque se da entrada a la farsa, la deformación esperpéntica, lo alucinante, lo onírico... Entre los autores, pueden citarse los siguientes: Fernando Arrabal, cuyas obras están a medio camino entre el esperpento, el surrealismo y el teatro del absurdo: El cementerio de automóviles, El arquitecto y el emperador de Asiria, Pic-Nic, Oye, Patria, mi aflicción... Creó el teatro pánico, presidido por la confusión, el humor, la búsqueda formal y la incorporación de elementos surrealistas en el lenguaje. Los temas más frecuentes en sus obras son la sexualidad, la religión, la política, el amor y la muerte. Francisco Nieva, que escribió, según él mismo, tres tipos de teatro: teatro furioso (Pelo de tormenta); teatro de farsa y calamidad (Malditas sean Coronada y sus hijas), y teatro de crónica y estampa (Sombra y quimera de Larra). Otras obras suyas son La carroza de plomo candente o Los españoles bajo tierra. Nieva comparte con Artaud la idea e un teatro catártico y liberador, cuya finalidad es mostrar la esencia del hombre. Los simbolistas: se caracterizan por un marcado pesimismo y el frecuente uso de la simbología animal. Es recurrente el tema del poder opresor y emplean elementos provocadores como la sexualidad, un lenguaje escatológico y agresivo, y la violencia física y verbal. Son, entre otros, José Ruibal (La máquina de pedir, donde un enorme pulpo se convierte en símbolo de la tecnocracia), Miguel Romero Esteo (Pontifical, El vodevil de la pálida pálida pálida rosa), Luis Riaza (Retrato de dama con perrito), Manuel Martínez Mediero (El último gallinero, que constituye una parábola política, o Las hermanas de Búfalo Bill). Hablar de “nuevas formas” de expresión dramática no puede reducirse a mencionar autores y textos. Hay que destacar el papel de los grupos de teatro independiente, que actúan al margen de los empresarios teatrales, procurando vencer inercias y limitaciones. La renovación teatral sería inexplicable sin grupos como Los Goliardos o Tábano (Madrid), el Teatro Lebrijano o La Cuadra (Andalucía), Quart 23 (Valencia), Akelarre (Bilbao), TEU de Murcia... Especialmente importante es la aportación de los grupos catalanes, desde Els Joglars a Els Comediants o el Teatre Lliure. Algunos de estos grupos siguen activos y han alcanzado una estabilidad y una protección de las autoridades impensable hace años. En general, con obras de autor o con creaciones colectivas, han llevado a cabo una síntesis entre la tendencia experimental y los elementos populares, y junto a enfoques críticos, se preocupan por los aspectos lúdicos del espectáculo. EPÍLOGO. EL TEATRO DE 1975 A NUESTROS DÍAS2 En los últimos años, la característica más destacada es la variedad de tendencias – conviven autores de distintas promociones – junto a la proliferación de festivales de teatro, la rehabilitación de viejos edificios teatrales y las representaciones ajustadas a los programas académicos, con las que se pretende atraer a un público joven. Con todo, las esperanzas que trajo la democracia no han resultado del todo satisfechas: no han abundado los autores nuevos con obras de valía, y el teatro se enfrenta, además, con la competencia del cine y la televisión; además, el público no siempre aceptó los montajes vanguardistas sobre obras de autores como Lorca, Valle o Alberti, sino que se decantó por un tipo de teatro más convencional: Antonio Gala, José Luis Alonso de Santos, Sanchis Sinisterra o Fernán Gómez son algunos de los autores con más éxito. En los últimos años han sido bien acogidas por crítica y público obras de Jordi Galcerán (El método Grönholm) o Juan Mayorga (La tortuga de Darwin, El elefante ha ocupado la catedral, Himmelweg), así como los montajes de grupos como Els Joglars (Daaalí, El retablo de las maravillas, 2036 Omena-g), Els Comediants, Yllana (Brokers, 666), entre otros. 1 El Teatro del absurdo comienza a finales del XIX y se consolida a principios del XX. Imita en sus situaciones y diálogos incongruentes a la propia vida que, según sus cultivadores, es contradictoria y absurda. Bertold Brecht fue un dramaturgo alemán cuyo teatro es una muestra de compromiso entre literatura y sociedad. Trata de la condición del hombre que se debate entre fuerzas opuestas en un mundo dominado por la explotación. Propugna un teatro épico que busca, mediante diferentes procedimientos escénicos (máscaras, pancartas, etc.) el distanciamiento del espectador para mantener despierta su actitud crítica ante lo que ve. Se opone, pues, al teatro “aristotélico” que busca la catarsis haciendo que el público se sumerja en los acontecimientos dramatizados. Antonin Artaud fue un actor y director teatral que revolucionó la concepción del arte escénico con su “Teatro de la crueldad”, que restaba importancia al texto buscando un espectáculo total convertido en un rito o celebración que provocara al espectador y lo invitara a liberarse. 2 Este apartado es objeto de otro tema, el correspondiente a la literatura posterior al 75, por lo que aquí nos limitaremos a mencionarlo. |