Veinticinco años no son nada: España y Gibraltar (diario área)






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fecha de publicación02.07.2015
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Veinticinco años no son nada: España y Gibraltar (DIARIO ÁREA)
Sensaciones y reflexiones sobre la historia del conflicto
Por: José Luis Moreno
Se va deshojando el mes de diciembre y entre sus crepúsculos se evaporan los últimos veinticinco años de historia del paso fronterizo Gibraltar-La Línea.
Se cumple en estos días veinticinco años de puertas abiertas en la Verja de la discrepancia, las mismas que permaneció cerrada a cal y canto durante trece años (1969-1982). El detalle de tener puertas sin cerrojos prosperó entre los primeros biberones de una nueva democracia a la española que crecía con las típicas felicidades de una parturienta.


De aquella apertura se esperaba el cambio por lo moderno para las dos ciudades que viven y duermen con diferentes sentimientos, culturas y sistemas económicos, bajo la atenta mirada del Peñón. Se esperaban tantas cosas que en la orilla de lo español se fue tapando, como el que cubre con sabanas de seda un bello espejo, la pasión expuesta por Claudio Sánchez Albornoz, en su obra Ensayos sobre Historia de España: "Pero no puede haber un español, digno de tal nombre, capaz de escribir, sin sonrojarse, que Gibraltar no es de España. Y si hay alguno que pueda escribirlo sin sonrojo, yo me tomo la libertad de sonrojarme por él, como español, liberal y en el destierro".


Si veinticinco años no son nada; menos fueron los trece años de cerrojos afianzados que no lograron alcanzar que aquella fruta madura diseñada por el régimen franquista cayera rendida para que la roja y gualda ondeara en lo alto de la Gran Roca.


Verja, puertas y cerrojos que comenzaron a tomar cuerpo y vida en el papel impreso de la historia en 1908 por deseo de los ingleses. Trifulca que se enriqueció cuando en el mes de noviembre de 1954, España tuvo ‘el coraje político’, como fue definido en aquellos tiempos, de poner también sus puertas y cerrojos. Cuarenta y seis años de narraciones históricas que fueron cogiendo cuerpo con los acontecimientos de 1969 cuando por un nuevo ‘coraje’ España cerró sus puertas; y en 1982 las volvió abrir.


Recuerdo aquel anuncio de apertura, que tuvo como primera fecha el martes 20 de abril de 1982. El destino no quiso que fuera aquel día el protagonista de la nueva historia de Gibraltar; por aquellos días se relataba que todo fue culpa del fatal destino que marcaba la guerra de Las Malvinas. El azar o la diplomacia hispano-británica prefirieron el catorce de diciembre del mismo año, quizás por tener un mayor sabor a polvorones y un mejor sonido de panderetas, con el propósito de que los candados de largos arcos, una vez engrasados, saltaran en mil pedazos con ritmos de villancicos.


Una apertura deseada por miles de ciudadanos que tenían sus corazones partidos. Una apertura que también tuvo sus alfileres políticos: algunos analistas aventajados de los asfaltos sostenían que el detalle español no había sido por medidas humanitarias sino por la posibilidad de alcanzar la soberanía compartida al ser España compañera de viaje del Reino Unido en la OTAN.


La tarde del catorce de diciembre, festividad de San Juan de la Cruz, era fría y el aire de Levante azotaba sin molestar demasiado. Las gaviotas revoleteaban en la noche con cantares de pastorcillos conocedoras de los atractivos y profundos estudios económicos que aseguraban que la comarca comenzaría a cambiar en positivo segundos después de abrirse las puertas. Las gaviotas observaban desde la distancia a políticos y autoridades diversas perfectamente vestidos paseando por la explanada de la Verja, a la multitud de curiosos deseosos que sus relojes caminaran más deprisa, como al importante número de periodistas y reporteros venidos de los más remotos lugares para ser notarios del histórico acontecimiento.


En aquella festiva noche también se sentían los soplos que había dejado la aurora del diez de abril de 1980, con la firma de la Declaración de Lisboa hispano-británica. Unas intenciones que entre otras cuestiones exponía: "…Los dos Gobiernos han acordado iniciar negociaciones a fin de solucionar todas las diferencias sobre Gibraltar. Los dos Gobiernos han acordado el restablecimiento de comunicaciones directas en la región. El Gobierno español ha decidido suspender la aplicación de las medidas actualmente en vigor…"


La revulsiva España de camisa blanca y recién planchada, admitió en 1982 que Felipe González se convirtiera en presidente del Gobierno y Fernando Morán en su ministro de Asuntos Exteriores. Seguro estoy, que González y Morán con los alientos de Lisboa entre sus manos, tomaban café y quemaban puros habanos, en aquella tarde y noche del 14 de diciembre, a la espera que el reloj de La Moncloa anunciara la media noche para dar la orden y proceder a la apertura.


Recuerdo cómo el administrador de aduanas de entonces, Carlos Pozas, recibió la orden y dirigiéndose con firmeza hacia la Verja introdujo las llaves en los candados, siendo observado en cada momento por agentes de la Policía Armada. Cuando los pasadores se soltaron de los anclajes de las dos hojas de la puerta de hierro verde, surgió una explosión de alegría que se apoderó de cuantos habitábamos en la explanada y en la avenida veinte de abril. Los flashes se convirtieron en la exhibición de luces que adornó la noche. Los sismógrafos dislocados de los cientos de corazones testigos del acto dieron la bienvenida a la nueva historia.


Carmen Warr, ya desaparecida, fue la primera persona que pisó tierra española. Carmen, invirtió demasiadas horas, agarrada a los barrotes de la puerta para ser la protagonista de la noche; sus primeras palabras fueron: ¡Por fin libre… Desde 1969 encerrada y por fin… puedo cruzar la Verja! En la cara de Carmen se proyectaba una inmensa felicidad, la misma que se colgó en los rostros de cada uno de los ciudadanos que hacían cola para cruzar la puerta.


Entre aquellas especiales sensaciones, recuerdo también que en la multitud, todos queríamos haber sido Carmen, para ser inmortalizado en el papel impreso y aparecer durante algunos segundos en la pantalla de TVE; medio de comunicación que había anunciado a bombo y platillo el fin de la clausura del pueblo gibraltareño bajo los ritmos de la canción cantada por el grupo musical Los tres sudamericanos: "…Gibraltareña, gibraltareña / cruzaré La Línea para besarte / junto al peñón…"
La gran libertad deseada durante trece años se había alcanzado. El mundo social, económico y político del Campo de Gibraltar recibió los nuevos aires con los deseos de tocar mejores amaneceres. Nada cambió en el conflicto hispano-británico. Todo cambió, pero no se alcanzaron aquellas magníficas previsiones escritas en los diversos estudios económicos de la zona. Como siempre sucede en los momentos especiales que prosperan en el Estrecho, en aquella madrugada recién inaugurada brotó la tradicional bruma del Levante que se encargó, con demasiada guasa, de borrar con rapidez aquellas gotas de felicidad que nos entregaba la Gran Roca. La madrugada rápidamente comenzó a oler a sello gubernativo y almohadillas impregnadas con tinta fresca. Comenzaron a sonar las páginas de pasaportes manchadas por el sello español del: ¡Pase usted sin problema!; y en el control de bobis gibraltareños: ¡Bienvenido a Gibraltar!


Recuerdo cómo los ciudadanos más festivos de las dos orillas cruzábamos los controles con nuestros nuevos pasaportes. Conforme avanzaba la madrugada cientos de familias repartidas por las diferentes barriadas linenses y gibraltareñas se reunían para abrazarse bajo la expresión: ¡¡Por fin unidos!! Entre la aurora, jóvenes llanitos descubrieron lo andaluz; los españoles descubrimos lo inglés. En nosotros existía el deseo de descubrir en Gibraltar algunos aires del barroco andaluz y nos dimos de cara con una ciudad levantada desde 1720 con un sutil sentido, para que en ella se tentara única y exclusivamente el imperio de Su Majestad. Lo español no se encontró; solo pudimos hallar un simple resto de los miles de años de historia de la Gran Roca: la fortificación, lo que se conoce como el castillo o cárcel, que ordenó construir en 1160 el sultán almohade Abd al-Mu´min.


En aquella aurora de contrastes, me di de cara con el sentimiento nacional gibraltareño nacido durante los trece años de clausura política. Me lo ofreció Agustín, mi primer amigo gibraltareño ya fallecido, en la verja del viejo cementerio de Trafalgar: "Muchacho te diré que por muy abierta que este la Verja, por muy importante que sea para España y el Reino Unido el control del Estrecho, por muchos acuerdos que firmen los dos países, los gibraltareños seguiremos viviendo bajo el techo que nos ofrece nuestra historia y bandera. Lo ha dicho Hassán: ‘Junto a Inglaterra, pero no bajo Inglaterra’".


Los meses siguientes de la apertura las órdenes gubernativas llegaban y la apertura parcial de la Verja se abrió al tráfico rodado y comercial. Por llegar, llegaron comisiones y más comisiones técnicas para trazar medidas a favor de la ciudad española que duerme junto a la Verja. De aquellas numerosas comisiones solo salieron buenas intenciones. Todo y nada cambió. Cuando el cambio llegaba a su decadencia brotó, como nacen las amapolas, el Acuerdo de Bruselas que quemó lo firmado en Lisboa. Sin darnos cuenta, la Costa del Sol se llenó de gibraltareños. Sin saber los motivos ni el porqué, nuestros desempleados comenzaron a depender de Gibraltar para sus salarios. De nuevo el contrabando manó.


Por el caminar de los veinticinco años de historia se han dejado demasiadas huellas, que la bruma del Levante se ha encargado de borrar. Las nuevas páginas de la historia las está escribiendo el Foro por el Dialogo. Veinticinco años de vida y convivencia. En todo caso, veinticinco años con puertas abiertas, no son nada para las antiguas esperanzas que continúan manteniendo sus frescuras y encanto en las dos orillas de la Verja.

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