Ciencias sociales. 2º E. S. O. Textos de lectura






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fecha de publicación04.08.2016
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CIENCIAS SOCIALES. 2º E.S.O.TEXTOS DE LECTURA.

1ª EVALUACIÓN.

ESTADO, SOCIEDAD Y POLÍTICA.

TEXTO 1.

La naturaleza arrastra pues instintivamente a todos los hombres a la asociación política. El primero que la instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre, que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es el primero de los animales, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más monstruoso que la injusticia armada. El hombre ha recibido de la naturaleza las armas de la sabiduría y de la virtud, que debe emplear sobre todo para combatir las malas pasiones. Sin la virtud es el ser más perverso y más feroz, porque sólo tiene los arrebatos brutales del amor y del hambre. La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho.

SOBRE LAS CLASES SOCIALES

III. La causa de que haya varias formas de gobierno es que en toda ciudad hay cierto número de partes. En primer lugar vemos que toda ciudad está compuesta de familias; y después, que de este conglomerado unos son necesariamente ricos, otros pobres y otros clase media, y que los ricos están armados y los pobres sin armas. Y también vemos que de la gente del pueblo unos son campesinos, otros comerciantes y otros obreros. Y en la clase superior hay también diferencias tanto por la riqueza como por la magnitud de la propiedad (como por ejemplo en la cría de caballos, que no es fácil que la tengan sino los ricos. De aquí que en los tiempos antiguos haya habido oligarquías en todas las ciudades cuya fuerza estaba en la caballería, de la cual se servían en las guerras contra sus vecinos (…)Pero además de las diferencias por la riqueza, están las que se fundan en el nacimiento o en la virtud, y cualquier otra distinción similar, si la hubiere, y que constituye un elemento de la ciudad, como hemos dicho al hablar de la aristocracia .

Aristóteles, Política, Origen del estado y la sociedad
TEXTO 2.

Siendo cada hombre igual de débil, sentirá igual necesidad de sus

semejantes, y sabiendo que solo puede lograr el apoyo de estos a

condición de prestar el suyo propio, no tardará en descubrir que su interés

particular se confunde con el interés general.

La nación en conjunto será menos brillante, menos gloriosa, menos fuerte, quizá; pero la mayoría de los ciudadanos gozará de mayor

prosperidad y el pueblo se mostrará tranquilo, no porque desespere de

mejorar, sino por conciencia del propio bienestar.
Alexis DE TOCQUEVILLE, La democracia en América, Alianza

TEXTO 3.

Artículo 1

1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.

3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.

Artículo 2

La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

Constitución española de 1978.

ROMA.

TEXTO 4.

<< Mientras se sentaba, los conjurados le rodearon bajo pretexto de ofrecerle sus respetos y seguidamente, Tilio, que se había encargado del papel de protagonista, se le acercó más, como para pedirle un favor; pero César le rechazó con una señal y con su gesto indicó que aplazase su petición para otro momento. Entonces Tilio le cogió de la toga por los hombros y al gritar César: “Esto es un acto de violencia”, uno le hirió por la espalda, un poco más debajo de la garganta. César, cogiéndole por el brazo, se lo atravesó con su estilete e intentó lanzarse adelante, pero fue detenido por otra herida. Al darse cuenta entonces que, puñal en mano, le atacaban por todas partes, se cubrió la cabeza con la toga, mientras que con su mano izquierda hacía descender los pliegues hasta la extremidad de las piernas, para caer con más decencia, con el cuerpo cubierto hasta su parte inferior. Así fue atravesado por veintitrés puñaladas, sin lanzar más que un gemido al primer golpe, pero, sin proferir palabra alguna. Sin embargo, según algunos, al precipitarse Marco Bruto sobre él, había dicho: “¿Tú también, hijo mío?” >> Muerte de César

Suetonio, Los doce Césares, César, 82

TEXTO 5.

De todos los juegos, el preferido por los romanos era la lucha de gladiadores, ludi gladiatori. Era una institución nacional. Su prigen se remontaba a tiempos de los etruscos y formaba parte de las ceremonias fúnebres d este pueblo, costumbre que perduró largo tiempo.

Pronto se extendió por la Campania y de allí pasó a toda Roma, donde en el siglo III a.C: por primera vez, lucharon en el Foro tres parejas de gladiadores. La afición creció y el pueblo pedía su celebración. Ante esta demanda, el Senado incluyó estos combates en los espectáculos públicos.

Los galdiadores luchaban por parejas, en grupos o en formaciones como verdaderos ejércitos. Los participantes eran prisioneros de guerra, esclavos adiestrados o los condenados a muerte por homicidio, robo, sacrilegio o motín. Cuando éstos escaseaban, los tribunales condenaban a muerte por delitos mucho menos graves. En ocasiones participaban los hombres libres- que se inscribían en las escuelas de adiestramiento, tras haber jurado dejarse azotar, quemar o apuñalar- atraídos por la excelentes recompensas que se les daba a los vencedores – un cuarto de la suma de las entradas, si era hombre libre, y un quinto si era liberto -, y por la gloria que suponía ser vencedor y convertirse en héroe popular a quien cantarían los poetas y levantarían estatuas.

El espectáculo empezaba con una gran parada; los gladiadores, vestidos de oro y púrpura montados sobre carros, desfilaban sobre la arena del anfiteatro. Les seguía una gran cohorte de músicos con instrumentos de metal y de viento, así como un órgano hidráulico. Al llegar frente a la tribuna del Emperador, le dirigían el fatídico saludo “ Ave Cesar, morituri te salutant” y luego, se dirigían hacia el promotor de la fiesta para que examinase las armas.

Los luchadores pertenecían a diferentes categorías e iban provistos de armas y vestimentas distintas según su condición. Los “retiarii” iban semidesnudos y armados con una red, un tridente y un puñal; su contrincante ,“ callus” , llevaba escudo, hoz y casco. Los “samnitas” vestían el atuendo de los soldados samnitas: casco con alas, escudo grande de forma rectangular, un protector en el brazo derecho y una espada corta.

La lucha era a muerte; si no vencían, tenían la obligación de morir con sonriente indiferencia; si el perdedor caía exhausto o levemente herido, se dejaba al arbitrio del público si debía matarlo o perdonarle la vida. Si se le indultaba, el público agitaba pañuelos al aire; si se bajaba el pulgar abajo, “verteré pollicem”, era señal de que el vencedor debía rematarlo y gritaban

“¡iugula!”

En un combate que duro ocho días, ofrecido por Octavio Augusto, intervinieron más de 10.000 gladiadores. A medida que se desarrollaba la lucha, los esclavos apilaban los cadáveres y traían arena limpia para los siguientes combates (…)

J.Espinós, P. Masiá y otros, Así vivían los romanos, Anaya, 1987.

TEXTO 6.

Los lazos de “clientela”, fundamento de la sociedad romana.

Por su status de hombre libre y, de ser esclavo, por su pertenencia a un orden, el ciudadano romano está llamado a integrarse en unas redes de sociabilidad. Si es de origen y fortuna modestas, o ambicioso, entra en la clientela de un ciudadano acomodado o poderoso. Las relaciones de clientela son hereditarias y crean entre cliente y patrono (patronus) unos vínculos estrechos y recíprocos en los que uno apoya a otro en toda circunstancia de acuerdo con el status y los medios. Esta ayuda mutua – política, social o financiera- basada en la lealtad (fides), constituye uno de los fundamentos de la vida política e incluso de la vida social en su conjunto, porque en

una ciudad dotada de un carácter tan censitario no es fácil que un ciudadano o una comunidad modestos logren ser respetados y escuchados. Más allá de los vínculos clientelares locales, un romano puede ser cliente de una familia instalada en una ciudad más importante o en la propia Roma. Por medio de un acuerdo realizado, las relaciones clientelares unen con frecuencia a comunidades e incluso regiones con una gran familia romana (…) Todo el mundo romano está cubierto por una red de relaciones y acuerdos privados que garantizan la seguridad y comodidad de los individuos en el curso de la vida cotidiana y los viajes. El sistema de lazos clientelares sobrevive a la República e incluso se desarrolla bajo el Imperio (…) Cuanto más rico es un romano, más ayudará a los conciudadanos bajo su protección. Para tener status hay que dar sin reparar en gastos, tanto en lo privado como en lo público(…) Los notables prometen y ofrecen dones a sus ciudades: juegos circenses, banquetes, construcción de edificios públicos…A cambio los notables reciben magistraturas y honores. La reciprocidad es un deber social hasta tal punto formalizado que si se retrasa el cumplimiento de la promesa, la comunidad percibe intereses sobre la suma debida. La obligación pasa a los herederos en caso de fallecimiento. El rigor de estas relaciones muestra que, junto a la exigencia de libertad, la existencia del ciudadano y de la ciudad estaba determinada en todo momento por la arcaica regla del don y el contradon.

R. Hanoune y J. Scheid, La Antigua Roma, como vivían los romanos, 2005.

TEXTO 7.

El paso de la República al Imperio en la novela “ Tiberio”.

Mi última conquista en Germania fue un éxito sin precedentes. Capturé a 40.000 prisioneros, a los que trasladé a través del Rin y establecí en colonias en la Galia. Las tribus germanas estaban totalmente desmoralizadasy, al menos por el momento, subyugadas. Cuando volvía a Roma, donde apenas había estado en los últimos seis años, se me recibió como a un héroe. Se me otorgó la dignidad del “triunfo” y con ella las insignias triunfales. Mi madre, cuyo cabello se había vuelto blanco durante mis años de ausencia, me dijo que yo era “digno de mis muy ilustres antepasados”. Augusto me abrazó sin reserva y me aseguró que ningún hombre había hecho más por Roma que yo. Los clientes acudían a mi casa en tropel, todas las mañanas, para rendirme honores y tratar de conseguir algún favor de mí. Hasta la gente del pueblo entre quienes nunca había sido muy popular, ya que me parecía despreciable el solicitar su apoyo, me saludaban con aplausos cuando aparecía en público. Debía haber sido el hombre más feliz de Roma, reconocido al fin.

Debía haberlo sido, pero las cosas son raramente lo que debn ser, y nuca por mucho tiempo. Había mucho que me preocupaba e inquietaba tanto en los asuntos públicos como en los privados. Cuando visité el Senado, me desagradó constatar hasta qué punto se había desarrollado en mis años de ausencia el hábito del servilismo. La asamblea de los notables, libres de origen, lisonjeaban a Augusto. Pocos se atrevían a expresar una opinión sobre cualquier asunto de importancia hasta que no conocían la suya. Me llegaron quejas, indirectamente, en forma de rumores y susurros, de cómo se estaba excluyendo de todos los puestos de honor e influencia a los descendientes de las grandes familias republicanas para sustituirlos con miembros del princeps (…)

-Para el senador –murmuraban- no queda esperanza alguna de gloria, ni esperanza de un monumento a una fama que no se le permite ganar. No hay ya carreteras ni ciudades de provincias que puedan llevar los nombres de familias nobles.

Se quejaban de que un senador no pudiera salir de Italia y visitar una provincia sin que el princeps le diera permiso.

-Estamos experimentando un monopolio del poder, una concentración del honor y la oportunidad- decían los hombres.

Allan Massie, Tiberio, 1994.

LAS RELIGIONES.

TEXTO 8.

¿Cómo es posible que tres religiones que tienen un pasado común y

reconocen al mismo Dios, nos parezcan hoy tan radicalmente diferentes? La

respuesta se encuentra, en gran parte, en que la coherencia de cada uno, sentida como la única verdad, excluye la coherencia del otro, y en que cada uno reclama una legitimidad que niega la del otro.

El cristianismo se desmarcó del pensamiento judío tradicional poniendo el énfasis en la idea de la resurrección. Si el cristianismo, que surge trece siglos después del judaísmo, significó la ruptura y la aparición de una nueva religión, no podemos decir menos del islamismo. Éste aparece siete siglos después que el cristianismo y veinte después que el judaísmo.

El Islam también defiende su legitimidad en la creencia de un libro único -el Corán -, revelado a Mahoma por medio del arcángel Gabriel. Según el Islam es Mahoma el último profeta enviado por Dios para restablecer el verdadero

monoteísmo. Para los musulmanes, hay varias razones que prueban la misión profética de Mahoma. Entre otras, mencionan la tesis de la falsificación de las Escrituras por parte del judaísmo y del cristianismo. ¿Por qué la Torá y el Evangelio serían falsos?

Entre otras causas, porque ocultan la buena nueva de la venida de Mahoma y porque el Mensaje inicial ha sido diversificado en numerosas versiones como, por ejemplo, el Inyil (El Evangelio) que los cristianos han reproducido en cuatro libros (Mateo, Lucas, Marcos y Juan) donde, según los islamistas, abundan numerosas contradicciones, sin mencionar los evangelios apócrifos que se han dejado de lado.

D.I.E., 2008

LA RUPTURA DE LA UNIDAD MEDITERRÁNEA.

TEXTO 9.

Mírese por donde se mire, el periodo inaugurado por el establecimiento de los bárbaros en el Imperio no ha introducido en la historia nada absolutamente nuevo. Lo que los germanos han destruido es el gobierno imperial en la parte occidental, pero no el Imperio. Ellos mismos, al instalarse en él como pueblos federados, lo reconocen. Lejos de querer introducir nada nuevo, se alojan en él, y si su instalación entraña graves degradaciones, no trae consigo un plan nuevo; casi podría decirse que el viejo palacio está ahora dividido en apartamentos, peor como construcción subsiste (…) Considerando las cosas como son, la gran novedad de la época es un hecho político: una pluralidad de Estados sustituye en Occidente a la unidad del Estado romano: Y eso es sin duda considerable. El aspecto de Europa cambia, pero su vida en el fondo permanece inmutable. Esos Estados, a los que se llama nacionales, no lo son en absoluto, sino simples fragmentos del gran conjunto al que han sustituido. Sólo hay una transformación profunda en Britania (…).

En otros términos, la unidad mediterránea que constituye la esencia de ese mundo antiguo se mantiene en todas sus manifestaciones. La creciente helenización de Oriente no le impide seguir influyendo sobre Occidente con su comercio, su arte, las agitaciones de la vida religiosa. En cierta medida, Occidente se bizantiniza.

Eso explica el movimiento de reconquista de Justiniano, que casi vuelve a hacer del Mediterráneo un lago romano (…).

Evidentemente, mientras que la amenaza germánica había atraído sin cesar la atención de los emperadores ( de Bizancio), el ataque árabe los cogió por sorpresa. El éxito del ataque se explica por el agotamiento de dos imperios vecinos de Arabia, el romano y el persa, a consecuencia de la larga lucha que los había enfrentado.

Pirenne, Henri, Mahoma y Carlomagno, 1970.

ISLAM

TEXTO 10.

(Abd al-Rahman III, el primer califa de Córdoba) Tenía el pelo rubio, pero se lo tintaba de negro, y los ojos azul oscuro. Su piel era muy blanca, y su rostro atractivo, pero sentado o a caballo parecía más gallardo que cuando estaba de pie, porque su torso era muy fornido y sus piernas muy cortas, como las de casi todos los omeyas andaluces (…) Su madre era una esclava franca o vascona; su abuela paterna, una princesa navarra, doña Tota. Tuvo once hijos y dieciséis hijas. Doblegó con la misma inapelable fiereza a los cristianos de los reinos del norte y a los rebeldes árabes o muladíes de al- Andalus, y no permitió que nadie hiciera sombra a su poder, pero también fue el más tolerante de los monarcas omeyas, y estuvo a punto de nombrar gran cadí de Córdoba a un mozárabe (…) Se trató de igual a igual con los emperadores de Bizancio y de Germania y extendió su autoridad hacia el norte de África (…) Reinó durante cincuenta años, seis meses y dos días sobre un país que nunca volvería a ser tan poderoso y tan fértil, y vivió obsesionado por la voluntad de dejar tras de sí un estado invencible y un palacio que mantuviera en las generaciones futuras la memoria de su nombre (…) Tenía miedo de morir, de ser traicionado o vencido, de que la posteridad lo olvidase. Sus antepasados, que habían gobernado en rebeldía contra los califas de Bagdad, no se atrevieron sin embargo a darse a sí mismos otro título que el de emires. Sólo él, al- Nasir, en un gesto de meditada soberbia, se proclamó califa y príncipe de los creyentes (…)

Construyó un alminar para la mezquita de Córdoba y una ciudad más hermosa que ninguna otra en el mundo: Madinat al-Zahara (…) El año 936, cuando los astrólogos hubieron determinado el día y la hora exacta que serían propicios, se enterró la primera piedra en la primera zanja de la nueva ciudad.

Antonio Muñoz Molina, Córdoba de los Omeyas, 1991.

TEXTO 11.

A lo largo de tres años, noche a noche, Sherezade contó al rey historias tan

maravillosas como las que acabáis de leer. Entre tanto, la joven había dado al rey tres hermosos hijos varones. En la noche mil uno, Sherezade despidió a su hermana Doniazada, se presentó ante el rey Shariar, se inclinó ante él para besar

el suelo en señal de respeto y dijo: –¡Oh, rey Shariar, esposo mío! Tu esposa lleva ya mil y una noches contándote las historias de tiempos muy remotos. ¡Solicito ahora tu permiso para expresar un deseo!

–Pide, Sherezade, –dijo el rey– y lo que pidas te será concedido–.

Sherezade dio una indicación a las esclavas que se hallaban cerca de la alcoba. La primera de ellas era nodriza de su hijo mayor que ya caminaba solo; la otra, se ocupaba del segundo de los niños que ya gateaba; la tercera, llevaba en sus brazos al hijo más pequeño que todavía se alimentaba de la leche materna.

La joven dijo: –¡Entrad!–. Puso a sus hijos delante del rey y volvió a inclinarse y a besar el suelo: –¡Oh, rey Shariar, esposo mío! Contempla a tus hijos. Te ruego que me permitas vivir para atenderlos. Si me matas, estos niños se quedarán sin madre–.

El rey Shariar sintió que su vista se nublaba a causa de las lágrimas. Estrechó a los niños contra su pecho e indicó a las nodrizas que lo dejaran a solas con su esposa.

–¡Sherezade! –exclamó entonces el rey–. Tus historias han hecho desvanecer el odio que ardía en mi corazón. Eres noble y digna madre de mis hijos. ¡Alah te ha bendecido, a ti, a tu padre, a tu madre, a tus antepasados y a tus hijos! El mismo Alah es testigo de que yo te liberaré de cualquier mal.

La alegría se propagó por el palacio y se difundió por todo el reino. –¡Noble visir!, –dijo el rey, –¡Alah te recompensará por haberme dado por esposa a tu hija! Ella ha sido la causa de que me arrepintiera por haber dado muerte a tantas jóvenes doncellas del reino.

Sus relatos serán recordados por muchas generaciones. ¡Alah me

ha dado con tu hija tres hijos varones! ¡Agradezco a Alah por tan

grandes bienes!–. El rey colmó entonces a su visir de regalos. Tus historias, Sherezade, han hecho desvanecer el odio que ardía en mi corazón. Luego, ordenó engalanar la ciudad durante treinta días y perdonó a los habitantes el pago de los impuestos. La gente del reino adornó sus casas y se iluminaron las calles como nunca antes hasta entonces. Se escuchaba en las plazas el alegre sonido de los

tambores y de las flautas. El rey Shariar recorrió los barrios más pobres entregando a todos bellos regalos. Desde aquella noche, los habitantes del reino recibieron un trato más justo y fueron gobernados con serenidad y paz. Sherezade y el rey Shariar vivieron una vida feliz hasta que los visitó el destructor de dulzuras, el constructor de tumbas, la muerte.

¡Pero Alah, es el más grande! ¡A él rogamos que nos conceda un buen fin!

Las mil y una noches.

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