El teatro posterior a 1939. Tendencias, autores y obras principales hasta nuestros días






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fecha de publicación01.07.2015
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El teatro posterior a 1939. Tendencias, autores y obras principales hasta nuestros días


La segunda mitad del siglo XX está condicionada por la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): se produce una reorganización del mundo en manos de EEUU y la URSS, que formaron dos bloques y mantuvieron una larga etapa de Guerra Fría. En cuanto al pensamiento, marxismo y existencialismo1 son las tendencias más influyentes. En los años 60, se produce un auge de la economía, que propicia el Estado del Bienestar y el aumento de derechos sociales, así como al consumo de masas. Al mismo tiempo, crece el inconformismo juvenil (movimiento hippy, mayo del 68) y se habla de la posmodernidad, caracterizada por el cansancio de la sociedad moderna frente al racionalismo, la heterogeneidad y el individualismo. El cambio de siglo y de milenio lo marcó el 11 de septiembre de 2001, con la destrucción del World Trade Center y la amenaza fundamentalista.

En España se vive un largo periodo bajo el régimen franquista (1939-1975), marcado por la autarquía y el aislamiento en los años 40, así como por la división de la sociedad (los no afines al Régimen o se exilian o viven sometidos a su control ideológico). En los años 50 hay un cierto aperturismo (ingreso en la ONU en 1955) y en los años 60 se vive el “desarrollismo” (ascenso de la clase media, industrialización). A la muerte de Franco, se restaura la monarquía con Juan Carlos I y se promulga la Constitución y el Estado de las Autonomías en 1978. La mejora y consolidación del estado del bienestar ayuda a la estabilización del país.

Tras la Guerra Civil (durante la cual el teatro era un teatro “de circunstancias”, propagandístico en cada bando) sobrevienen unos años duros con un panorama cultural desolador en el que los escritores tienen dos opciones: el exilio (Alejandro Casona, Max Aub, Rafael Alberti…) o la adecuación a un país en regresión cultural dominada por la miseria, la represión y la censura. En teatro el impacto negativo es especialmente acentuado, ya que Lorca y Valle-Inclán, los principales renovadores, mueren en 1936.

Durante los años 40, la actividad teatral fue muy abundante, pero presenta escaso interés. Se trata de un teatro de evasión (mediocres comedias y melodramas, espectáculos de variedades, zarzuelas…, que pervive incluso en nuestros días), donde lo más destacado es la comedia burguesa en la línea de la “Alta comedia” benaventina y un teatro ideológico (que responde a la derecha conservadora) con autores como Juan Ignacio Luca de Tena (¿Dónde vas, Alfonso XII?), José María Pemán (El divino impaciente), Edgar Neville o Joaquín Calvo Sotelo (La muralla), entre otros.

Otra línea en esta década es el teatro humorístico, en general intrascendente, salvo el propuesto por Miguel Mihura (su lenguaje lleno de ingenio le convierte en un antecedente del teatro del absurdo: Tres sombreros de copa, escrita en 1932, aunque no estrenada hasta 1952, porque satiriza con desencantado pesimismo la mediocridad de la vida de provincias y no fue entendida; sus posteriores obras ceden al público burgués porque son más asequibles: Melocotón en almíbar, Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia) y Enrique Jardiel Poncela (de profundo corte intelectual, con rasgos vanguardistas, influencia del cine y muy ingenioso: Usted tiene ojos de mujer, Los ladrones somos gente honrada, Eloísa está debajo de un almendro, que basan su humor en lo inverosímil y lo absurdo).

En los años 50, aparecen inquietudes existenciales en el teatro, a partir de Historia de una escalera (1949). Se abordan los problemas de la sociedad española de la época abandonando el tono escapista del teatro anterior. Se trata de un teatro “de protesta y denuncia”.

Entre sus cultivadores pronto surgirán dos posturas antagónicas: el posibilismo, defendido por Antonio Buero Vallejo (dispuesto a atenuar la crítica o insinuarla para superar la censura; por eso en su obra siempre encontramos un carácter simbólico, una denuncia de la injusticia, el inconformismo ante un mundo hostil, el sufrimiento, la búsqueda de la verdad y la ética y la lucha por la libertad. Entre sus obras, modernas tragedias, destacan, además de Historia de una escalera, En la ardiente oscuridad, Un soñador para un pueblo, El tragaluz, La Fundación; algunas de ellas participan de la técnica de “inmersión”, donde el público participa de las condiciones físicas o psíquicas de algún personaje) y el imposibilismo, defendido por Alfonso Sastre (teatro sin concesiones, concebido para despertar conciencias, y para transformar el mundo, por lo que sus obras apenas fueron representadas más allá del circuito universitario: destacan entre sus obras, además de Escuadra hacia la muerte, La mordaza o La taberna fantástica).

A mediados de los 50 y en los 60, surgió el teatro social-realista, con temas sobre la injusticia social, la explotación y las precarias condiciones de vida de los trabajadores. Algunas obras importantes: La camisa de Lauro Olmo, Los inocentes de la Moncloa, de José Mª Rodríguez Méndez; El tintero, de Carlos Muñiz; Los verdes campos del Edén, de Antonio Gala; Los salvajes en Puente San Gil, de José Martín Recuerda.

Los años 70 vienen marcados por el experimentalismo: aunque mantiene la crítica social, se define por su oposición al realismo, por lo que tiene muchas dificultades para ser representado (por eso se le denomina teatro underground o subterráneo). Se basa en la escenografía, en técnicas audiovisuales, por encima del propio texto literario; la acción se distribuye en fragmentos que no constituyen una historia y los personajes tienen carácter simbólico. Los autores más destacados son Francisco Nieva (teatro de inspiración surrealista y valleincanesca, con un lenguaje tremendamente barroco, como ocurre en su “teatro furioso”, de denuncia: Pelo de tormenta, La carroza de plomo candente) y Fernando Arrabal (empieza escribiendo obras cercanas al teatro del absurdo, como Pic-nic, y evoluciona al llamado “teatro pánico”, que busca el escándalo y la provocación y la “catarsis pánica”: El triciclo, El cementerio de automóviles, El arquitecto y el emperador de Asiria...).

A finales de la década surgen grupos teatrales independientes que rechazan el teatro comercial y estrenan en locales especiales y alternativos. El espectáculo, la luz, la danza, el gesto o la música priman sobre el texto, que suele ser de creación colectiva, a partir del cual realizan diversas improvisaciones. Entre los más conocidos figuran Tábano, Els Joglars, Els Comediants, La Fura dels Baus, La cubana...

Con la llegada de la democracia, el teatro se vuelca en la representación de autores prohibidos hasta entonces y recibe un importante respaldo oficial: se crean instituciones como el Centro Dramático Nacional o la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Aparte de la labor teatral de estas instituciones, en los 80 se advierte una tendencia al neorrealismo, esto es, se abordan temas de actualidad. Aparece así un nuevo costumbrismo, esta vez de tono irónico. Se trata de un teatro de autor donde destacan José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas, Bajarse al moro), Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano) o José Sanchís Sinesterra (¡Ay, Carmela!, Ñaque).

Desde los 90 se aprecian varias tendencias: desde un teatro de marcado signo intelectual y reflexivo (Juan Mayorga) a un teatro más narrativo (García May), pasando por un teatro vanguardista (Rodrigo García). En general, hay una cierta obsesión por mostrar las manifestaciones del mal en el mundo contemporáneo. Eso sí, cada vez hay menos espacio para autores nuevos, ya que triunfan las obras comerciales y las adaptaciones o reposiciones protagonizadas por actores de fama.

1 Existencialismo: parte de las ideas de Martin Heiddegger, que afirma que el hombre es un “ser para la muerte” y esa certeza produce angustia. Por su parte, Jean Paul Sartre, señala que se evidencia la angustia del ser humano en un mundo sin valores desde la proclamada “muerte de Dios”.

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