BÉCQUER Y GARCÍA LORCA
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Bécquer, García Lorca y los cantos populares: Una comparación de dos poetas importantes y la influencia del flamenco en su poesía Luis Miguel Macías
Gustavo Adolfo Bécquer y Federico García Lorca fueron dos heraldos que anunciaron el final de dos épocas literarias llenas de riqueza y hermosura; el Romanticismo y la edad de plata española que abarcó en gran parte el Modernismo. Ambos poetas recibieron a la muerte, sombra sigilosa que los persiguió a lo largo de su carrera, solamente para vencerla a con la vida luminosa de sus versos. La intensidad, la elegancia y la forma con la cual estos dos poetas andaluces han marcado la pauta para la poesía contemporánea tienen su raíz en la voz popular de España en coyuntura con el genio y la perspectiva que tuvieron de la realidad en la que vivieron. En este ensayo, se pretende exponer y examinar las similitudes entre Bécquer y García Lorca con el fin de entender los elementos comunes que han destacado a estos dos poetas de entre la historia.
Marco Histórico
El Neoclasicismo y el Romanticismo
Tanto el Romanticismo como el Modernismo han sido respuestas violentas ante los movimientos que les precedieron el Neoclasicismo y el Naturalismo. El Neoclasicismo fue una época dominada por el culto a la ciencia y la filosofía en la cual la razón predomina ante la emoción. Por consecuencia, la rigidez de las estructuras neoclásicas permitía poca originalidad por parte de los artistas y solía ser didáctica y moral. No pocos autores se limitaron a las fábulas y la lírica bucólica y anacreóntica. La poesía del periodo neoclásico refleja esta llanura creativa en las obras de Diego de Torres de Villarroel. No fue hasta que salieron a la luz las últimas obras de Juan Meléndez Valdés que se vio una literatura expresada con cierta emotividad.
El movimiento Romántico fue de poca duración en comparación con el Naturalismo. Esta escuela exaltó sobre todo a la libertad y al espíritu individualista. El “ego” romántico se opuso a quedar como una pieza en el mundo que las fuerzas externas pudiesen mover a su antojo. Era el poder del individuo creador y el poder del genio de quien brotaba la habilidad de cambiar al mundo natural y moldearlo a su gusto. Se puede decir que esta facultad volitiva y su aceptación por los creadores de la época fue lo que diferenció al Romanticismo del Neoclasicismo con más contraste.
La ruptura del sórdido Neoclasicismo supuso un quebramiento entre los artistas, la tradición y el orden anterior al sostener estos principios de individualismo y libertad como sus fundamentos. El Romanticismo dio inicio en Alemania a finales del siglo XVIII pero no penetró la península Ibérica hasta poco antes de 1814 donde el cónsul prusiano, Juan Nicolás Böhl de Faber, marcó la presencia de esta escuela en España. Este publicó en El diario mercantil de Cádiz una serie de artículos defendiendo al Romanticismo. Los pensamientos del cónsul germánico fueron atacados por José Joaquín de Mora quien todavía sostenía una ideología neoclásica. Curiosamente, fue en Andalucía, la misma tierra en la que se marcó el inicio del Romanticismo Español, donde unos años después, el 17 de febrero en 1836, nacería Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta que marcaría el cierre de una época luminosa pero corta. La desilusión del llamado “mal del siglo” está reflejada en Bécquer en sus últimos poemas al encontrarse con una realidad burda y cruel.
El individuo romántico, apasionadamente aferrado a los anhelos y las ilusiones creadas en su interior llegó a encontrarse en un mundo donde pocas cosas correspondían a sus deseos llevándolo a una rebeldía violenta en contra de las normas establecidas hasta ese punto por el Neoclasicismo. Ayn Rand habla sobre esta desilusión y la corta vida del Romanticismo como “un adolescente brillantemente violento que jamás logró traducir su sentido de vida a términos conscientes, solo para reducirse a cenizas ahogado por las ciegas confusiones de su propia energía sobrecogedora.” (Rand, 1971)
El Naturalismo y el Modernismo
El Realismo surgió como ruptura del Romanticismo en las primeras décadas del siglo XIX. El fin principal del Realismo fue representar a la realidad tal y como es, enfocándose en los valores de la burguesía de la época. El didactismo que se había escabullido de la literatura durante el Romanticismo resucitó en las páginas del Naturalismo, esta vez junto con descripciones minuciosas que solían tener poco que ver con el argumento. La aproximación del lenguaje al coloquialismo y la verosimilitud son algunas de las otras principales características de este movimiento. A finales del siglo XIX, el Realismo trajo a la luz al Naturalismo que, en vez de enfocarse en temas relacionados a la burguesía, se enfocaba en los marginales de la sociedad y en temas míseros y atribulados. A diferencia del Romanticismo, en el Naturalismo las fuerzas de la naturaleza y la vida son totalmente ajenas al hombre y determinan su curso por lo cual se pierde la noción de la facultad volitiva. Entre los más destacados del Naturalismo se encuentra Juan Valera con su novela Pepita Jiménez y Leopoldo Alas.
Al llegar el fin del siglo XIX, como en acto de sublevación ante las normas impuestas por el realismo, Europa ve el nacimiento del modernismo. El principal personaje de este punto crucial es Ruben Darío quien, desde Nicaragua, trae consigo los primeros pasos de este movimiento a España. Darío definió al Modernismo como “el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa francesa". El Modernismo en España buscaba belleza sensorial y una “huída del mundo”. En este movimiento surgió, como en el Romanticismo, la primacía del mundo interno del artista, la idealización del amor y la presencia de la muerte a un lado de este último. Durante esta época, denominada como la “edad de plata española” hubo tres generaciones de poetas, escritores y dramaturgos destacados. El 5 de junio, 1898, nuevamente en tierras andaluzas, nació Federico García Lorca en Fuentevaqueros.
Versos víctimas de la guerra
El Romanticismo y el Modernismo, concretamente el Simbolismo, una vertiente de este último, fueron dos épocas de gran creación artística a pesar de los hechos históricos que constantemente transformaban a España social, política y económicamente. A finales del periodo romántico, durante la década de 1860, el reinado de Isabel II se vio debilitado por las guerras carlistas hasta la revolución de septiembre en el 68 cuando fue destronada. Esto afectó indirectamente en la vida de Bécquer ya que había establecido una amistad con González Bravo, el primer ministro de Isabel segunda. Este había otorgado al sevillano el puesto de censor de novelas quien por su parte, le entregó una recopilación de sus rimas con la esperanza de que las publicase.

Ilustración . Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer.
Con la revolución de septiembre y el exilio de la corte y de los ministros, Bécquer, enfrentado con una crisis económica, también se fue de Madrid con su hermano, Valeriano, para refugiarse en Toledo donde volvió a juntar sus poemas para darle forma a su Libro de Gorriones; sin embargo, la estancia en Toledo fue corta y los Bécquer regresaron a Madrid. La muerte extinguió la luz de Valeriano el 23 de septiembre, 1870. El intenso sufrimiento emocional que brotó en Bécquer a raíz de la pérdida de su hermano y la fría desilusión con el mundo fueron las borrascas que apagaron la menguante candela del poeta quien por su parte padecía de tuberculosis.
Federico García Lorca, a diferencia de Bécquer, logró disfrutar de su éxito en vida puesto que en 1934, vivió unos de los periodos más fecundos de su carrera. Recién había terminado las obras de Yerma, Doña Rosita la Soltera, La casa de Bernarda Alba. Dos años después, estalló la guerra civil española en 1936. El poeta regresó a su casa en la Huerta de San Vicente en Granada el 14 de julio. En un lapso de seis días, la sublevación militar de Francisco Franco y los falangistas trajo la ocupación fascista hasta el centro de Granada.
Apenas había pasado un mes del regreso de García Lorca cuando el 17 de Agosto fue detenido por Ramón Ruiz Alonso con los cargos de “ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual” (Maurer, 1998).
Durante la madrugada del 18 de agosto, fue fusilado en un olivar entre los pueblos de Viznar y Alfacar. Antes de ser asesinado, García Lorca trabajaba dos obras que nunca pudo terminar llamadas “la Comedia sin título” o “El sueño de la vida” y “Los sueños de mi prima Aurelia”.
Tanto en el caso de Bécquer como de García Lorca, la realidad, la guerra y la muerte prematura han jugado roles importantes en la publicación de sus últimas obras, ya sea de forma directa o indirecta.
El Flamenco y la voz popular en la poesía de Bécquer
El flamenco y la voz popular ha sido un denominador común entre Bécquer y García Lorca que, en parte, fue el elemento qué dio forma a la originalidad de los dos poetas. Ambos demostraban una pasión que brotaba desde sus raíces andaluzas aunque fueron manifestadas de diferentes formas.
En el caso de Bécquer, como “sevillano profundo y como andaluz, inmerso en la riquísima tradición poética de su tierra entró desde muy joven en contacto directo con el cantar y asimiló la poesía como materia lírica esencial muchos años antes de su encuentro con Ferrán y con la obra de Heine.” (Gustavo Adolfo Bécquer y los cantares de Andalucía, 1991)
Augusto Ferrán y Forniés fue el mejor poeta del círculo de amigos de Bécquer de acuerdo a Francisco López Estrada y quien le introdujo al mundo germánico de la poesía. Los dos poetas se conocieron por medio de una carta de presentación y poco después, al publicar su libro “La Soledad” en 1860, fue Bécquer quien le escribió la reseña.
Después de la muerte del sevillano, Ferrán entrevistaría a su sobrina, Julia Bécquer, hija de Valeriano. Ella narraría que “pasaba la vida en nuestra casa oyendo cantar y tocar la guitarra a mi padre y a mi tío.” No es difícil imaginar a Gustavo, Valeriano y a Ferrán cantando por peteneras, sevillanas y seguiryas ya que su infancia en Sevilla estaría llena de estos cantos. El gusto y el respeto que tenía Bécquer por la música popular andaluza y el flamenco, se destaca en su artíclo, “La feria de Sevilla”, en el cual narra con reverencia solemne un recuerdo del cantaor y maestro de la seguiriya, El Fillo, durante una de las noches de la fiesta.
“es la hora –dice- en que el peso de la noche cae como una losa de plomo y tiende a los más inquietos e infatigables. Sólo allá, lejos, se oye el ruido lento y compasado de las palmas y una voz quejumbrosa y doliente que entona coplas tristes o las seguidillas del Fillo. Es un grupo de gente flamenca y de pura raza cañí que cantan lo jondo sin acompañamiento de guitarra, graves y extasiadas como sacerdotes de un culto abolido, que se reúnen en el silencio de la noche a recordar las glorias de otros días y a cantar llorando, como los judíos super fluminen Babiloniae.” (Bécquer, 1869)
El flamenco influyó no sólo en Bécquer, sino en sus colegas más cercanos como el mismo Ferrán quien comenta en La Soledad, que debido a la simbiosis entre el flamenco y los poetas, se hace imposible “establecer una diferenciación radical entre poesía culta y poesía popular.” Reyes Cano indica que dentro de la poesía popular, las coplas flamencas forman buena parte de sus temas y también de sus estructuras métricas se encuentran presentes en el ancho cauce de la lírica del pueblo” (Cano Reyes,1980).
El Bécquer flamenco se puede identificar por algunas de las rimas que utilizan locuciones gramaticalizadas típicas de este género musical con el fin de crear cierta complicidad entre el poeta y la oyente. Un ejemplo de estas locuciones se encuentra en la Rima XII:
Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar, te quejas; verdes los tienen las náyades, verdes los tuvo Minerva, y verdes son las pupilas de las huríes del Profeta.
El uso del sintagma “niña” es una de las “formulas poéticas lexicalizadas” que, según comentan Fernandez Bañuls y Perez Orozco, han ido afianzando el devenir en la historia del flamenco (2004). Otro ejemplo de las formulas poéticas lexicalizadas incluye el uso de “alma mía” en la Rima XXV:
Cuando en la noche te envuelven las alas de tul del sueño y tus tendidas pestañas semejan arcos de ébano, por escuchar los latidos de tu corazón inquieto y reclinar tu dormida cabeza sobre mi pecho diera, alma mía, cuanto poseo: ¡la luz, el aire y el pensamiento!
La integración del lirismo popular andaluz en su poesía es uno de los aspectos que hace la obra de Bécquer tan distinta, incluso dentro del mismo movimiento romántico. Cabe destacar que aunque le sevillano logró crear esta coexistencia popular y culta en sus rimas, “no fue pues, un mero imitador ni de la tradición lírica popular ni de la copla flamenca sino un visionario que se percató lúcidamente del agotamiento del lenguaje poético del romanticismo y apostó por un nuevo lenguaje en cuyo andamiaje interno estaban presentes ambos patrones, lo culto y lo popular como dos ingredientes de igual rango literario” (Cano Reyes, 1980).
Los versos de Bécquer tienen una métrica y rítmica breve, que no por tener estructura populista pierde un profundo significado. El poeta logra atribuirles a sus versos una complejidad conceptual y una profundidad emotiva de alta prosapia literaria. Reyes Cano afirma que “la nota culta residía sobre todo en el léxico y en los temas, procedentes de una rica cultura libresca.”
Además de la influencia del flamenco y los cantes populares, Bécquer recurre a varias herramientas nuevas que hasta esa época habían pasado ignotas como el verso corto, la rima asonante, los paralelismos, la rotundidad de sus poemas y el misterio que deja un tono sugeridor en sus versos.
El Flamenco y la voz popular en la poesía de García Lorca
En la cima del modernismo se encuentra la obra poética de Federico García Lorca cuyo legado se constituye de una perspectiva una España trágica y dolida. Al igual que en la poesía de Bécquer, el genio de García Lorca logra una fusión de la poesía popular con la poesía culta, enalteciendo ciertos temas que, hasta ese punto, no habían sido tocados por el mundo de la literatura.
La inclinación de García Lorca hacia el Flamenco fue demostrada claramente en su Poema del Canto Jondo que publicó en 1921. “En este Libro, como en sus Suites, Lorca explora las posibilidades de la secuencia de poemas cortos. Sin llegar al pastiche, se inspira en la brevedad, intensidad y concentración temática de las coplas del cante jondo, que habían sido para él toda una revelación artística.” (website)
Del mismo modo que Bécquer, Lorca descubrió la inmensa riqueza y los diferentes matices que la voz popular puede atribuir a la lírica culta. El poema de La Soleá, escrito completamente en octosílabo y en forma de terceto tiene un giro Lorquiano en la ausencia del ritmo de la copla.
Vestida con mantos negros piensa que el mundo es chiquito y el corazón es inmenso.
Vestida con mantos negros.
Piensa que el suspiro tierno y el grito, desaparecen en la corriente del viento.
Vestida con mantos negros.
Se dejó el balcón abierto y al alba por el balcón desembocó todo el cielo
¡Ay yayayayay, que vestida con mantos negros!
A pesar de estar escrito en un formato popular y tradicional, el poema presenta una complejidad metafórica muy Lorquiana. Nombra a la muerte varias veces en el con el verso “vestida con mantos negros”. En la última estrofa, lo vuelve a hacer al evocar la imagen “se dejó el balcón abierto / y al alba por el balcón / desembocó todo el cielo”.
El “Romance de la pena negra” es otra pieza destacada de Federico García Lorca en la cual pretende fusionar lo popular con lo culto además de fusionar el romance lírico con el romance narrativo. Lorca lo logró con este romance tan conocido lleno de tantos matices, texturas y sabores:
Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad, ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.
Soledad Montoya representa a los gitanos y la “pena negra” es aquella que no se nombre ni se conoce la razón de su origen ni de porque la llevan. Las imágenes de los primeros versos presentan al lector con un claroscuro de un alba y un monte oscuro. García Lorca aplica la sinestesia de forma efectiva relacionando la amargura y la oscuridad de la pena con zumo de limón, yunques ahumados, el olor al caballo y el de la sombra. La prosopopeya también es otra herramienta rehtorica que contribuye a la complejidad del poema además de la perífrasis usada en los primeros dos versos.

Ilustración Manuel de Falla y Federico García Lorca en la Alhambra.
La fascinación de García Lorca por la voz popular en sus poemas y en sus obras se manifestó también en la vida social del artista. En 1922, el poeta granadino junto con el compositor Manuel de Falla e Ignacio Zuloaga obtuvieron apoyo del Ayuntamiento de Granada, para llevar a cabo un concurso de Cante Jondo con el fin de hacer este género de música popular un tanto más respetable, promover la ópera flamenca y dar a conocer a los cantaores amateurs que tanto habían influenciado a la cultura española.
El poeta Granadino desarrolló su estilo con el paso de los años siempre apoyándose en la cultura que hizo muy suya desde una temprana edad. En 1930, durante su estancia en la Habana, dio una conferencia titulada “Juego y Teoría del Duende”. En esta conferencia, García Lorca expuso la idea mística y andaluza del concepto del duende ensalzando al mundo del flamenco tal como lo hizo Bécquer, pero muy a su propio estilo, “Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende” (Lorca, 2003).
Está claro que el flamenco y los cantos populares fueron la columna vertebral de la inspiración lorquiana. La libertad de exploración estructural heredada del romanticismo y el respeto a la misma tradición fue la mezcla que el poeta granadino supo aprovechar para “encontrar al duende” y despertar al genio.
Gustavo Adolfo Bécquer y Federico García Lorca al caer el telón
Las vidas de Bécquer y Lorca fueron muy diferentes en varios aspectos. Bécquer quedó huérfano desde pequeño mientras que Lorca vino de una familia bien acomodada. Al momento de llegar la guerra, el poeta sevillano tomó el lado de los conservadores e incluso fue amigo cercano de González Bravo quien fundó la Guardia Civil. Antes de que estallara la guerra civil, el poeta granadino escribió el “Romance de la Guardia Civil” en la cual criticó amargamente los crímenes de esta fuerza armada. Cuando llegó la guerra, García Lorca se identificó con la izquierda.
Gustavo Adolfo Bécquer sostuvo relaciones amorosas con dos mujeres durante su vida, Casta Esteban (su mujer) y Julia Espín. Federico García Lorca fue homosexual y tuvo una vida amorosa oculta.
Es verdad que ambos parecen ser totalmente diferentes si uno se fija en estos hechos que parecen ser importantes, pero aquello que ambos tuvieron en común superá en trascendencia y en gloria cualquiera de estos detalles. Lorca fue un genio que, de acuerdo a Cano Reyes, “elevó a un registro noble el drama de la gente del pueblo” (1980). Por otro lado, “A Bécquer, más modesto, le bastaron sus mal llamados “suspirillos germánicos” (ibid.); sin embargo, los dos se apoyaron en la voz popular, los cantos andaluces y flamencos para desarrollar un estilo muy distinto incluso dentro de sus respectivas escuelas literarias que serviría como patrón para los poetas de las siguientes generaciones. El sevillano y el andaluz cambiaron los largos poemas con versos alejandrinos en la cual resonaban las rimas consonantes por la copla, la seguidilla y el romance en donde predominan las rimas asonantes. Ambos poetas pasaron por el mundo con un inmenso respeto a todas las cosas y un incalculable amor por la belleza y la elegancia. Ambos caminaron envueltos por la sombra de la melancolía asediados por el ángel, la musa y el duende y al morir, el eclipse solar que hubo en Sevilla tras el último suspiro de Bécquer y el ladrido de los rifles en aquel tranquilo olivar ente Viznar y Alfacar donde cayó García Lorca, marcaron el final del romanticismo y del la edad de plata española. El telón de la gloria se levantó para revelar a la historia, dos de los poetas españoles más significativos que ha tenido.
Referencias
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Lorca, F., & Posada, M. (1994). Obras, VI. Prosa, 1: Primeras prosas, conferencias, conferencias-recitales, alocuciones, homenajes, varia, vida, ... Barcelona: Akal.
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